Una de las mejores cosas de hacer Punto de Encuentro (PdE) es la oportunidad de acercarnos a personas con quienes compartimos inquietud y camino. Una de ellas es Luisa. Y es que, el día que no venga a uno de nuestros cafés, la vamos a echar de menos. Mucho. Luisa lidera junto con otros compañeros Revista Febrero* (RF), y cuando nos propusieron hacer una colaboración, no lo dudamos. El resultado: esta conversación con Nicole Pretell y Luisa Ripoll de Revista Febrero sobre lo que une nuestros proyectos. Amistad, encuentro, cultura. Esperamos que disfrutéis tanto como nosotras al acercaros a estas dos inspiradoras mujeres.
* Revista Febrero es una publicación trimestral de poesía e ilustración. Su principal objetivo es crear un espacio abierto y colaborativo para artistas jóvenes. En su cuenta de instagram (@revistafebrero) ofrecen contenido cultural, y en su edición impresa (en DIN A6) incluyen textos y dibujos de nuevos autores. Teresa (PdE): ¿Cómo ha influido la amistad en la creación del proyecto? Luisa (RF): Creo que la amistad dio al proyecto su impulso inicial, y en el día a día la amistad sigue siendo el motor. En una empresa los lazos se construyen por unos motivos: el trabajo, y después la remuneración económica. En RF no nos une el dinero, así que (al principio del proyecto sobre todo) la amistad supuso una estructura sólida de colaboración sobre la que construir. ¿Y para vosotras? ¿Cómo influye la amistad? Lucía (PdE): PdE es un proyecto que se nutre mucho de mi amistad con Te, para mí es inconcebible sin ella como fondo. Lo que descubrimos juntas, lecturas que disfrutamos… está presente en PdE de alguna manera. El otro día compartía con Te que creo que cuanto más cerca está el proyecto de nuestra amistad, mayor bien somos capaces de crear, así que es un reto que tenemos juntas, mantenerlo lo más cerca posible. Cuando se aleja, pierde vida. Nuestra amistad es el corazón. Además, también esta ha crecido con el proyecto y el tiempo compartido que requiere. Por eso para mí hacer PdE es un regalo, porque me permite disfrutar más de Te. Teresa (PdE): Lu me decía la semana pasada que había que darle una vuelta a PdE. Pues aunque habíamos introducido un nuevo formato, habíamos vuelto a caer en la misma dinámica de programar y olvidarnos, en una dinámica de cumplir. Lo que Lu echaba de menos de PdE era que fuese un proyecto nuestro, que fuese algo compartido en nuestra amistad. El contenido que ofrecemos tiene sentido en la amistad. Recuerdo que en los comienzos de PdE, hablé un día con mi padre y me dijo: “Te, el sentido de PdE es Lu. El resto son caras abstractas, no sabes quién está detrás. En cambio, ella es una persona concreta. Así que el sentido es ella y tu amistad con ella”. Así que Lu es todo para PdE y además, PdE ha sido mucho para mi amistad con Lu: me ha permitido conocerla más, hablar con más regularidad, tener conversaciones íntimas, descubrir a personas juntas y construir algo común. Luisa (RF): Siendo el encuentro una experiencia que tenemos ambos proyectos tan fuerte, os pregunto: ¿es extrapolable a cualquier esfera de la vida? Vosotras, el encuentro que experimentáis en vuestra amistad, lo estáis volcando en otro ámbito, como es un proyecto en conjunto. Me gustaría pensar que sí, que el encuentro puede darse siempre, pero ¿qué opináis? Teresa (PdE): La amistad con Lu ha marcado otras relaciones porque parte de lo humano. Eso es lo que nos ha unido: partir de lo humano. No parte de pensar lo mismo, de tener gustos parecidos, sino de acercarse a lo real desde mi humanidad. De hecho, creo que, precisamente, este planteamiento es la clave del encuentro. Lucía (PdE): El encuentro te transforma, te hace madurar, entonces es inevitable vivir otros ámbitos de tu vida en clave distinta, mejor. Por