Escrito por: Marta García Fotografía por: Bert Hardy El otro día comí con tres compañeros de clase con los que apenas hablaba el curso pasado. Fue un poco por casualidad. ¡Y menudo descubrimiento! Si es que esto de que no puedes perderte a nadie va a ser verdad. Porque yo pensaba que era la única a la que le encantaba ver la saga de Crepúsculo en días de lluvia en otoño, o leer La Huésped y sus 600 páginas varias veces, o que pensaba de una forma sobre ciertas cosas... Resulta que Nat también adora La Huésped, que Lore piensa como yo sobre muchas cosas y que Sof ve Crepúsculo al menos una vez cada otoño (aunque sea team Edward, eso se lo podemos perdonar).
Menudo descubrimiento. Y es que parece que estás solo en tu clase con tus ideas, pero solo tienes que abrirte un poco para descubrir que la chica que lleva un año sentada delante con la que has hablado dos veces tiene mucho que ver contigo. Qué maravilla que haya tantas personas alrededor que poder conocer y qué maravilla el ver que es verdad, que no nos podemos perder a nadie.
0 Comentarios
Escrito por: Marta García Cuando empezó esto, algunos decían: "ahora que tenemos más tiempo...". Pero yo no he tenido más tiempo, no con clases y trabajos de la uni. No he descubierto mi futuro, no he terminado un solo retrato y desde luego no he leído todo lo que me gustaría haber leído. Pero he descubierto algo mucho más precioso que todo eso. He descubierto a mi hermana.
Resulta que se ha leído los mismos libros de Tea Stilton unas treinta veces para no pedir más. Y tiene buen oído para la música, tanto que ha sacado canciones sin partituras en el piano de suelo. Se le da bien el ping-pong y se ríe sin control cuando se pone nerviosa. Creo que nunca habíamos jugado juntas al ping-pong en la mesa del salón. Por primera vez, me he parado delante de la estantería para darle unos libros que leía yo con su edad. Hacía mucho tiempo que no la peinaba por las mañanas. Le he enseñado a dibujar a carboncillo y ella me ha prestado sus acuarelas, aunque soy una negada. Hemos comido juntas todos los días, algo que con las clases solo ocurría en fines de semana. Al final, esto ha tenido algo bueno. Ahora conozco, más que nunca antes, a la niña que duerme a mi lado, y resulta que cuando conoces a los que te rodean, descubres un tesoro. Escrito por Marta García Hay quien dice que la felicidad no se puede alcanzar, que es una utopía con la que nos contentamos y que todo lo que podemos hacer es vivir con la ilusión de llegar a ella. Yo no puedo creer eso. El objetivo final no es ser feliz. Ser feliz es la consecuencia de tener un objetivo final. Mi abuelo es un hombre tremendamente feliz. Es feliz en verano, cuando el sol pega con más fuerza antes de comer y sale al huerto a recoger tomates y pimientos para mi abuela. Es feliz en invierno, cuando hace malo y la tierra se hiela. Es feliz en casa, cuando intenta montar un vídeo en el ordenador y mi abuela le interrumpe constantemente. Es feliz en la calle, con sus paseos por la playa y sus visitas mensuales al médico de mi abuela. Mi abuelo es un hombre feliz, porque tiene un objetivo final. Mi abuelo se cansa cuando llega el momento de recoger las naranjas y los higos, cada año un poco más. Le preocupan los inviernos especialmente fríos, porque las cosas no pueden crecer bien. Le molesta mucho tardar tres días en hacer un video que podría tener en una tarde, porque mi abuela, con sus problemas de memoria, le pregunta lo mismo cien veces. No lo dice, pero yo sé que cada revisión de médicos es una preocupación, una posibilidad de volver a casa con malas noticias. Mi abuelo es feliz. Y eso no significa que no tenga malos momentos o malas temporadas, pero es feliz a pesar de ello. Es feliz porque Dios está en todo lo que hace, porque ama con toda la grandeza de su corazón, porque espera y confía en la felicidad eterna. La felicidad no es un estado de ánimo, ni una sensación, ni un sentimiento. La felicidad es una forma de vida, la de aquellos que, independientemente de cuál sea, tienen un destino. Escrito por: Marta García Fotografía por: Henri Cartier-Bresson Dieciocho de repente. Has dejado de buscar. Y aunque debería, no es porque hayas entendido eso de que “el amor se encuentra y no se busca”. Es que estás cansada. Cansada de ser esa chica de dieciocho años que no ha tenido un momento romántico en su vida. Cansada de ver parejas entre tus compañeros. Cansada de preguntarte sin parar “¿por qué ellas y yo no?". Cansada de plantearte si hay algo malo en ti. Cansada de ser la chica en la que nunca se ha fijado nadie. Y cuando miras a ese primer chico, ruegas internamente para que se declare de una vez a tu amiga porque están hechos para el otro. Y cuando conoces a la novia del segundo chico te encanta y es una amiga maravillosa…
Cuando el verano acaba no tienes novio, no has dado tu primer beso, ni siquiera os habéis dado la mano, nada ha cambiado. ¿Molesta? Algo. ¿Duele? Un poco. Pero ya no importa tanto. Porque aunque sueñes y desees un amor romántico, vives rodeada de otros amores. Tus amigas se han dado cuenta de lo que te pasaba y han suplido esa falta con su amor. Tus amigos te han visto al margen cuando todos bailaban con sus parejas y te han sacado a bailar entre todos. Tu madrina te ha escuchado, te ha aconsejado y te ha contado sus historias. Y resulta que no eres la única, ni la primera, ni la última en sentir eso. Sonríes. El amor tiene muchas caras. |
Categorías
Todo
|