Escrito por: María Bernardita Olazábal Fotografía por: Mary Frampton Cuando el vacío silente tambalea al alma
Y ve solo negrura, oscuridad, nada… Cuando sola se siente, mas sola no se halla, Como sombra sufriente calla acongojada… No existen palabras, no existen miradas, Se sabe perdida en plena encrucijada. Gime y llora sin atinar a nada Y espera doliente señales, llamadas. «¡Confianza!» balbucea desorientada. Y las lágrimas caen en esa, la noche más amarga, En lo profundo del pecho, sin ser enjugadas. ¿La causa? ¡Quién sabe! Ojalá se aclarara… Solo basta esperar, humilde, paciente y confiada, Sabiendo que se trata de una soledad acompañada.
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Escrito por: Natalia Pacheco Infante Fotografía por: Ruth Orkin El otro día tuve mi primer examen de la uni. Eran varias preguntas con solo dos posibles respuestas. Si aciertas sumas un punto, si fallas restas el punto de la pregunta correcta. Iba leyendo una por una las preguntas: "la primera no estoy segura, la segunda podría ser las dos opciones, la tercera mejor la dejo para el final". Cuando doy la primera vuelta al examen me doy cuenta de que solo tengo dos puntos asegurados. ¡No puede ser! Tengo que contestar alguna más, pero ¿y si me equivoco y me resta?
Pero ¿acaso no es igual que la vida? ¿Cuántas veces habré dejado preguntas sin responder -actos de amor a medias, decisiones sin tomar, reflexiones sin acabar- por miedo a equivocarme? Pero Nat, quien no arriesga no gana. Es muy fácil ir a lo seguro, pero te quedas ahí: en el dos. Para llegar al diez hace falta arriesgarse, ser valiente, no tener miedo al fracaso. Para llegar al diez hace falta jugarse la vida. Escrito por: Sylvia de Carlos Fotografía por: Ruth Orkin Desde mi ventana te veía pasar. Admiraba cómo el viento acariciaba con un soplo a los árboles que se movían como si de un baile lento se tratase. También veía cómo el sol asomaba por las mañanas, y cómo se escondía cuando llegaba la noche. Veía a la gente pasar con sus caras llenas de diversas expresiones. Siempre me ha encantado imaginarme qué es de su pasado, a dónde van, de dónde vienen, con qué sueñan, en qué piensan, a quién aman... A veces pasabas tan rápido que apenas te llegaba a percibir durante el día. Si es que a veces iba acelerada a todos lados... Y se me olvida que tú eres un regalo y no un esclavo de mis deseos y anhelos, que no puedo exigirte porque no me debes nada. Cuántas veces me arrepentí de no haber hecho tantas cosas, cuántas veces he sido impaciente y no te he cuidado. Pero a la vez, cuánto he disfrutado del instante presente, de una conversación, de un paseo...
Me costó entender que cada cosa tiene su ritmo, que no puedo pretender abarcar todo, pero sí puedo aprovechar cada instante que me regalas, que aún puedo seguir admirando la belleza de tantas cosas buenas que me ofreces. Supongo que así eres tú, que no entiendes de ideas, de sueños, del querer. Es el tiempo quien arrasa con todo, y el que da sentido a todo. Escrito por Lucía Sánchez —Entonces, ¿qué es para ti el éxito, Lu?
No supe qué responder. Solo sabía lo que no era éxito para mí, aunque reciba el aplauso y la admiración de otros. ¿Qué merece mi aplauso? Para mí el éxito no es conseguir objetivos, sino ser verdaderamente yo misma. Éxito es vivir, es decir, amar. Es nunca dar por hecho la vida; ni yo ni las personas que más quiero somos eternos. Ser verdaderamente agradecida. Descubrir el regalo de cada día. Relativizar lo que me duele y perdonar rápido. Abrazar mis demonios interiores, acoger mi herida. Ser paciente, especialmente conmigo. Ser auténtica, especialmente cuando me siento vulnerable. Aceptar si me juzgan. Ver la belleza de cada persona tal y como es. Ser profundamente amiga. Aprender a querer a cada persona, reconociendo el misterio que cada uno es para mí. Aceptar que mis relaciones no están hechas para satisfacer mis deseos, porque son regalos. Vivir así, desgastada, en mi centro. Ser sencilla, de barro y de silencio. Aunque no tenga el reconocimiento de nadie y no consiga mis objetivos, algo así sería, para mí, el éxito. Escrito por: Marta García Cuando empezó esto, algunos decían: "ahora que tenemos más tiempo...". Pero yo no he tenido más tiempo, no con clases y trabajos de la uni. No he descubierto mi futuro, no he terminado un solo retrato y desde luego no he leído todo lo que me gustaría haber leído. Pero he descubierto algo mucho más precioso que todo eso. He descubierto a mi hermana.
