Escrito por: Luisa Ripoll Fotografía: César Béjar Me gusta explorar un concepto ligado al de libertad: el de "búsqueda". Y esto, más que una dificultad, es un reto. Somos libres para ser pequeños. La libertad nos permite ser curiosos. Nos permite buscar. Buscar en el otro, en el mundo y en mí. Búsqueda que es simultáneamente exterior e interior, personal y compartida: buscarnos en el otro y sentir que en nosotros alguien está siendo buscado.
Cuando pienso en "la búsqueda", pienso mucho en Rayuela, de Julio Cortázar. Precisamente dos personajes sin ataduras (Horacio y la Maga, sin trabajo, bohemios en París). Una búsqueda a gritos. Un libro sin ataduras (desligado de la estructura tradicional de la novela, vanguardista, deshaciendo normas, reformulándolas). ¿Qué buscaba Cortázar con esta novela? ¿El futuro? Sea lo que sea lo que buscara, ¿lo halló? ¿Es más libre esta novela por rehuir toda regla formal que un clásico de la literatura universal? Primera dificultad de la libertad: si podemos buscar es porque algo está perdido. Y buscar es cansado. Encontrar es difícil. Más ejemplos de dificultades serían los siguientes:
¿Por qué ser libre no es tan sencillo? ¿Por qué no puedo ser libre y punto, sin pies mojados, sin palabras incomprendidas? ¿Qué es, entonces, la libertad, si no existe sin todo esto? Además, en los párrafos de los ejemplos se entrevé una relación entre libertad y completitud. Pero si somos personas incompletas, con nuestros vicios, carencias y virtudes a medio desarrollar, ¿podemos realmente llegar a ser completamente libres? ¿Podemos, por lo menos, ser consistentemente libres?
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Escrito por: María Isabel Giraldo Fotografía: Alejandra Rodríguez Volando he aprendido a ser libre. Allá arriba, 10 metros sobre el suelo, me siento a kilómetros de distancia de mis miedos. Nada puede tocarme. Allá arriba, dependo de mí. Mi vida está, literalmente, en mi manos. Eso me asusta, me ata a mí misma, me hace responsable y dependiente a la vez. Extrañamente, me hace sentir más libre. Duele, claro que duele. Es ese dolor que elijo y abrazo, que recibo amorosamente pues me hace más yo, me lleva a límites que no conocía, me estira. Allá, bailando entre colores, jugando con mis brazos, y piernas, dando vueltas, armando figuras, soltando, cayendo y subiendo… soy consciente de mi cuerpo y de mi alma, de mi vuelo.
Arriba me descubro y me libero. Veo el mundo pequeñito a mis pies e imagino acercándome un poco más al cielo infinito. Lo toco. Al poner los pies en la tierra, me llevo conmigo el nuevo trocito de libertad que encontré al volar. Soy un poco más libre. Contactamos con Iván López Casanova porque ambas habíamos leído su primer libro: «Pensadoras del Siglo XX: una filosofía de esperanza para el Siglo XXI». En él, Iván aborda la profunda crisis actual de la cultura de la mano de cinco mujeres intelectuales contemporáneas que aparecerán a lo largo de nuestra entrevista: Simone Weil, Edith Stein, María Zambrano, Hannah Arendt y Elizabeth Kübler-Ross. Iván es Licenciado en Medicina, especialista en Cirugía General y del Aparato Digestivo, y Máster en Bioética por la Universidad de La Laguna. Ha impartido numerosas conferencias sobre Antropología filosófica para universitarios, y sobre adolescencia. De él nos conmovió su inmensa y generosa entrega, al mostrarse ilusionado y comprometido con nuestra entrevista desde el primer momento, así como la verdad que pudimos descubrir en sus cuidadas y profundas respuestas. Esperamos que os ayude tanto como a nosotras. Sostiene en su libro - Pensadoras del siglo XX: una filosofía de esperanza para el siglo XXI - que “sin la alegría, no podemos unirnos al dolor del otro, y quizás no seamos capaces ni siquiera de percibirlo”. Pero, ¿no nos unimos al dolor del otro más bien a través del dolor? La unión al dolor del otro es la compasión, padecer juntos. Pero la pregunta sería: ¿quién ejerce, de hecho, la compasión? Y mi respuesta es esta: solo aquel que ha superado su propio dolor. Y eso se puede calificar como no hallarse triste, tener paz, estar alegre. Porque el que está encerrado en su propio dolor, no poseerá fuerzas para percibir el dolor ajeno; y aun en el caso de que lo detecte, al estar encarcelado en el suyo propio, no podrá salir de sí para consolar al otro. Se podrá sufrir, se