ejemplo, gracias a Te he descubierto partes de mí que no conocía, una sensibilidad que incluso antes negaría. Y esto marca todas las esferas de la vida. Gracias a Te y nuestro encuentro mis amistades y mis relaciones se han recolocado, se han ordenado, también diría que me atrevo a mostrarme más. En nuestra amistad he desaprendido muchas cosas para aprender a relacionarme conmigo, con otros y con la realidad. Teresa (PdE): Creo que cuando uno ha tenido una experiencia de encuentro es muy difícil no plantear, ya, la vida así. Es cierto que muchas veces sigo buscando la confrontación pero ahora ya tengo de dónde partir. Al comenzar la carrera, me encantaba debatir, hablar de política y discutir. Desde PdE huyo bastante de la confrontación porque creo que es hablar por hablar y discutir por discutir. Y además, la mayoría de veces, sólo aleja. ¿Qué experiencia tenéis vosotras? ¿Habéis tenido experiencia de este encuentro en Revista Febrero? Nicole (RF): Mientras os escuchaba recordaba la conversación que tuve hace poco con una amiga sobre el arte, en la que me dijo que se sentía algo egocéntrica por querer expresar y compartir sus escritos, sus fotos, su visión del mundo. Yo le dije que la creación posee o proviene de una fuerza que nos sobrepasa e impulsa a expresar. En la poesía griega el creador o artista no es más que un medio, un envase a través del cual las musas o dioses se expresan. Por tanto, todo lo creado es sagrado. No nos pertenece. Compartir, en ese caso, me parece generoso y enriquecedor para los demás. Gracias al encuentro con el otro nos atrevemos a ser más nosotros, a vivir desde la abundancia y la valentía. Gracias a mi encuentro con Luisa formo parte de Revista Febrero. Gracias a esa pequeña “ventana al mundo en DIN A6” he podido experimentar la riqueza que une y la alegría de impulsar a nuevos artistas a mostrar lo que crean. Luisa (RF): En nuestro proyecto el encuentro no aparece de un modo tan visible como en el vuestro. Pero claro que veo encuentro. El encuentro puede parecer una relación muy dirigida, de la que forman parte solo dos personas. Por ejemplo: entre mi amiga Nicole y yo. Pero precisamente porque es encuentro, entre esas dos personas cabe el mundo entero. Eso permite que el encuentro no sea solo hacia Nicole, sino también hacia el amor por la poesía, por la vida, por el arte, por la cultura. Esto lo decía por ejemplo Erich Fromm en El arte de amar (no sé si os lo habéis leído; me lo leí en cuarentena). Cómo a través de la persona amada acabas amando a todo el mundo, porque todo es distinto cuando amas. Es muy bonito. Yo lo veo así: a lo mejor a nuestros lectores leer Revista Febrero les acerca de un modo nuevo a la poesía, que les hace conectar y descubrir muchas cosas que no sabían que estaban ahí. Lucía (PdE): Nos contabas, Luisa, sobre el día en que, habiendo comprado la entrada para el museo Thyssen y estando ya allí, decidiste marcharte porque finalmente no había podido estar contigo tu mejor amigo. Me gustaría preguntaros, en vuestra experiencia, ¿qué nos aporta vivir la cultura en compañía? ¿Qué cambia el vivir la cultura desde la amistad o, al menos, no desde la soledad? Luisa (RF): Esto lo hablamos mucho en un grupo de trabajo sobre “La belleza que aún queda”. Una de las intervenciones fue más o menos así: «Me acuerdo de ir a un museo con mi amiga Isa, y que ella me dijera: “mira, Abraham, este cuadro suena. Tiene música.” Y vi el cuadro como si fuera un cuadro completamente distinto al que habría visto yo solo, porque lo estaba viendo a través de sus ojos.» Me pareció un testimonio precioso. Es así. La cultura la puedes vivir solo porque te conecta con muchísimas cosas: la exploración, lo trascendental, lo que tengas dentro... Pero también es muy