Resulta que se ha leído los mismos libros de Tea Stilton unas treinta veces para no pedir más. Y tiene buen oído para la música, tanto que ha sacado canciones sin partituras en el piano de suelo. Se le da bien el ping-pong y se ríe sin control cuando se pone nerviosa. Creo que nunca habíamos jugado juntas al ping-pong en la mesa del salón. Por primera vez, me he parado delante de la estantería para darle unos libros que leía yo con su edad. Hacía mucho tiempo que no la peinaba por las mañanas. Le he enseñado a dibujar a carboncillo y ella me ha prestado sus acuarelas, aunque soy una negada. Hemos comido juntas todos los días, algo que con las clases solo ocurría en fines de semana. Al final, esto ha tenido algo bueno. Ahora conozco, más que nunca antes, a la niña que duerme a mi lado, y resulta que cuando conoces a los que te rodean, descubres un tesoro. Escrito por Lucía Sánchez Fotografía: Sergio Larraín A veces padezco exceso de control y autoexigencia, pierdo la paciencia —también conmigo—, quiero acabar con las emociones desagradable —las mías y las de los demás—, juzgo al otro sin comprenderlo. A veces me puede la comodidad o el miedo y me escondo. A veces me avergüenzo de mi yo más genuino y me traiciono. A veces intento vencer mi soledad y no lo consigo. Pero otras sí. A veces soy descubierta, desarmada, querida, abrazada, perdonada. Esas otras veces doy gracias por no ser perfecta. Doy gracias por mis fallos porque, si bien a veces me separan profundamente de mi verdadero camino y de las personas que más quiero, otras me unen como nada más pudiera hacerlo. Mis imperfecciones me permiten conocer el perdón, clave del amor y de la libertad, recordándome que, tal y como soy, soy digna de ser querida. Mi amiga Meri me enseñó: «los errores son base de nuestro aprendizaje y cuna de la reflexión. Ejemplo de humanidad y, por tanto, de belleza. Porque no hay nada menos humano, y menos empático, que no cometer errores».
Escrito por: Teresa García de Santos Fotografía: Gianni Berengo Gardin Últimamente digo, con cierta frecuencia, que “soy salvada”. Pero el otro día me pregunté qué quería — exactamente — decir con ello. ¿Es acaso una frase hecha? ¿Una expresión bonita? ¿Una aspiración religiosa? Entonces recordé las situaciones en que me había descubierto salvada. ¿Salvada de qué? De lo que podía esperar, de lo que — razonablemente — me correspondía. Cuando uno tiene un día gris, un día de lágrimas abundantes, de enfado permanente, no espera sino que termine de la misma forma. Cuando uno descuida a las personas queridas, no les pregunta, escucha o llama, no espera sino que la desatiendan de forma correlativa. Cuando uno habla injustamente a su madre, eleva el tono y responde con arrogancia o menosprecio, no espera sino que le contesten de la misma forma. Y sin embargo, sucedió lo contrario a lo que — lógicamente — podía aguardar. La escucha y cariño de una amiga, propiciaron que mi día de lágrimas — sorprendentemente — finalizase con alegría y buen humor. La gratitud de mi abuela en cada espaciada — y por ello, descuidada— llamada, borraron cualquier tipo de reproche a su nieta ensimismada y poco atenta. El silencio de mi madre y su subsiguiente entrega, esfumaron en un chasquido la fealdad de mis palabras, a ella dirigidas.
Ser salvada es la esperanza para mi desastre, el alivio para mi culpa, la alegría para mis penas. El amor no es justo. No sé a quién se le pudo ocurrir eso. Y menos mal. Escrito por: Teresa García de Santos Fotografía: Ben Zank «Desde pequeña me gusta la política. Dedicaba horas a informarme, tomaba una posición y la defendía férreamente. Y así entré en la universidad y empezó a ser un problema. En mi clase no sólo encantaba la política, sino que además había opiniones muy formadas y distintas a las mías. Y esto me enfadaba y me alejaba. Tras las discusiones sólo advertía las diferencias entre ellos y yo.
