Escrito por: María Palos Pereira Confieso que en ocasiones me resulta difícil vivir en el presente.
A veces me descubro a mi misma recordando momentos u ojeando mi galería de fotos y fascinándome con cosas que tal vez ya había olvidado. Abro mi caja de recuerdos y descubro millones de postales y cartas, entradas a conciertos o eventos, corchos de botellas que me recuerdan a ocasiones especiales, billetes de avión, dibujos... Pienso en lo que fue y en cómo estarán aquellos con los que perdí el contacto, e incluso me planteo cómo sería mi vida si hubiese elegido otra cosa cuando tomé aquella decisión. Otras, sin embargo, me pierdo en el tiempo futuro. Navego entre las posibilidades, batallo contra la incertidumbre y cuestiono cada cosa hasta darle la vuelta al universo. Imagino y sobrevuelo. Me maravillo pensando en todas las oportunidades que regala la vida, y anhelo tener mil vidas para poder aprovechar todas ellas. Sin embargo, hay una cosa que me trae de vuelta y que me hace admirar el presente: mis amigas. Cuando estoy con ellas y río hasta llorar, me doy cuenta del valor del ahora. Cada vez que veo como se les iluminan los ojos hablando de lo que les fascina, me maravilla la suerte de tenerlas. Sentadas hablando de todo y de nada, disfruto de vivir hoy. Ahora. Con ellas soy consciente de que la vida pide a gritos que se viva intensamente. Y cada vez que reflexionamos juntas sobre lo que hemos cambiado y cómo hemos llegado a donde estamos, concluyo diciendo que la vida es impredecible, y que es cambio. Y entonces me doy cuenta de que estar en el presente es un regalo.
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