Fotografía: Jesús Sánchez El sacerdote cántabro Ernesto Bustio, nacido en la localidad de Güemes, ha encontrado el propósito de su vida en la acogida de peregrinos en la Cabaña del Abuelo Peuto: un albergue especial no solo porque no pongan precio por la estancia, sino porque en él hay un espíritu del camino. Ernesto no solo ofrece un espacio de cobijo; la palabra acogida habla de invitar a alguien a casa, de ofrecer la sensación de te estábamos esperando. Pero Ernesto es un ser humano y tiene las limitaciones que todos: «conozco a mucha gente, y a muchos los desconozco aun conociéndolos», se lamenta. Su serena y profunda voz sale a nuestro encuentro. Está listo para ser exprimido, nos dice. Antes de nuestra entrevista nos guía generosamente en una visita por su albergue, en el que se reconoce más feliz cuanto menos suyo y más del mundo es. Ernesto nos va contando la historia que aguarda cada rincón: «los espacios son para llenarlos de vida». Al llegar a la ermita nos explica lo que denomina el camino de la vida, reflejado en los frescos de Cerezo Barredo y las palabras de Pedro Casaldáliga. «En el primer mural vemos una sociedad decaída, con personas sin ánimo. Hay representados dos títeres porque somos como marionetas dominadas por la mala política o la mala religión, que no liberan sino que esclavizan. En el segundo mural vemos lo necesario para salir de esa situación: las manos tendidas y generosas para ayudar sin diferencia de razas, los ojos de la cara y de la mente bien abiertos para ver esta situación, y los pies dispuestos a caminar (no a Santiago principalmente, sino caminar hacia la liberación). En el tercer mural vemos a los caminantes en camino, pero están buscando el camino, no saben con certeza por dónde ir. Ahí estamos nosotros, buscando caminos en la vida. En el cuarto mural dos personas han encontrado el camino. Vemos un hombre herido junto a dos peregrinos que le ayudan y un ángel sujetando la flecha amarilla diciendo el camino verdadero es la ayuda a la persona que tiene necesidad de ti. En otro plano vemos otros dos peregrinos siguiendo mecánicamente las flechas hasta Santiago sin saber nada de lo que ocurre a su alrededor: es el camino material. Es decir, esta parte del mural representa por un lado el falso camino, aunque sea materialmente verdadero; y por otro el verdadero camino, espiritualmente hablando. Representa la parábola de Jesús del buen samaritano.» «En el quinto mural se realiza el proceso del camino: servir y compartir. Una sociedad que no sirve y no comparte, es una sociedad esclavizada o que esclaviza. Steve, un amigo de Nigeria que estuvo cinco años en la cárcel del Dueso por pasar de manera ilegal a España, cuando vio esta parte del mural nos dijo está muy bien pero está incompleto. Todos nos quedamos pensativos ¿por qué está incompleto?. Y dijo porque al hombre herido lo han curado pero no lo han integrado, no está en la mesa junto con el resto. El sexto y último mural representa la liberación, simbolizada por el sol, la luz y la actitud de serenidad y paz de la gente fruto del camino recorrido. Está acompañado por las palabras de Cerezo Barredo: Para quien camina siempre hay un sol amaneciendo. Caminar es atravesar la noche con esperanza (las noches que pasamos todos en el camino de la vida: de desencuentro, de fracasos, de problemas económicos, de estudios, de trabajo…) y descubrir cada día la verdad de la utopía y la vía del amor». Dice que todos somos peregrinos de la vida, ¿por qué? La vida es un peregrinar: nacemos, crecemos, maduramos, decaemos y morimos. Ese es el peregrinar biológico. Pero además, hay un peregrinación moral de todo ser: vamos de la esclavitud hacia la liberación donde somos más condescendientes, solidarios, humildes, participativos. Es un peregrinar hacia esos valores humanos. ¿Para qué vive Ernesto? Es un pregunta fácil y complicada (ríe). Yo vivo para ser feliz y poder hacer feliz a la gente que está en mi entorno. Uno es feliz si tiene muchos valores humanos, los desarrolla y pone al servicio de los demás. Un valor esencial para mi es la convivencia, la fraternidad, el descubrir que todos somos iguales. La enfermedad del ser humano actual es el individualismo, el ego. Solo