bonito vivirlo en compañía. Creo que son dos experiencias distintas. Nicole (RF): Cuando experimentas la cultura desde la soledad puedes observar con más sosiego, descubriendo y estableciendo conexiones entre la obra y tu experiencia vital. Al estar con una persona estás más emocionada, por lo que todo aquello que te pueda suscitar el cuadro es buen motivo de conversación. Eso al final es lo bonito de compartir cultura: crear espacios comunes. Para T.S. Eliot la cultura es una actitud espiritual y cierta sensibilidad que lo orienta, por eso, ambas experiencias para mí se retroalimentan. Vivir la cultura desde la esfera privada nutre esa sensibilidad, esa forma de mirar. Después, compartirla con otro sigue expandiendo esa mirada. Todo esto me gusta relacionarlo con la mirada, la cultura te abre la mirada a lo que eres. Deshabitar la cultura sería deshabitarnos a nosotros. Teresa (PdE): Habéis hablado de que cuando uno vive la cultura en soledad, se da más en la intimidad, hacia lo interno. Cuando habéis vivido la cultura, ¿el otro me ayuda a entrar en mi intimidad? Luisa (RF): Yo creo que sí. Tengo una amiga con la que quedaba para escuchar álbumes, entonces el plan era: ir a un parque, ponernos un disco, y escucharlo juntas. Precisamente un ejercicio así muestra que son dos caminos paralelos, que no son excluyentes. En ese momento, estás viendo cómo le influye a la otra persona la música, cómo crece, cómo es esa persona, cómo reacciona... y a la vez estás viendo cómo influye en ti. Incluso habría un tercer camino: ver cómo os influís mutuamente. Creo que es muy rica la búsqueda. Erich Fromm también lo decía: buscando a la otra persona, te conoces a ti mismo. Descubres tu propio yo a través de la alteridad. Pero aún así es distinto. El foco no diría que está en otras cosas, pero sí en otros medios. Cuando estás con alguien, disfrutas también de la relación. Cuando estás tú solo, lo normal es notar menos tu propia compañía que la de otra persona, así que puedes centrar más la atención en el objeto en sí. Nicole (RF): Después de hablar con alguien y mantener una conversación profunda suelo irme a casa como un signo de interrogación bien grande, llena de preguntas. El otro me interpela y me hace cuestionarme ciertas cosas. Luego, cuando ya estoy en casa, escribo un poco, y, en silencio, reflexiono sobre lo hablado, ya lo puedo procesar. Pero cuando estoy con esa persona centro mi atención en ella, veo todo el paisaje de lo que me está sucediendo o de lo que me podría suceder; y, solo después, desde la distancia y el tiempo lo entiendo. Como cuando te dicen que es muy importante dormir bien antes de un examen para consolidar conocimientos. Pues igual con la intimidad. Cuando estoy en soledad asimilo y proceso las cosas, cuando estoy con el otro las experimento. Luisa (PdE): El encuentro es algo súper certero, sabes que está ahí, te da sentido. Pero ¿a vosotras también os provoca, como dice Nicole, el haceros preguntas y el no estar seguras de nada? ¿Cómo encajáis las preguntas y la incertidumbre existencial con algo que es tan seguro y que tiene tantísima presencia? ¿Qué os suele pesar más en vuestro día a día? Teresa (PdE): El encuentro no elimina las ideas que uno tenga o la vida que uno lleve. No elimina lo que uno cree pero sí lo abre. El encuentro permite que no te aferres a tus creencias o a tus ideas, te da apertura para reconocer que no posees la verdad y así, se da la posibilidad de caminar con otros en esa búsqueda. Si el encuentro invalida lo que uno es, no es encuentro. Lu y yo nos encontramos porque ella es Lu y yo soy Te y somos distintas. De hecho, las conversaciones en las que uno no sabe y el otro tampoco, no llevan a nada. La riqueza del compartir es precisamente que uno ha vivido “A” y el