podrá llorar, pero nunca hundirnos en la tristeza, ya que, entonces, no seremos capaces de compadecer a nadie. Esta reflexión, me la sugirió la sentencia de Simone Weil, “la misericordia del hombre no aparece más que con el don de la alegría”. Ella me ayudó a comprender que si no estamos alegres −al menos, con paz interior−, en realidad, solo podríamos ofrecer al otro nuestra tristeza. ¿Resultaría fecundo unirnos al dolor del otro sumándole a su tristeza la nuestra? Por cierto, me parece muy fecunda, y tal vez poco trabajada, la reflexión sobre la alegría interior. Por ejemplo, me parece muy necesario unir la ética a la alegría interior, porque nunca se da la una sin la otra. Lógicamente, excluyo de este planteamiento a la tristeza patológica, a la tristeza sin libertad, sin causa, a la tristeza por enfermedad, generalmente depresiva, precisamente por lo que se apunta: no se puede ejercer la libertad al menos en gran medida. ¿El dolor purifica? El dolor puede purificar, pero también puede producir un fuerte resentimiento en el corazón, y dejar un poso muy negativo: todo en lo que interviene una persona depende, en buena medida, de su libertad espiritual y, en otra parte, de su psicología y de su cuerpo, pues pueden quedar secuelas muy profundas. En primer lugar, poseemos la experiencia de que cualquier crecimiento personal ha requerido algún tipo de sufrimiento. Culminar unos estudios, realizar un trabajo bien hecho, cristalizar una familia de lazos sólidos y educar bien a los hijos o el propio trabajo interior para forjar una personalidad madura, ha supuesto esfuerzo y dolor −junto con alegrías entrelazadas−. Pero en todo esto se necesita de alguna dosis de una elección personal, libre. En este sentido, el dolor purifica. “Tal vez curar no consista en borrar la cicatriz, curar es apreciar la herida”, afirma Edith Eger, una superviviente de Auschwitz. ¿No volvemos, de nuevo, al vocabulario de la alegría interior sobre el que reclamábamos antes mayor atención reflexiva? Pero cuando el dolor, no se acepta o se considera absurdo o injusto puede causar resentimiento. De hecho, muchos movimientos político-sociales nefastos han nacido de ideologías que han sabido canalizar ese rencor social. Tampoco purifica el dolor casi nunca cuando sobrepasa el límite de lo humano y deja a la persona con secuelas psíquicas irrecuperables, por ejemplo. En el fondo, con el dolor pasa como con todo lo humano: depende del trato que le demos con nuestra libertad. Por ejemplo, lo mismo ocurre con el tiempo, como afirma Edith Eger: “El tiempo no cura. Lo que cura es lo que haces con el tiempo": De nuevo, lo que haces del tiempo con tu libertad. Simone Weil afirma que “la belleza sólo se revela a la persona que vive con atención”. ¿Vivir con atención consiste más en actuar o en recibir? Simone Weil intuye que el problema fundamental no es tanto la verdad, cuanto el que la verdad resulte atractiva, bella, alegre: todo el mundo sabe que robar o mentir no es correcto, pero sigue ocurriendo con frecuencia. ¿Qué hacer para plantear la vida moral de manera seductora, preciosa? “El cuervo, que en la noche eterna no podía encontrar alimento, deseó la luz y la tierra se iluminó”. A la pensadora francesa le maravillaba este cuento esquimal, porque el deseo de luz producía nueva y poderosa luz. Y entonces proponía, como el elemento fundamental, la atención, educar los deseos: formar hijos con una gran estatura interior, llenos de deseos de pureza, de piedad, de afán de mejorar la sociedad. Con el objetivo de conseguir un profundo entusiasmo por la verdad, el bien y la belleza, de tal manera que en esto sean insobornables, aun cuando esa actitud, en muchas ocasiones, no produzca frutos visibles. Entonces habremos logrado aprendido a mirar al mundo con verdadera atención. Es, por tanto, una actitud −algo activo− que, a su vez, permite la recepción de la luz moral −algo pasivo, algo que recibimos−. Y lo plantea, sobre todo, para el ámbito educativo familiar y escolar, hasta conseguir que sea un hábito en la infancia que operará con independencia de que sintamos más o menos ilusión, porque estará muy arraigado en nuestro fondo interior. Weil lo afirmaba con esta contundencia: “Aunque hoy en día parezca ignorarse este hecho, la formación de la facultad de la atención es el objetivo verdadero y casi el único