Escrito por: Carmen García Fenollar Fotografía por: Eva Besnyö Mi madre no nos suele pedir que hagamos la colada. Y si lo hace es habitualmente bajo el pretexto de “hay muy poco para tender”. No sé si es que sabe que no nos gusta, o que simplemente pide poco. Es verdad, pide muy poco.
Hoy, que no está en casa, me ha preguntado que si podía tender yo. No he podido rebotárselo a ninguno de mis hermanos y sin remedio ni excusa posibles me he puesto a hacerlo. He estado unos veinte minutos tendiendo porque la colada era grande. Odio tender. Al principio solo podía pensar que menuda pérdida de tiempo, cuando yo fácilmente pierdo ese y mucho más en ni se sabe qué. Después me he puesto a pensar en qué tipo de sentido podía encontrarle a esta actividad que me parece tan tan sumamente aburrida. Y me he puesto a pensar en mi madre. En cuantas coladas habrá hecho ella desde el día en que yo nací. Sin preguntarse el sentido, sin preguntarse el por qué, sin ser su deber, ni mucho menos su obligación. Y además con una sonrisa, sin reprochar nada, sin ni siquiera exigir un agradecimiento. Todo y solo por amor. Y de repente me ha dado vergüenza. Vivo haciéndome creer que sin un porqué o un para qué no hay motivación posible; pensando que tengo que encontrarle sentido a todo lo que hago. Excusando en ello mi debilidad y mi poca fuerza de voluntad ¿Hasta qué punto las cosas sirven o no sirven para algo? Mi madre, en lo más ordinario, me ha dado una lección enorme. El único sentido posible es el amor. En su caso, el amor hacia nosotros, mueve su vida por completo. Ni en cien vidas podríamos agradecerle todo lo que hace. Y ella no se pregunta que para qué lo hace. Solo lo ama. Porque nos ama. Digamos más veces gracias mamá.
0 Comentarios
|
Categorías
Todo
|