otro ha vivido “B”, aunque sean experiencias distintas. En ese sentido el encuentro no elimina lo que uno es, pero abre tu experiencia. Lucía (PdE): Distinguiría dos preguntas. ¿Cómo convive el encuentro con la incertidumbre de la vida? ¿Y el encuentro entre dos personas distintas con las creencias o ideas de cada una? Respecto a la primera pregunta, en mi experiencia, suele pesar más el encuentro. Mi incertidumbre existencial suele acabar siendo calmada en el encuentro. Creo que el encuentro, cuando se da, me regala paz, certeza, más que preguntas. Para ello hay que estar dispuesto a desprenderse de las propias ideas, salir de uno mismo, abrir el corazón. Si no no hay camino compartido, sino dos personas contándose sus respectivas vidas. Por otro lado, cada uno de nosotros somos más que nuestras ideas y creencias. Lo primero que somos es seres humanos, y es desde esta experiencia desde donde siempre nos hemos relacionado Te y yo. Sin excluir nuestras ideas o creencias, siendo con todo y queriendo mucho al otro tal y como es. Cuando dos personas se relacionan desde ahí y se abren el corazón es cuando se da el encuentro, que educa interiormente y acompaña. Cuando me he encontrado con Te nunca la he mirado desde lo que la diferencia de mí, solo como mi amiga en quien confío. Y ahora que lo pienso creo que esto es clave. Cuando una persona te reduce a la imagen que tiene de ti, lo que dices, lo que crees... no te está viendo, y eso tú lo percibes. ¿Cómo convive el encuentro con mis creencias o ideas? Diría que las hace madurar, ser más ajustadas a la realidad, más verdaderas. Creo que la verdad nos une y que el encuentro nos libera y nos aleja de la mentira. Lucía (PdE): Hemos estado hablado de cómo vivimos la cultura. Creo que, con los años, yo he aprendido a vivirla. Antes me preocupaba más que ahora por el conocimiento, era más “consumidora” de cultura -si es que tal cosa es posible-. Como quien salta de una obra a otra, o de un dato a otro, sin el tiempo y el silencio que se precisa para vivirla. Además, cada vez busco más una cultura cercana a la vida cotidiana, silenciosa, desposeída de ego, ideas, ruido. Por eso quería preguntaros, ¿puede la cultura alejarnos de la vida? ¿Qué cultura nos acerca a ella? ¿En qué sentido puede la cultura llegar a deshumanizarnos? Nicole (RF): Cuando leí esta pregunta pensé: “¡¿puede la cultura alejarnos de la vida?!” No entra en mi cabeza. Después me acordé de la película de El indomable Will Hunting y canalicé la posibilidad de “cultura individualizante” con el ejemplo del protagonista. Una persona que conoce mucho, y es muy crítico con la realidad, pero que no ha vivido eso que dice conocer. En una de las escenas más conocidas su profesor se lo recuerda: “tú sabes mucho de esto, pero no lo has vivido”. Por eso, para mí no vale solo con saber sobre cultura, tienes que vivirla. La cultura debe acercarte a la vida. Si existen cuadros como “”El beso” de Klimt es porque alguien vivió o sintió algo tan fuerte que necesitó expresarlo. Considero que últimamente nos alejamos de estos temas porque nos hemos centrado más, como sociedad, en tener que en ser. Y algo bonito de la cultura es que genera incomodidad, te plantea cuestiones. Sin embargo, parece que hoy en día buscamos en la cultura una evasión de la realidad, confundiéndola con mero entretenimiento. Nuestros nudos emocionales, en vez de ser enfrentados, se apartan a un lado para vivir la cultura como si fueran unas vacaciones mentales. Me parece un poco triste, porque la cultura, sobre todo, te hace crecer y entender. Luisa (RF): Cuando has preguntado sobre la cultura del encuentro, yo he pensado en lo que se suele decir: que la cultura es un diálogo eterno e intergeneracional. Como decís vosotras siempre, el encuentro