interés de los estudios”. "La capacidad de prestar atención al que sufre es muy rara y difícil; es casi un milagro; es una capacidad que casi ninguno de los que creen tenerla la tienen en realidad” (Simone Weil) ¿Por qué cree que es casi un milagro? ¿Qué nos puede enseñar acercarnos al que sufre? En primer lugar, refleja su experiencia personal. Pero, a la vez, me parece una sentencia nuclear en su pensamiento, sobre todo en dos cuestiones: el papel de la voluntad y el de la atención. Para Weil, la voluntad resulta muy frágil si no está alimentada por un amor absoluto a la verdad, al bien, a la belleza y a la justicia. Esto lo confirmó con su experiencia personal, pues ella participó en nuestra Guerra Civil y, en ese ambiente bélico, se dio cuenta de que podía haber hecho cualquier locura. “La puerta está ante nosotros, ¿de qué nos sirve la voluntad?”, escribió en uno de sus poemas. Por eso, aunque muchos crean que prestan atención al que sufre, Weil desconfía de la voluntad de esas personas. Para ella, la verdadera capacidad de atender al que sufre es algo que recibe como una gracia. Pero le ocurre solo a quien vive con atención, a aquella persona que en su fondo íntimo alberga una decisión absoluta de búsqueda de la verdad, amor a la belleza y compromiso con el bien y la justicia. Entonces, se sensibiliza ante el dolor ajeno como en una especie de milagro, como quien recibe una gracia muy especial que, ahora sí, mueve a la voluntad para acercarse al que sufre porque, además, detecta su dolor. Y, fenomenológicamente, el proceso ocurre así: primero la persona se compromete con el bien y, entonces, se acerca al que sufre, superando la gravedad de una cierta repulsión o indiferencia. Y más adelante, surgirá como un milagro la belleza de la donación. Pero no al revés: si alguien espera a entender la donación al cien por cien o a estar perfectamente motivado para dar al que sufre, nunca terminará por hacer algo por él. Porque la verdad es comprometida: se necesita primero del compromiso para que, después, advenga la claridad, la belleza y la alegría de la donación. Esto nos enseña Simone Weil. ¿Es lo mismo aceptar la realidad que querer la realidad? Y si no lo es, ¿cómo querer la realidad? ¿Cómo querer la dureza de la vida y no solo aceptarla con resignación? Personalmente, prefiero emplear la expresión “abrirse a la realidad” y “apertura a la realidad”. Me parece que el verbo aceptar, puede connotar un matiz negativo; y querer la realidad tiene la dificultad, que se señala en la pregunta, de cómo equilibrar la expresión cuando la realidad resulte muy dolorosa. Por tanto, la actitud fecunda ante lo real puede estar mejor expresada con la apertura a lo real. Y una vez que nos abrimos a ella, tendremos que aprender a amarla, para lo cual habremos de comprenderla, cuando sea posible. Esto le va muy bien, por ejemplo, para la comprensión del mundo plural en el que vivimos, porque no se puede educar contracorriente: educar es enseñar a amar el mundo que vivimos con sus logros positivos que admiramos y con sus carencias negativas que deseamos transformar. De paso: este será el contenido de mi próximo libro, Educar para la pluralidad. Pero habrá realidades que nunca podremos comprender –“la especie humana no puede soportar tanta realidad”, reza el poema de T. S. Eliot−, y entonces habrá que aceptarla, con mayor o menor resignación, pero siempre dialogando con la realidad, sin desfigurarla, sin engañarnos para que quepa en nuestra cabeza. Además, esas falsas actitudes ante lo real producen, antes o después, neurosis o resentimiento. En su libro nos dice que para quedar liberados de los actos negativos del pasado necesitamos el perdón. Pero, ¿quién nos tiene que perdonar? ¿Y si el otro no nos perdona? El primer perdón, tal vez el más difícil, es el perdón de uno mismo: aprender a perdonarnos. Esto lo afirman todos los psicólogos, y tienen muchísima razón. Ahora bien, en lo que yo difiero de muchos de ellos es en que para perdonarse hay que poseer una razón, y ese motivo razonado no es psicológico, sino espiritual. Y para ello, resulta de mucha ayuda si la persona es religiosa y se sabe perdonada por su Dios. En cuanto a la segunda cuestión, pienso que no suele afectarnos mucho que no nos perdonen; pero resulta absolutamente necesario que nosotros perdonemos. De hecho, lo que