Escrito por: Sylvia de Carlos Fotografía por: André Kertész El otro día acudía a una charla en donde el ponente exponía que constantemente el mundo nos estaba exigiendo destacar: ve a la mejor universidad, saca las mejores notas, ten muchos amigos, ten éxito profesional...
Y frente a estas abrumadoras tareas que la sociedad nos exige disruptivamente, él nos decía: ¡esconderos! En ese plano de realidad que os ha tocado vivir. No busquéis destacar. ¿De qué os sirve todo eso? Parece que por estar en medio del mundo debemos hacer cosas grandes, que hay que dejar huella. Y ahí dejo que nuestra mente volara para que la fuéramos moldeando libremente. Mis pensamientos siempre han ido en su línea. Sin duda a cada uno se nos encomienda una misión y no creo que a todos se nos pida cambiar el mundo. Más bien creo que el enfoque es otro. Pienso mucho en el día a día, y reconozco que pensar en el futuro me da pánico, porque el futuro siempre es incierto. Y lo único que tenemos bajo control es el instante presente. ¿Qué me toca hacer ahora? Pienso que en la monotonía del día a día, en las jornadas sin grandes hitos, es donde uno proyecta las cosas más duraderas. Así lo expresa Jesús Montiel: "en cada segundo de nuestra vida, bajo el polvo de la costumbre, está escondido el Paraíso". Yo no quiero dejar huella en el mundo, yo quiero dejar huella en cada corazón con el que me encuentro, quiero que desde este rincón pequeño de mi habitación pueda ir forjando una personalidad fuerte y humilde. Para así servir a muchas almas, con mi trabajo, con mi amistad, con mi amor. De corazón a corazón.
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