Escrito por: Natalia Pacheco Infante Fotografía por: Ruth Orkin El otro día tuve mi primer examen de la uni. Eran varias preguntas con solo dos posibles respuestas. Si aciertas sumas un punto, si fallas restas el punto de la pregunta correcta. Iba leyendo una por una las preguntas: "la primera no estoy segura, la segunda podría ser las dos opciones, la tercera mejor la dejo para el final". Cuando doy la primera vuelta al examen me doy cuenta de que solo tengo dos puntos asegurados. ¡No puede ser! Tengo que contestar alguna más, pero ¿y si me equivoco y me resta?
Pero ¿acaso no es igual que la vida? ¿Cuántas veces habré dejado preguntas sin responder -actos de amor a medias, decisiones sin tomar, reflexiones sin acabar- por miedo a equivocarme? Pero Nat, quien no arriesga no gana. Es muy fácil ir a lo seguro, pero te quedas ahí: en el dos. Para llegar al diez hace falta arriesgarse, ser valiente, no tener miedo al fracaso. Para llegar al diez hace falta jugarse la vida.
0 Comentarios
Escrito por: Natalia Pacheco Infante Son las 8:09 de la mañana y estoy en la estación para ir a clase. Ver amanecer desde el tren me ayuda a reflexionar cada día. Me gusta pensar que el transporte público contribuye a la unidad del mundo. Veo gente de distintas edades, españoles y extranjeros, unos en traje y otros en chándal... Todos ellos en un único vagón.
Pero me atrevo a decir que nadie sonríe. ¿Qué les pasa? Quizás estén dormidos; es temprano. Pero cuando vuelvo a casa por la tarde tampoco veo sonrisas. Quizás sigan dormidos ¿dormidos para siempre? ¿Serán felices? ¿Qué me hace a mi feliz? Un café con los amigos, pasear por la playa, escuchar mi canción favorita, que mi abuela haga la comida que me gusta... Pero ¿es todo esto suficiente? ¿Qué es ser feliz? Y yo ¿soy feliz? Tengo millones de preguntas. A veces tengo miedo a la felicidad, a dar todo de mí y decepcionarme, a que la realidad no sacie mis -quizás demasiado exigentes- expectativas. Por otro lado a menudo percibo que los niños parecen siempre felices. Les es muy fácil sonreír incluso cuando algo no va bien. Y es que no se paran a pensar en las consecuencias, no construyen laberínticos caminos en busca de respuestas. Simplemente viven hoy sin querer averiguar qué va a pasar mañana. Y entonces yo me pregunto ¿es posible hallar la felicidad en cualquier circunstancia? Mi corazón desea ser feliz en cada instante, cuando hay exámenes, cuando me equivoco, ser feliz incluso ante el dolor... ¿Hay algo que dure para siempre? ¿Existe la eternidad? Resulta que es vital y entretenido esto de las preguntas. Pero ¿sabes qué? Un día en medio de todos estos pensamientos encontré sonrisas en el tren. En el tren de las 8:17, al final del primer vagón. Dos chicas que hablan, ríen... Ellas no van dormidas, me atrevería a decir que son felices ¿será que la compañía contribuye a la felicidad? Pocos días después esas dos chicas tienen nombre y apellidos. Ya no cojo el tren de las 8:09. Aunque me pierda el amanecer, prefiero ir en el de las 8:17, y subirme al final del primer vagón. Era necesario salir de mi zona de comfort: de mi tren habitual, del vagón más accesible. Era necesario ser un poco niña para descubrir que la vida es mucho más simple, que la felicidad no entiende de idiomas o edades: ningún corazón está excluido de ese deseo. Era necesario todo esto para descubrir lo verdadero, para experimentar que la felicidad solo es real cuando es compartida. Me doy cuenta de que -aunque a veces intente negármelo- sé perfectamente dónde puedo encontrar la felicidad: existe una eterna sonrisa. ¡Qué impresionante su poder! |
Categorías
Todo
|