destroza nuestra estabilidad psicológica e impide la felicidad, como reconocen todos los psicólogos, es la incapacidad para perdonar. Y, de nuevo, llegamos al problema de que una terapia psicológica puede hacer patente la importancia del perdón para la propia felicidad, pero es difícil que aporte motivación suficiente para su logro. Asimismo, me parece que para ese objetivo ayuda mucho la creencia religiosa. Nos dices que "para perdonarse hay que poseer una razón, y ese motivo razonado no es psicológico, sino espiritual" y que "una terapia psicológica puede hacer patente la importancia del perdón para la propia felicidad, pero es difícil que aporte motivación suficiente para su logro". ¿Podrías aclararnos un poco más? Mi planteamiento es el siguiente: La psicología afirma que perdonar es absolutamente necesario para la salud mental de la persona; así como la medicina podría asegurarle a un obeso que bajar de peso es fundamental para su calidad de vida; o a un drogadicto, que la heroína resultar funesta para su salud. Es decir, proveen de una explicación correcta, cierta. Pero, ¿resulta suficiente?, ¿dejan las personas de comer o de drogarse o llegan a perdonar? En mi experiencia, no. Porque esa motivación resulta insuficiente. En cambio, una persona se enamora o ingresa en una comunidad o tiene una conversión religiosa. Y entonces comienza a recibir argumentos espirituales fuertes que le capacitan para realizar en esfuerzo duro y penoso de perdonar (o para bajar de peso o para desengancharse de las drogas). Esto es lo que ocurre con el perdón: es muy difícil perdonar solo porque alguien nos dice que si no perdonamos nos haremos daño a nosotros. Sobre todo, porque en las experiencias que yo he tenido de personas que no son capaces de perdonar no basta con la motivación que aportan los psicólogos en base a que si no perdonas te haces daño y que “por eso”, debes perdonar: no funciona (todos, casos de relaciones de parejas rotas en las que hay un grandísimo sufrimiento y una sensación de que la otra persona les ha destrozado la vida, porque no te deja ver a tus hijos, o porque les habla mal de ti: ojo, una persona a la que has querido mucho). Se necesita, entonces, una verdadera sanación espiritual muy profunda para superar ese bloqueo psico-espiritual y tomar la decisión de perdonar. ¿Qué significado tiene para usted la frase de María Zambrano “el que de veras ama, aprende a morir”? La frase refleja la propia vida de María Zambrano, el sufrimiento ante su primer amor por el que tuvo que padecer mucho, y que no pudo llevar adelante por una serie de circunstancias complejas. Pero, además, pienso que se pueden hacer dos lecturas. Por una parte, expresa que todo amor es donación, arrancarse de sí, morir a sí y entregarse a otro. Este sentido de amor-sacrificio, de amor-entrega, que tal vez se está desvaneciendo en la cultura actual, me parece precioso. María Zambrano ha expresado genialmente la unión entre libertad y amor; es decir, que para que haya verdadero amor deben ir entrelazados ambos elementos, pero que el primario y primero es el amor. También explica que cuando uno rompe el lazo debido entre amor y libertad, al principio habrá una especie de pseudolibertad en la que se encontrará la apariencia de la liberación de ataduras; pero que esto solo resulta un engaño, pues el individuo quedará deshabitado, atado a la tristeza de su soledad: ¿para qué esa libertad sin amor, esa libertad que duele, la libertad del vagabundo insociable, individualista y solitario? Zambrano comprendía que el núcleo de lo humano es la libertad, pero su materia fundamental y primera es el amor. De esta forma nivelaba bien lo que el Romanticismo había desequilibrado, por su punto de partida falso y utópico sobre la autonomía absoluta del individuo. Una mirada más profunda resulta de considerar que la vida es morir a uno mismo, estar fuera de sí en la persona amada, como los místicos. Es más, si se llegara a ese amor perfecto, ya no haría falta la moral, porque la ética es la ciencia del amor perfecto y esto se lograría cuando se amara de ese modo absoluto. “El que ama los valores por lo que son en sí no teme entregarse a aquello que le supera” (Alfonso López Quintás). ¿Hay algún valor por el que usted entregaría su vida? ¿Para qué vive Iván López Casanova? Esta afirmación de López Quintás