Escrito por: Sylvia de Carlos Fotografía por: Vivian Maier Por las noches es cuando más me paro a pensar. Ese momento en el que abres la cama, y te vas mentalizado de que la jornada llega a su fin, de que mañana llegará un día nuevo, y con ello todas las preocupaciones se irán contigo a soñar. Cómo me cuesta aceptar todas las incertidumbres del día a día. Cómo me cuesta conformarme con mis circunstancias. Voy entiendo que muchas de las cosas siempre se me escapan y que no voy a entender todo por mucho que me empeñe o pida explicaciones. No puedo controlar todo, y me tocará conformarme con muchas de las cosas.
Siempre dicen que conformarse es malo, pero no lo creo así del todo. Porque es distinto conformarse que quedarse indiferente. No me quedo indiferente ante las injusticias y los sufrimientos de los otros, sino que soy partícipe de cada conversación y de cada sufrimiento ajeno. Y es que lo contrario al amor es la indiferencia. A veces, no te queda otra que conformarte con lo que hay y con lo que uno es, aceptando y amando las limitaciones que cada uno tiene. Y en la medida de lo posible ir desconformándose. Porque el alma, porque la vida, siempre pedirá y exigirá más. Pero, ¿y quién soy yo? ¿Soy acaso lo qué los demás piensan de mi? ¿Soy un anhelo? ¿Seré acaso un suspiro desdichado? Siempre he visto el amor propio como algo egocéntrico, pero ahora comprendo que entre los entresijos del alma se esconden las verdades más puras y nuestros deseos más sinceros. Es en el alma donde se inscriben las ilusiones, las alegrías, las penas. Es en la introspección de uno mismo donde descubres cuál es tu papel en esta vida y qué es lo que se te pide. Conocerse es una tarea seria que dura toda la vida, y amarse a uno mismo es un laberinto y una lucha interna. Y sobrellevar las cargas del alma se hace pesado y agotador. Ahora entiendo que yo soy mi mejor proyecto de vida, que autorrealizarme es la mejor inversión que haré. Que solo yo decidiré si me conformo o si soy indiferente.
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Escrito por: Sylvia de Carlos Fotografía por: André Kertész El otro día acudía a una charla en donde el ponente exponía que constantemente el mundo nos estaba exigiendo destacar: ve a la mejor universidad, saca las mejores notas, ten muchos amigos, ten éxito profesional...
Y frente a estas abrumadoras tareas que la sociedad nos exige disruptivamente, él nos decía: ¡esconderos! En ese plano de realidad que os ha tocado vivir. No busquéis destacar. ¿De qué os sirve todo eso? Parece que por estar en medio del mundo debemos hacer cosas grandes, que hay que dejar huella. Y ahí dejo que nuestra mente volara para que la fuéramos moldeando libremente. Mis pensamientos siempre han ido en su línea. Sin duda a cada uno se nos encomienda una misión y no creo que a todos se nos pida cambiar el mundo. Más bien creo que el enfoque es otro. Pienso mucho en el día a día, y reconozco que pensar en el futuro me da pánico, porque el futuro siempre es incierto. Y lo único que tenemos bajo control es el instante presente. ¿Qué me toca hacer ahora? Pienso que en la monotonía del día a día, en las jornadas sin grandes hitos, es donde uno proyecta las cosas más duraderas. Así lo expresa Jesús Montiel: "en cada segundo de nuestra vida, bajo el polvo de la costumbre, está escondido el Paraíso". Yo no quiero dejar huella en el mundo, yo quiero dejar huella en cada corazón con el que me encuentro, quiero que desde este rincón pequeño de mi habitación pueda ir forjando una personalidad fuerte y humilde. Para así servir a muchas almas, con mi trabajo, con mi amistad, con mi amor. De corazón a corazón. Escrito por: Sylvia de Carlos Fotografía por: Ruth Orkin Desde mi ventana te veía pasar. Admiraba cómo el viento acariciaba con un soplo a los árboles que se movían como si de un baile lento se tratase. También veía cómo el sol asomaba por las mañanas, y cómo se escondía cuando llegaba la noche. Veía a la gente pasar con sus caras llenas de diversas expresiones. Siempre me ha encantado imaginarme qué es de su pasado, a dónde van, de dónde vienen, con qué sueñan, en qué piensan, a quién aman... A veces pasabas tan rápido que apenas te llegaba a percibir durante el día. Si es que a veces iba acelerada a todos lados... Y se me olvida que tú eres un regalo y no un esclavo de mis deseos y anhelos, que no puedo exigirte porque no me debes nada. Cuántas veces me arrepentí de no haber hecho tantas cosas, cuántas veces he sido impaciente y no te he cuidado. Pero a la vez, cuánto he disfrutado del instante presente, de una conversación, de un paseo...
Me costó entender que cada cosa tiene su ritmo, que no puedo pretender abarcar todo, pero sí puedo aprovechar cada instante que me regalas, que aún puedo seguir admirando la belleza de tantas cosas buenas que me ofreces. Supongo que así eres tú, que no entiendes de ideas, de sueños, del querer. Es el tiempo quien arrasa con todo, y el que da sentido a todo. Escrito por: Sylvia de Carlos Fotografía por: Eva Besnyö Por la noche, en silencio y a oscuras es cuanto más te siento. Al final de la jornada, estudiando, al llegar a casa, en el metro, en las calles vacías... ahí estás esperándome.
Y todos los días vienes a saludarme, unos días es un saludo largo, otros corto, otros es un saludo afable, y otros es tormentoso, contigo casi nunca se sabe. Eres una mezcla de sentimientos, que me invade y que vive en mi. A veces me paralizas... y eres una lucha interna. Pero que bonita lucha, cuán necesaria eres. Cuanto te he querido y odiado a la vez. Muchos te detestan, te evitan... y otros muchos te anhelan. ¿Pero sabes qué? Qué no sabría, ni podría vivir sin ti, y a la vez es que no quiero estar sin ti. Porque te necesito, porque eres una parte esencial en mi ser. Porque haces que descubra cosas que yo misma quiero negar. Y a la vez haces que quiera sacar toda la belleza de mi ser. Te pido por favor que no me dejes nunca, Soledad. Escrito por: Sylvia de Carlos Pensé que conocía a mis amigas, y que curioso... cada día descubro algo nuevo en ellas. Un detalle, un defecto, una manía, una virtud. Pasar tiempo con cada una, que me cuenten sus alegrías, sus tristezas, sus problemas. Pensé que jamás diría esto: que bonito es pensar que yo formo parte de ellas y que ellas forman parte de mi. Sentirse correspondida. Que soy quien soy gracias a ellas. Que nos complementamos, que nos juntamos y que sé que tengo un hombro donde llorar, donde reír, donde disfrutar, donde recomenzar. En definitiva, un lugar donde ser yo. Y un yo en mayúsculas, porque no tengo que tapar mis heridas, no tengo que fingir alguien que no soy, no tengo que maquillarme. Pensé que las amigas eran algo accesorio, pero he descubierto que son algo esencial. Son un regalo. Y no quiero dejar de desenvolver ni un solo día. Siempre he pensado que lo mejor que puedes dar al otro es tu tiempo. Yo no quiero malgastar ni un solo minuto. Quiero redescubrir cada alma.
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