Escrito por María Palos Pereira Fotografía: Vincenzo Balocchi Muchas veces antes reflexioné sobre la belleza. La contemplaba, la envidiaba, la admiraba. Le intentaba poner palabras, y buscaba definirla, pretendiendo encontrarla.
La asemejaba a lo magnificioso, a lo impactante. Y aunque a menudo me propuse encontrarla en la cotidianidad, sólo lo lograba cambiando mi forma de mirar - de admirar -, observando con ojos nuevos y apreciando la grandeza de lo que hasta entonces veía corriente. Y con todo, últimamente he sido consciente de que le quité plenitud a su significado, le corté las alas a su interpretación y la reduje a un fragmento de su esencia. Cuando observo a mi abuela tomo conciencia de que la belleza es atemporal. Que se esconde en cada arruga que surca su rostro. Que no está sujeta a sustancia, y que emana de cada mirada que ella nos dedica. Y, lo más sorprendente, que esa similitud - para mi hasta ahora tan real - entre belleza y grandeza, era en realidad producto de mi imaginación. Que la propia belleza ni tan siquiera requiere ser ostentosa para estar presente, para hacerse notar y para cautivar. Descubrí que la belleza se muestra en plenitud en un rostro enfermo como lo hace en una puesta de sol que quita el aliento. Y me di cuenta de que la belleza, como sustantivo, abarca mucho más de lo que pobremente recogemos con su definición.
0 Comentarios
Escrito y fotografía por: María Palos Pereira A veces se me olvida que el mundo gira. Y entonces, un día como hoy, miro al cielo y observo las nubes moverse más rápido que nosotros. Avanzan con celeridad, atravesando la atmósfera.
De pronto, atisbo la diferencia de ritmos y velocidades a las que se mueven mi mundo y ese de arriba. Desde este ángulo puedo contemplar la riqueza de la calle en plena hora punta. Personas solas, en parejas o grupos. Los coches avanzan, los semáforos cambian de color, los árboles se agitan con el viento. Todo corre, cada objeto y persona en su dirección. Y, sin embargo, se aprecia una cierta armonía. Hay orden, hasta entre aquellos que van en direcciones opuestas. Parece que está todo controlado. Ahora elevo la mirada. Y ahí están las nubes. Moviéndose también, pero a su ritmo. En su propia dirección, ajenas a todo lo que pasa aquí abajo. Parece que existen en otro tiempo. Como si todas nuestras prisas, nuestro orden, nuestros planes, fuesen indiferentes a ese escenario. Y, sin más, mi pequeña realidad se contextualiza. Escrito por: María Palos Pereira Fotografía por: Imogen Cunningham Uno más es uno menos. Pero yo siempre quiero uno más.
Dame un millón de días. Pero que siga corriendo el tiempo. Que acaben. Que se mantengan esas ganas de vivirlos. Que aumenten. Una carcajada por cada respiración. Y que reír nos quite el aire. Cada segundo como si fuera eterno. Y la vida como si fuese fugaz y efímera. Contemplar todo como si fuese absolutamente irrelevante. Y que en cada movimiento nos juguemos la existencia. Sentir que no tienes nada que perder. Y que cada cosa valdría todo el universo. Estar tan desprendido como para agarrarse a todo fuerte. Dejar todos los miedos lejos y mantener la alerta que viene con ellos. Admirar cada cosa como si fuese la única en el mundo. Y ver tantas como sea posible. Vivir toda la temporalidad con ecos de eternidad. Escrito por: María Palos Pereira Confieso que en ocasiones me resulta difícil vivir en el presente.
A veces me descubro a mi misma recordando momentos u ojeando mi galería de fotos y fascinándome con cosas que tal vez ya había olvidado. Abro mi caja de recuerdos y descubro millones de postales y cartas, entradas a conciertos o eventos, corchos de botellas que me recuerdan a ocasiones especiales, billetes de avión, dibujos... Pienso en lo que fue y en cómo estarán aquellos con los que perdí el contacto, e incluso me planteo cómo sería mi vida si hubiese elegido otra cosa cuando tomé aquella decisión. Otras, sin embargo, me pierdo en el tiempo futuro. Navego entre las posibilidades, batallo contra la incertidumbre y cuestiono cada cosa hasta darle la vuelta al universo. Imagino y sobrevuelo. Me maravillo pensando en todas las oportunidades que regala la vida, y anhelo tener mil vidas para poder aprovechar todas ellas. Sin embargo, hay una cosa que me trae de vuelta y que me hace admirar el presente: mis amigas. Cuando estoy con ellas y río hasta llorar, me doy cuenta del valor del ahora. Cada vez que veo como se les iluminan los ojos hablando de lo que les fascina, me maravilla la suerte de tenerlas. Sentadas hablando de todo y de nada, disfruto de vivir hoy. Ahora. Con ellas soy consciente de que la vida pide a gritos que se viva intensamente. Y cada vez que reflexionamos juntas sobre lo que hemos cambiado y cómo hemos llegado a donde estamos, concluyo diciendo que la vida es impredecible, y que es cambio. Y entonces me doy cuenta de que estar en el presente es un regalo. Escrito por: María Palos Pereira Fotografía: vía Tumblr Llevo un tiempo sin vivir en casa. Y ahora, estoy de nuevo introduciéndome en la vida familiar.
Mi abuelo se echa la siesta veinte minutos después de comer y antes de volver a trabajar. Y mi hermana siempre le prepara su medio vaso de café con leche cinco minutos antes de que se levante. Él lo agradece muchísimo, se lo toma, y se marcha a trabajar. Hoy mi hermana no está. Y a mi me hace ilusión prepararle a mi abuelo el café. Tontamente, me asaltan mil dudas, y de pronto parece que me cuesta más preparar este vaso que sacar mi doble grado. Medio vaso de leche. Pero, yo lo he visto a veces, y me parecía mucho más pequeño. Más bien como un cuarto. Y, ¿Cuánto café le gustará? No sé si acertaré al calcular la proporción de café para tan poquita leche. Lo mismo con el azúcar. Nunca había visto tanta ciencia en la preparación de un café. Qué bonito es pensar que, a hacer actos concretos de amor, se aprende. |
Categorías
Todo
|