combate una concepción extrínseca de lo moral, como el cumplimiento externo de unas reglas. Cuando, por el contrario, se aman los valores éticos, se desea sobrepasarlos y, por tanto, entregarse a aquello que nos supera. Se apunta a una vida moral excelsa. Precisamente porque vivimos en una sociedad llena de pobreza moral, me parece necesaria esta reflexión: si la mayoría de los miembros de una polis no aspiran a una vida moral elevada, adoptando una firme decisión libre, si no existen muchas personas que aspiran a aportar una bondad lo más magnánima posible, nuestra comunidad estaría herida en su núcleo vital. ¿Cómo va a progresar una sociedad en la que la mayoría de sus componentes no aspiren a la excelencia ética individual? Mi aspiración vital es amar, comprender y transformar el tiempo presente, con mi vida personal, con mi trabajo de cirujano del Hospital Universitario de Canarias, con mi participación como profesor ayudante del Máster on line de Bioética y Bioderecho de la Universidad de La Laguna y de la Universidad de Las Palmas de Gran Canarias, y con mis libros y escritos. ¿Qué significa para usted ser feliz/ tener una vida feliz? Ser feliz es algo que se nos da, y nadie puede decir: “espérame que voy a felicitar media hora”. Pero si tuviera que dar tres pinceladas, señalaría que se necesita adoptar una actitud adecuada respecto a nuestra temporalidad, realizar un trabajo interior y capacitarnos para recibir el regalo de la felicidad. Manejar bien nuestra condición temporal. Respecto al pasado, no albergar resentimiento alguno; en lo relativo al presente, sabernos perdonar siempre, aceptarnos con nuestras limitaciones; y sobre el futuro, poseer proyectos que nos ilusionen, para lo cual, hay que mantener la ilusión de enamorados a lo largo de toda la vida, a pesar de las experiencias negativas o las decepciones. Un trabajo interior. La vida feliz no se puede asentar sobre un fondo interior frívolo, sobre un suelo moral agrietado. Se requiere, entonces, esfuerzo para superar una enfermedad muy contagiosa en este tiempo cultural: la superficialidad. Y una cierta ascesis para llevar una vida virtuosa. Por último, la felicidad es un obsequio que nos adviene cuando nos vaciamos de nosotros, siendo capaces de dar y recibir cariño. Decía Chesterton que “cuando amamos una cosa, su alegría es una razón para amarla, y su tristeza una razón para amarla más”. ¡Qué gran sentencia para evitar el celo amargo, el gran enemigo escondido para la posibilidad de ser regalado con la felicidad que da el amor! “Si amas a una flor que se encuentra en una estrella, es agradable mirar al cielo por la noche. Todas las estrellas estarán florecidas”, afirma el principito de Saint-Exupéry. ¿No será esta metáfora celestial la mejor expresión de la felicidad? ¿Qué es para usted ser libre? ¿Podemos llegar a ser completamente libres?
Me gusta subrayar este aspecto de nuestro ser libre: la libertad vinculada. Para exponer esta idea me serviré de una anécdota personal. En esa rara circunstancia de una comunicación cumbre en la que se asiste a la exposición cristalina de lo humano, con sinceridad total y sin necesidad de argumentos, escuché a un amigo decir: “¡ojalá yo tuviera alguien que me empujara!”. Y en este dictum, se encerraba el deseo más profundo de felicidad y libertad que se pudiera anhelar. Es la misma idea que aparece en el Diario de Etty Hillesum, una judía holandesa fallecida en Auschwitz en 1943, que redactó unas páginas maravillosas en las que narró cómo llegó a adquirir una felicidad muy profunda en las circunstancias de falta de libertad exterior durante la Segunda Guerra Mundial. En ese sincero escrito autobiográfico, que sorprende también por los veintisiete años de su autora, se lee: “Me tomó de la mano y dijo, mira, así tienes que vivir. Toda mi vida he tenido el siguiente sentimiento: ojalá viniera alguien que me cogiera de la mano y se ocupara de mí. Parezco valiente y hago todo sola, pero me gustaría muchísimo entregarme”. (Sobre Etty Hillesum escribo en mi libro Pensadoras para el siglo XXI). Mi conclusión es que la libertad, los empujones y la donación, que a primera vista parecen antitéticos, no son excluyentes. Y para entenderlo, hay que distinguir la libertad en abstracto −que parece corresponderse con autonomía absoluta y contraponer autonomía y heteronomía− y la