Pero con el tiempo empezaron a surgir nuevas conversaciones: sobre el amor, sobre cuestiones y preocupaciones personales, sobre aspiraciones e incertidumbres de futuro. Los debates intelectuales sobre aquellos autores cedieron su puesto a los diálogos experienciales sobre nosotros. Y aquí ya no había enfado, ni diferencia, ni confrontación. Ante un desamor doloroso, un abuelo fallecido, un noviazgo ilusionante, una amistad deteriorada, no había partido que tomar. Sólo escucha y acogida. Acogida no por exceso de bondad, sino precisamente por haber vivido la misma situación, sufrido idéntico dolor, gozado alegría semejante. ¡Qué sencillo! La humanidad se acerca en su humanidad». Escrito por Lucía Sánchez Fotografía: Sergio Larraín A menudo necesito estar sola. Entonces me aparto un ratito del mundo, y cuánto bien me hace. Desde un rincón pienso mi vida, la proceso, me oriento, recargo la energía para volver a darme bien a otros. Sin embargo, nunca he querido sentirme sola, y para esto no tengo una fórmula tan sencilla. Esté sola o acompañada, incluso por las personas a las que más quiero y que más me quieren del mundo, a veces me asalta el sentimiento de soledad. Si tengo una familia y grandes amistades que me quieren bien y a las que yo adoro, ¿por qué me siento sola?
Creo que uno puede ser el más querido y sentirse solo porque somos limitados. En palabras de Iván López Casanova «uno no puede ser para el otro todo aquello que le gustaría ser». Cuando me sé limitada conecto con la limitación de los demás y puedo continuar sintiéndome sola, pero ya no sufro —tanto—. Le abro la puerta al sentimiento de soledad y dejo que entre en mí sin miedo, con confianza, pero con los ojos bien abiertos para no dejar que me aísle. Al final siempre se acaba marchando y, una vez lo hace, quiero pensar que me deja mejor. Creo que ablanda mi corazón. Haberme sentido sola me ayuda a ver la soledad de otros hasta casi sentirla con ellos. Y quisiera abrazarlos hasta el límite, que no sintieran ni una pizca de soledad, pero nunca puedo ni voy a poder del todo. Porque somos humanos. Porque yo soy yo y el otro es otro. A veces se me olvida. Pero ya está ahí mi soledad para recordármelo. Para no acostumbrarme. Escrito por: Natalia Pacheco Infante Son las 8:09 de la mañana y estoy en la estación para ir a clase. Ver amanecer desde el tren me ayuda a reflexionar cada día. Me gusta pensar que el transporte público contribuye a la unidad del mundo. Veo gente de distintas edades, españoles y extranjeros, unos en traje y otros en chándal... Todos ellos en un único vagón.
Pero me atrevo a decir que nadie sonríe. ¿Qué les pasa? Quizás estén dormidos; es temprano. Pero cuando vuelvo a casa por la tarde tampoco veo sonrisas. Quizás sigan dormidos ¿dormidos para siempre? ¿Serán felices? ¿Qué me hace a mi feliz? Un café con los amigos, pasear por la playa, escuchar mi canción favorita, que mi abuela haga la comida que me gusta... Pero ¿es todo esto suficiente? ¿Qué es ser feliz? Y yo ¿soy feliz? Tengo millones de preguntas. A veces tengo miedo a la felicidad, a dar todo de mí y decepcionarme, a que la realidad no sacie mis -quizás demasiado exigentes- expectativas. Por otro lado a menudo percibo que los niños parecen siempre felices. Les es muy fácil sonreír incluso cuando algo no va bien. Y es que no se paran a pensar en las consecuencias, no construyen laberínticos caminos en busca de respuestas. Simplemente viven hoy sin querer averiguar qué va a pasar mañana. Y entonces yo me pregunto ¿es posible hallar la felicidad en cualquier circunstancia? Mi corazón desea ser feliz en cada instante, cuando hay exámenes, cuando me equivoco, ser feliz incluso ante el dolor... ¿Hay algo que dure para siempre? ¿Existe la eternidad? Resulta que es vital y entretenido esto de las preguntas. Pero ¿sabes qué? Un día en medio de todos estos pensamientos encontré sonrisas en el tren. En el tren de las 8:17, al final del primer vagón. Dos chicas que hablan, ríen... Ellas no van dormidas, me atrevería a decir que son felices ¿será que la compañía contribuye a la felicidad? Pocos días después esas dos chicas tienen nombre y apellidos. Ya no cojo el tren de las 8:09. Aunque me pierda el amanecer, prefiero ir en el de las 8:17, y subirme al final del primer vagón. Era necesario salir de mi zona de comfort: de mi tren habitual, del vagón más accesible. Era necesario ser un poco niña para descubrir que la vida es mucho más simple, que la felicidad no entiende de idiomas o edades: ningún corazón está excluido de ese deseo. Era necesario todo esto para descubrir lo verdadero, para experimentar que la felicidad solo es real cuando es compartida. Me doy cuenta de que -aunque a veces intente negármelo- sé perfectamente dónde puedo encontrar la felicidad: existe una eterna sonrisa. ¡Qué impresionante su poder! |
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