se genera de compartir algo que has vivido. ¿Cómo lo compartes? Con la conversación, ¿no? Así, cuando lees un libro o ves un cuadro, te encuentras con el autor, que te está diciendo cosas. Estáis conversando. En definitiva, la cultura bien vivida es un encuentro. Pero claro, no siempre se vive bien. La deshumanización del arte está relacionada en parte con cómo están las cosas. Con la capitalización del arte, el ser humano puede desplazarse del centro más fácilmente. El arte ahora, además de arte, es un negocio. Con el concepto de arte ahora interfieren el marketing, el mercado, el dinero. Pero bueno, cosas que pasan. Es un fenómeno difícil. Nicole (RF): No se puede mercantilizar la cultura. En La utilidad de lo inútil de Ordine, se entiende claramente esta idea. Ciertos aspectos de nuestra vida deben ser inútiles: el arte tiene que ser inútil, porque siendo inútil es muy valioso. Si no pierde su esencia, como defiende Oscar Wilde al principio de El retrato de Dorian Gray. Iniciativas como Punto de Encuentro o Revista Febrero tienen su encanto en esa separación de lo mercantil, lo productivo o lo útil. Teresa (PdE): ¿Cuál es el futuro de RF? ¿Y de PdE? Nicole (RF): Todo el proceso que se vivió fue muy intenso y el trabajo de Luisa -como el de Juanan- fue increíble. A mí lo que más ilusión me haría sería que esa creación artística que motiva la revista siga creciendo. Dar visibilidad, generar confianza y que los artistas vean una oportunidad y un espacio de creación en Revista Febrero. Algo que también me haría muchísima ilusión, aunque ahora por el Covid-19 no se pueda, sería organizar encuentros en los que abordar ciertos temas desde el diálogo, el arte, la pintura… Generar cultura. Lucía (PdE): Me gustaría seguir creciendo en nuestra amistad junto con el proyecto y que de ahí consigamos plantear los mismos temas, las mismas preguntas, siempre de una forma original, nueva, viva. Me gustaría también compartir café con personas que nos siguen y nos escriben por redes a las que no conocemos, crear una comunidad más presencial y poder disfrutarla. Teresa (PdE): Lo mismo, la verdad. La clave me la dio el otro día Lu: que PdE siempre parta de la amistad. El origen y sentido del proyecto. Y que nos ayude a vivir mejor. Estas iniciativas tienen sentido si no distraen de la vida, si te ayudan en tu día a día, en tus problemas y alegrías. Ojalá PdE y Revista Febrero tengan su eco en nuestras vidas concretas.
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Escrito por: Teresa García de Santos Apenas puedo concentrarme en los apuntes de Derecho Administrativo. Al otro lado de la pared, mi madre inicia a sus pequeños alumnos en la letra “i”. Iguana, iglú. Atraída por su elevadísimo tono de voz, caigo en la tentación de posponer el estudio para concentrarme en su explicación. No alcanzo a comprender la predilección por las complejas técnicas para atraer la atención del público. Constantemente olvidamos que somos sencillos. Que no existe, para un hijo, imán más potente que la voz de una madre. Incluso en la adolescencia -etapa en la que el oído se tapia- el consejo, la reprimenda o la enhorabuena llaman a la hermética puerta. Algunos padres -desanimados- se terminan abandonando al silencio. Los pobrecillos desconocen que, aunque el armazón no cede con su palabra, sí se desempolva. Y eso es suficiente.