libertad viva, existencial, que enseguida nos facilita la comprensión de que la autonomía es relativa y que se entremezcla siempre con la dependencia. Evidentemente, la libertad humana engloba la capacidad de elegir. En este sentido, parece casi innecesario reseñar que la Democracia es una conquista social irrenunciable en la que la dignidad y los derechos humanos se hallan mejor protegidos que en ninguna otra forma de organización social. Pero la libertad se puede usar para el bien o para el mal. En consecuencia, alcanzada ya la cumbre democrática, habría que explorar los siguientes pasos de la libertad humana. En primer lugar para no caer en esclavitudes de la propia libertad, cosa que ocurre cuando se la percibe desvinculada: la soledad o las dependencias patológicas a drogas, alcohol, sexo, etc., por referirme solo a las más obvias. Pero, a continuación, se necesita aprender para mejorar en nuestro ser libres juntos: educarse para entrelazar nuestras libertades, como personas en relación, individuos que interpenetran sus vidas con las de sus semejantes. En este tiempo en que ya no está vigente la confianza en la Razón ni en las tradiciones culturales, ni tampoco en los valores religiosos o en las utopías políticas, al menos como vigencias compartidas mayoritariamente, sugiere Octavio Paz, en El laberinto de la soledad, que la única salida posible consiste en avanzar en nuestra búsqueda de comunión con los demás: “Allí, en la soledad abierta, nos espera también la trascendencia: las manos de otros solitarios”. Esto supone dar carpetazo a la visión romántica del yo sin normas morales y en la que los demás amenazan nuestra libertad. Porque esa mirada sobre lo humano, escondida bajo muchas obras literarias y películas, no se corresponde bien con el fondo último de nuestro ser personal. En definitiva, se trata de desplegar nuestra libertad aprendiendo a entretejerla con la de los demás, sin temor a los compromisos, lo cual nos ayudará también a paliar nuestra soledad intrínseca. Con esto, respondo a la última pregunta: nunca lograremos ser completamente libres, porque la vida consiste en preciosa tarea siempre inacabada: aprender a donarnos libremente a los demás, a vincular nuestra libertad. Fotografía y escrito por Teresa García de Santos Me cuesta salir de mi misma, vencerme, exponerme. Tengo miedo al error, a la soledad y a no saber qué decir y qué hacer. Con frecuencia, estos [los miedos] toman forma de grandes barreras. Y cuánto más las miro, más altas se vuelven. Angustiada, casi asfixiada, decido quedarme. ¡Aquí, sin salir, estoy a salvo!
Pero mi amiga Bei, este año, me ha enseñado que es justo lo contrario: que si me quedo, me encadeno. Y me ha agarrado fuerte de la mano, hemos salido a dar un paseo y no he dejado de recibir regalos. Ahora ya no estamos en las habitaciones 403 y 404, sino a 600 km de distancia. Y a pesar de ello, su mano me sigue agarrando, recordándome cada día: que el otro es como yo, que es un bien y que para recibir hay que salir. Fotografía: Jesús Sánchez El sacerdote cántabro Ernesto Bustio, nacido en la localidad de Güemes, ha encontrado el propósito de su vida en la acogida de peregrinos en la Cabaña del Abuelo Peuto: un albergue especial no solo porque no pongan precio por la estancia, sino porque en él hay un espíritu del camino. Ernesto no solo ofrece un espacio de cobijo; la palabra acogida habla de invitar a alguien a casa, de ofrecer la sensación de te estábamos esperando. Pero Ernesto es un ser humano y tiene las limitaciones que todos: «conozco a mucha gente, y a muchos los desconozco aun conociéndolos», se lamenta. Su serena y profunda voz sale a nuestro encuentro. Está listo para ser exprimido, nos dice. Antes de nuestra entrevista nos guía generosamente en una visita por su albergue, en el que se reconoce más feliz cuanto menos suyo y más del mundo es. Ernesto nos va contando la historia que aguarda cada rincón: «los espacios son para llenarlos de vida». Al llegar a la ermita nos explica lo que denomina el camino de la vida, reflejado en los frescos de Cerezo Barredo y las palabras de Pedro Casaldáliga. «En el primer mural vemos una sociedad decaída, con personas sin ánimo. Hay representados dos títeres porque somos como marionetas dominadas por la mala política o la mala religión, que no liberan sino que esclavizan. En el segundo mural vemos lo necesario para salir de esa situación: las manos tendidas y generosas para ayudar sin diferencia de razas, los ojos de la cara y de la mente bien abiertos para ver esta situación, y los pies dispuestos a caminar (no a Santiago principalmente, sino caminar hacia la liberación). En el tercer mural vemos a los caminantes en camino, pero están buscando el camino, no saben con certeza por dónde ir. Ahí estamos nosotros, buscando caminos en la vida. En el cuarto mural dos personas han encontrado el camino. Vemos un hombre herido junto a dos peregrinos que le ayudan y un ángel sujetando la flecha amarilla diciendo el camino verdadero es la ayuda a la persona que tiene necesidad de ti. En otro plano vemos otros dos peregrinos siguiendo mecánicamente las flechas hasta Santiago sin saber nada de lo que ocurre a su alrededor: es el camino material. Es decir, esta parte del mural representa por un lado el falso camino, aunque sea materialmente verdadero; y por otro el verdadero camino, espiritualmente hablando. Representa la parábola de Jesús del buen samaritano.» «En el quinto mural se realiza el proceso del camino: servir y compartir. Una sociedad que no sirve y no comparte, es una sociedad esclavizada o que esclaviza. Steve, un amigo de Nigeria que estuvo cinco años en la cárcel del Dueso por pasar de manera ilegal a España, cuando vio esta parte del mural nos dijo está muy bien pero está incompleto. Todos nos quedamos pensativos ¿por qué está incompleto?. Y dijo porque al hombre herido lo han curado pero no lo han integrado, no está en la mesa junto con el resto. El sexto y último mural representa la liberación, simbolizada por el sol, la luz y la actitud de serenidad y paz de la gente fruto del camino recorrido. Está acompañado por las palabras de Cerezo Barredo: Para quien camina siempre hay un sol amaneciendo. Caminar es atravesar la noche con esperanza (las noches que pasamos todos en el camino de la vida: de desencuentro, de fracasos, de problemas económicos, de estudios, de trabajo…) y descubrir cada día la verdad de la utopía y la vía del amor». Dice que todos somos peregrinos de la vida, ¿por qué? La vida es un peregrinar: nacemos, crecemos, maduramos, decaemos y morimos. Ese es el peregrinar biológico. Pero además, hay un peregrinación moral de todo ser: vamos de la esclavitud hacia la liberación donde somos más condescendientes, solidarios, humildes, participativos. Es un peregrinar hacia esos valores humanos. ¿Para qué vive Ernesto? Es un pregunta fácil y complicada (ríe). Yo vivo para ser feliz y poder hacer feliz a la gente que está en mi entorno. Uno es feliz si tiene muchos valores humanos, los desarrolla y pone al servicio de los demás. Un valor esencial para mi es la convivencia, la fraternidad, el descubrir que todos somos iguales. La enfermedad del ser humano actual es el individualismo, el ego. Solo importa mi religión, mi partido político, mi economía, mi familia, mi casa. ¿Qué ha tenido que pasar en su vida para pensar que ha merecido la pena vivirla? Hay dos grandes satisfacciones en mi vida. En primer lugar, fue una enorme satisfacción los 25 años que estuve trabajando como cura obrero en el barrio de San Francisco en Santander, donde que se desarrolló un fuerte movimiento ciudadano de reivindicación. Otra gran satisfacción ha sido mi propia trayectoria como peregrino, no solo a Santiago sino como peregrino de la vida. He viajado por muchos países para conocer otras situaciones de la gente. No como turista, sino haciendo autoestop, trabajando y como podía. Ha supuesto madurar la persona a través del esfuerzo. Si tus padres te pagan el viaje o vas enjaulada en una agencia de viajes que te protege, no disfrutas del viajes; ves muchas cosas pero no eres creadora de ese viaje. ¿Qué opina sobre el trabajo y la cultura del esfuerzo? Pienso que la cultura del esfuerzo es fundamental y que el trabajo debe realizar a la persona. Vivimos en una sociedad donde nos han educado para ser cómodos. La sociedad de consumo no nos ha educado para ser fuertes y para aprender a vivir con poco sino para cuanto más tengas más vales. Y no vales cuanto más tienes, vales tanto cuanto valores humanos tienes que te ayudan a ser feliz. Cuando pasamos del límite de lo necesario para vivir dignamente, entramos en un terreno peligroso porque cuanto más tienes