Pero el despiadado virus no sólo está poniendo a prueba su garganta, sino también su cansancio. Mamá nunca había regresado del colegio tan agotada. El avance de los años, el número ingente de preescolares y, esencialmente, la desmesura de su amor por ellos, la relegan al sofá según entra en casa. El chocolate negro con almendras, la siesta de los fines de semana y las comedias románticas insulsas, parecen reanimarla por momentos. Sin embargo, en cuanto llegan a su fin, dejan su vitalidad aún más mermada. ¿Qué podrá ayudarla? ¿Qué podrá descansarla? La preocupación puebla los corazones de mi casa. La respuesta nos descuadra. Un cáncer en el ovario han detectado a mi tía y mi madre, siempre atenta y diligente, se dirige prontamente. Tras cinco días en su ausencia, regresamos a buscarla dispuestos a aliviarla. Pero al encontrarla, a penas la reconocemos. Entrelaza risas con bromas e ironías. Baila jotas castellanas y rememora canciones populares. No alcanzo a comprender semejante fiesta. ¿No eras el vigía de sus noches, el despertador de sus mañanas? ¿No eras el suministro de sus medicamentos, la tomadura de sus tensiones? ¿No eras el albornoz de sus baños, la esponja de sus quejas? ¿No eras la cura de su cicatriz, el bastón a cada instante? ¿No eras la acción de su mirada, el paño de sus lágrimas? ¿Quién te ha hecho a ti, mamá? ¿Por qué descansas en el servicio y te fatigas en el sueño? ¿Por qué te alegras con el enfermo y te entristeces con el perfecto? ¿Por qué el sofá no te hace efecto y sí dos horas de sueño? Añoraba a mi madre. La extraño siempre. Esta es la herencia del hijo, el cordón umbilical cortado. El dolor de mi tía me la ha devuelto. ¡Ahora lo veo claro! Sólo el servicio trae alegría. Sólo él engendra el descanso. Escrito por: Teresa García de Santos Fotografía vía: @mikinaranja No he conocido a Miguel Ángel Herranz (@mikinaranja). Tampoco sé lo que es perder a un padre, un marido, un hijo o un amigo. No conozco la muerte. Pero sí el desamor, que — creo — se le parece. En cuestión de segundos se pasa de la presencia a la ausencia, del todo a la nada, del hogar a lo ajeno. No entienden de transiciones y su rasgo característico es la brusquedad. El problema está en que el corazón — que es quién las vive — posee una naturaleza inversa. Camina y digiere con una lentitud y una suavidad que son dignas de un profundo análisis. No sabe amar y desamar, recordar y olvidar, albergar y desterrar. Esas “y”, el pobrecillo las proclama de forma tan sostenida que incluso, a veces, la palabra siguiente nunca llega a deletrearse.
Yo siempre he sido de alargar mucho esas “y”. Quizás pueda deberse a que mi estación es el otoño: transición entre el verano y el invierno, el calor y el frío, lo externo y lo interno. Y sobre todo, entre las frondosas copas y las desabrigadas ramas. Pero hoy, día siguiente a la muerte del poeta, mientras paseaba por la Castellana, he descubierto que entre el verde y la ausencia, las hojas se pintan de rojo, naranja y amarillo. Y están más hermosas que nunca. Es curioso. Los árboles justo antes de desnudarse, se embellecen. Podrían resignarse, ir muriendo discretamente, pero no. Miki se ha parecido a ellos. Moribundo se ha lucido y a mi — sin conocerme — me ha deslumbrado. Su otoño ha sido bellísimo. No quiero pensar en su primavera. Escrito por: Teresa García de Santos Fotografía por: Vivian Maier Examinaba mis piernas mientras subía las escaleras de la preciosa playa de Carvalho. Y, sin pedir ningún tipo permiso, las preocupaciones y los ojalás corporales me apresaron. Definitivamente tengo que hacer esos ejercicios de tripa. Con cinco kilos menos estaría mucho mejor. Y con mi ancha espalda tendría que hacer algo también. Absorta en mis complejos físicos había recorrido más de la mitad de los peldaños. Paré un instante para ver por dónde iban mis padres y, realizada la comprobación, me dispuse a retomar mi penosa — y tan habitual — tarea. Pero al voltear la cabeza, mis ojos toparon con un río de alegres árboles que parecía deslizarse por la ladera. Se apiñaban unos junto a otros y sus frondosas copas invitaban a tenderse sobre ellas. ¡Era espléndido! ¿Cómo no me había fijado antes?
Y sucedió el milagro. De inmediato le cayó de los ojos algo como escamas, y volvió a ver. Vi dos mundos. El de mi ceguera, mi ensimismamiento, mis penas. Y el de los árboles, el atardecer, el océano. Se oponían. Cabeza gacha frente a mirada al horizonte. Ceño fruncido frente a sonrisa despreocupada. Reproches continuos frente a agradecimiento espontáneo. Manos reivindicando frente a brazos abiertos. Escaleras interminables frente a peldaños inapreciables. Respiración entrecortada frente a plácidos suspiros. Nunca lo había visto con tanta nitidez. ¡Cuánta belleza me había perdido en mi vida! Y por consiguiente, cuanta alegría. Pero incluso vi algo con mayor claridad. Mi constante ensimismamiento aún tenía un remedio: la belleza. Ante ella, mi corazón aprovechaba la ocasión para huir y descansar de mi. Estaba demasiado ocupado contemplando los majestuosos árboles y el imponente atardecer como para preocuparse por niñerías. Y ser consciente de esto, de que la belleza aún tenía el poder de salvar el mundo —o al menos, a mi misma—, me esperanzó. Ni mi pobreza, ni la aflicción tendrían la última palabra. Escrito por: Teresa García de Santos Fotografía: Gianni Berengo Gardin Últimamente digo, con cierta frecuencia, que “soy salvada”. Pero el otro día me pregunté qué quería — exactamente — decir con ello. ¿Es acaso una frase hecha? ¿Una expresión bonita? ¿Una aspiración religiosa? Entonces recordé las situaciones en que me había descubierto salvada. ¿Salvada de qué? De lo que podía esperar, de lo que — razonablemente — me correspondía. Cuando uno tiene un día gris, un día de lágrimas abundantes, de enfado permanente, no espera sino que termine de la misma forma. Cuando uno descuida a las personas queridas, no les pregunta, escucha o llama, no espera sino que la desatiendan de forma correlativa. Cuando uno habla injustamente a su madre, eleva el tono y responde con arrogancia o menosprecio, no espera sino que le contesten de la misma forma. Y sin embargo, sucedió lo contrario a lo que — lógicamente — podía aguardar. La escucha y cariño de una amiga, propiciaron que mi día de lágrimas — sorprendentemente — finalizase con alegría y buen humor. La gratitud de mi abuela en cada espaciada — y por ello, descuidada— llamada, borraron cualquier tipo de reproche a su nieta ensimismada y poco atenta. El silencio de mi madre y su subsiguiente entrega, esfumaron en un chasquido la fealdad de mis palabras, a ella dirigidas.
Ser salvada es la esperanza para mi desastre, el alivio para mi culpa, la alegría para mis penas. El amor no es justo. No sé a quién se le pudo ocurrir eso. Y menos mal. Escrito por: Teresa García de Santos Fotografía: Ben Zank «Desde pequeña me gusta la política. Dedicaba horas a informarme, tomaba una posición y la defendía férreamente. Y así entré en la universidad y empezó a ser un problema. En mi clase no sólo encantaba la política, sino que además había opiniones muy formadas y distintas a las mías. Y esto me enfadaba y me alejaba. Tras las discusiones sólo advertía las diferencias entre ellos y yo.
Pero con el tiempo empezaron a surgir nuevas conversaciones: sobre el amor, sobre cuestiones y preocupaciones personales, sobre aspiraciones e incertidumbres de futuro. Los debates intelectuales sobre aquellos autores cedieron su puesto a los diálogos experienciales sobre nosotros. Y aquí ya no había enfado, ni diferencia, ni confrontación. Ante un desamor doloroso, un abuelo fallecido, un noviazgo ilusionante, una amistad deteriorada, no había partido que tomar. Sólo escucha y acogida. Acogida no por exceso de bondad, sino precisamente por haber vivido la misma situación, sufrido idéntico dolor, gozado alegría semejante. ¡Qué sencillo! La humanidad se acerca en su humanidad». Escrito por: Teresa García de Santos Es curioso. Durante cuatro años pensé que me había confundido de carrera. Elegí Derecho y Economía porque quería dedicarme a la política, pero bastó un año para que se tambalease mi férrea vocación al servicio público. Con el desplome del motivo de mi elección, empezaron a surgir las dudas, a aparecer las primeras crisis: me he confundido de carrera, ¿qué hago yo aquí?, esto no es lo mío… Así, estos pasados años me dediqué a sacar — a cumplir con — las asignaturas: tiempo justo, nota suficiente. El estudio se convirtió en un obstáculo para mi felicidad. Cuánto más rápido, cuántas menos horas dedicadas, mejor.