más quieres tener y más esclavizado estás al tener. Creo que la sociedad de consumo nos esclaviza, no nos libera. ¿En qué consiste la libertad? En el albergue solemos tener al menos una persona del Dueso que está en tercer grado. Les cuesta muchísimo entender la libertad. Algunos son más libre en la cárcel que fuera de ella porque tienen que organizarse la vida, mientras que en la cárcel lo tenían hecho. Yo les digo no olvides que el primer paso para la libertad es la disciplina. Cuando uno habla de disciplina en esta sociedad hedonista parece que te están cortando las alas y no es así. Si no somos disciplinados no somos capaces de crear la libertad, harás lo que quieras pero eso no es libertad. Libertad es hacer lo que debemos hacer, con dignidad para crecer como personas y ayudar a la sociedad en que vivimos. ¿En qué situaciones se ha sentido más libre? He tenido la suerte de ser siempre muy independiente y la independencia me ha ayudado a ser más libre. En cualquier caso, nadie es libre del todo, todos tenemos grandes limitaciones a nuestra libertad. Por ejemplo, en el año 78 estaba trabajando en el barrio de San Francisco y llevaba tiempo pensando en cogerme un año sabático, pero necesitaba el permiso de la autoridad, el obispo. La parroquia iba a quedar atendida porque había otro compañero cura que se comprometía. Entonces, estando planeado todo el viaje que iba a hacer junto con un compañero maestro que trabajaba conmigo en la construcción, voy a comunicárselo al obispo, quien lógicamente se pone de uñas. Sabía que yo me iba. Dice, cómo te voy a dar permiso si no sé qué vas a hacer, dónde vas, con quién. Señor obispo, no vengo a pedir permiso, vengo a comunicarle, le dije sin ninguna agresividad. Usted puede darme el permiso o no pero yo me iré igualmente. Es una rebeldía contra la norma pero yo aceptaba el castigo: no volver a la parroquia o ser expulsado de la diócesis. La independencia tiene un precio. Tenía la decisión para irme a trabajar en África o América Latina cuando mi vida está aquí, gracias a una trayectoria mía muy independiente siempre. El obispo terminó claudicando, también siendo amigo mío, y subió al barrio a decir una misa de despedida. ¿En qué situaciones se ha sentido vulnerable? En muchísimas. Me siento vulnerable a la hora de tomar decisiones estando al frente del proyecto. Es fácil perder el equilibrio personal cuando tienes que ejercer autoridad sin caer en un autoritarismo. Por ejemplo, dentro de mi equipo me han dicho muchas veces que debemos poner un precio en el albergue porque la gente aporta poco, trabajamos mucho y no hay una respuesta. Entonces no queda más remedio que dar un puñetazo en la mesa y decir que esto tiene que ser así porque el albergue ha nacido con una filosofía. Si esa filosofía se quiere romper, yo no quiero embarcarme en esa tarea. Eso se dice fácilmente, pero luego tiene que tener una respuesta real. ¿Cree que todos los seres humano, sin excepción, tenemos un deseo de trascender?
No, creo que muchas personas no tienen esa inquietud, ese espíritu de búsqueda. ¿Cómo vive su fe? Para los cristianos el mensaje de Jesús es fundamental y está aquí, no en la otra vida. Yo creo que hay otra vida, con muchas dudas. Lo que sé es que el mensaje de Jesús, del amor, de la solidaridad, de la convivencia, tiene una actualidad total. ¿Hay una religiosidad más allá de las religiones? El camino de la vida está por encima de cualquier ideología política, cultura o religión. Una vez cuando terminé la explicación en la ermita un peregrino mayor me dijo soy ateo pero creo en este camino. Yo soy cristiano y en este camino encuentro reflejado todo el mensaje de Jesús, le dije, así que tu camino como ateo y el mío como cristiano es el mismo camino. ¿Necesita la Iglesia católica actualizarse? Mucho. Creo que necesita abrir nuevos caminos donde el seglar tenga más parte. Creo que la iglesia debe ser menos clerical, no más secularizada en el sentido político de la palabra, que el laico tenga más presencia y pueda asumir papeles litúrgicos perfectamente o de asistencia social. ¿Si tuviera que elegir una frase que le inspira para vivir mejor con la que acabar esta entrevista, cuál sería? Caminar es atravesar la noche con esperanza, de Pedro Casaldáliga, porque todos tenemos noches. |
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