Por dos motivos no dejé la carrera. El primero: no encontraba nada mejor, nada para mí. El segundo: mis amigos. Estaba segura — y lo sigo estando — de que nuestra promoción era excepcional: qué conversaciones las de los descansos, qué cariño entre unos y otros, qué risas tan habituales… ¡Cuánto bien nos hacíamos! La gente — en abstracto y en concreto — compensaba con creces mi desgana. Pero había un problema: el estudio — no por deseo, sino por necesidad — ocupaba una fracción de tiempo desproporcionada de mis días. Sola frente a los apuntes y con una larga y amenazante tarde por delante, entendí que para ser feliz en presente, para que la mediocridad se alejase de mi sombra, para que diese posibilidad al disfrute, para que mis horas no se esfumasen en vano, debía elegir aquello que tenía enfrente y entregarme a ello. Y todo ha cambiado. Deseo los lunes con la misma intensidad que los sábados, las asignaturas — milagrosamente — se han vuelto interesantísimas y los profesores — repentinamente — me parecen excepcionales, cada vez rehuyo menos las mañanas de estudio, las clases son la salvación de mis días grises, he dejado de ponerme tareas pendientes para hacer en clase — vamos que he empezado a atender — y voy — progresivamente — desechando la excusa victimista de mi ineptitud para el Derecho. Es curioso. Durante cuatro años pensé que encontraría la felicidad al descubrir mi pasión, mi carrera, mi vocación. Y a pesar de que nada de esto me haya sido revelado, soy muy feliz en la universidad. Nunca lo había sido tanto. Quizá el secreto se halle aquí y ahora. Quizá la felicidad consista en dar oportunidades a la realidad. Fotografía y escrito por Teresa García de Santos Me cuesta salir de mi misma, vencerme, exponerme. Tengo miedo al error, a la soledad y a no saber qué decir y qué hacer. Con frecuencia, estos [los miedos] toman forma de grandes barreras. Y cuánto más las miro, más altas se vuelven. Angustiada, casi asfixiada, decido quedarme. ¡Aquí, sin salir, estoy a salvo!
Pero mi amiga Bei, este año, me ha enseñado que es justo lo contrario: que si me quedo, me encadeno. Y me ha agarrado fuerte de la mano, hemos salido a dar un paseo y no he dejado de recibir regalos. Ahora ya no estamos en las habitaciones 403 y 404, sino a 600 km de distancia. Y a pesar de ello, su mano me sigue agarrando, recordándome cada día: que el otro es como yo, que es un bien y que para recibir hay que salir. Fotografía y escrito por Teresa García de Santos El salón de mi casa es precioso. Tiene una de las mejores vistas de Madrid, dos cuadros pintados por mi madre y una biblioteca con cientos y cientos de libros ordenados cuidadosa y alfabéticamente por mi padre. Y sin embargo, yo querría hablaros de un pequeño rincón compuesto por cuatro enchufes, dispuestos dos arriba y dos abajo. Nunca había reparado en ellos hasta este año. ¿Y qué tienen de especial? Que ahí - en esos cuatro enchufes - nos jugamos el amor. Lo más cómodo es apropiarse del enchufe más alto y más cercano. Es el que yo siempre cogía. Hasta que vi a papá. Se agachaba un poco más para dejar, precisamente, ése libre. Aluciné. Papá aprovechaba hasta un insignificante enchufe para amar. Qué locura de corazón. Que locura que sea mi padre.
Escrito por Teresa García de Santos Fotografía: Louis Faurer Mi corazón es extraño. Despierta en la oscuridad de la noche. En la soledad de mi cama. Pero no lo hace poco a poco. No se toma su tiempo para levantarse. No. De golpe se quita la sábana, el edredón y la colcha. Y se pone en pie. De un salto. Y en vez de las zapatillas de estar por casa escoge los tacones. A mi corazón no le gusta pasar desapercibido, sino hacer ruido. Que se le oiga bien, que se le escuche mejor. Y como comprenderéis, nunca habla en susurros. Mi corazón por las noches, especialmente, grita. Grita porque no quiere ser admirado, sino elegido y querido. Tal como es, incondicionalmente y hasta en el más mínimo detalle. Grita porque quiere ser correspondido. En todo su deseo. Grita porque siempre quiere más. A veces tengo la tentación de acallarle. Intento contarle un cuento para que se vaya a dormir. Y la situación solo empeora. Quizás tengo éxito un día, pero al siguiente lo hace con más fuerza. Así que últimamente he optado por dejarle gritar. Y no parece cansarse de ello. ¡Menos mal!
Mi corazón es extraño, lo sé. Aunque sé que no es el único. |
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