importa mi religión, mi partido político, mi economía, mi familia, mi casa. ¿Qué ha tenido que pasar en su vida para pensar que ha merecido la pena vivirla? Hay dos grandes satisfacciones en mi vida. En primer lugar, fue una enorme satisfacción los 25 años que estuve trabajando como cura obrero en el barrio de San Francisco en Santander, donde que se desarrolló un fuerte movimiento ciudadano de reivindicación. Otra gran satisfacción ha sido mi propia trayectoria como peregrino, no solo a Santiago sino como peregrino de la vida. He viajado por muchos países para conocer otras situaciones de la gente. No como turista, sino haciendo autoestop, trabajando y como podía. Ha supuesto madurar la persona a través del esfuerzo. Si tus padres te pagan el viaje o vas enjaulada en una agencia de viajes que te protege, no disfrutas del viajes; ves muchas cosas pero no eres creadora de ese viaje. ¿Qué opina sobre el trabajo y la cultura del esfuerzo? Pienso que la cultura del esfuerzo es fundamental y que el trabajo debe realizar a la persona. Vivimos en una sociedad donde nos han educado para ser cómodos. La sociedad de consumo no nos ha educado para ser fuertes y para aprender a vivir con poco sino para cuanto más tengas más vales. Y no vales cuanto más tienes, vales tanto cuanto valores humanos tienes que te ayudan a ser feliz. Cuando pasamos del límite de lo necesario para vivir dignamente, entramos en un terreno peligroso porque cuanto más tienes más quieres tener y más esclavizado estás al tener. Creo que la sociedad de consumo nos esclaviza, no nos libera. ¿En qué consiste la libertad? En el albergue solemos tener al menos una persona del Dueso que está en tercer grado. Les cuesta muchísimo entender la libertad. Algunos son más libre en la cárcel que fuera de ella porque tienen que organizarse la vida, mientras que en la cárcel lo tenían hecho. Yo les digo no olvides que el primer paso para la libertad es la disciplina. Cuando uno habla de disciplina en esta sociedad hedonista parece que te están cortando las alas y no es así. Si no somos disciplinados no somos capaces de crear la libertad, harás lo que quieras pero eso no es libertad. Libertad es hacer lo que debemos hacer, con dignidad para crecer como personas y ayudar a la sociedad en que vivimos. ¿En qué situaciones se ha sentido más libre? He tenido la suerte de ser siempre muy independiente y la independencia me ha ayudado a ser más libre. En cualquier caso, nadie es libre del todo, todos tenemos grandes limitaciones a nuestra libertad. Por ejemplo, en el año 78 estaba trabajando en el barrio de San Francisco y llevaba tiempo pensando en cogerme un año sabático, pero necesitaba el permiso de la autoridad, el obispo. La parroquia iba a quedar atendida porque había otro compañero cura que se comprometía. Entonces, estando planeado todo el viaje que iba a hacer junto con un compañero maestro que trabajaba conmigo en la construcción, voy a comunicárselo al obispo, quien lógicamente se pone de uñas. Sabía que yo me iba. Dice, cómo te voy a dar permiso si no sé qué vas a hacer, dónde vas, con quién. Señor obispo, no vengo a pedir permiso, vengo a comunicarle, le dije sin ninguna agresividad. Usted puede darme el permiso o no pero yo me iré igualmente. Es una rebeldía contra la norma pero yo aceptaba el castigo: no volver a la parroquia o ser expulsado de la diócesis. La independencia tiene un precio. Tenía la decisión para irme a trabajar en África o América Latina cuando mi vida está aquí, gracias a una trayectoria mía muy independiente siempre. El obispo terminó claudicando, también siendo amigo mío, y subió al barrio a decir una misa de despedida. ¿En qué situaciones se ha sentido vulnerable? En muchísimas. Me siento vulnerable a la hora de tomar decisiones estando al frente del proyecto. Es fácil perder el equilibrio personal cuando tienes que ejercer autoridad sin caer en un autoritarismo. Por ejemplo, dentro de mi equipo me han dicho muchas veces que debemos poner un precio en el albergue porque la gente aporta poco, trabajamos mucho y no hay una respuesta. Entonces no queda más remedio que dar un puñetazo en la mesa y decir que esto tiene que ser así porque el albergue ha nacido con una filosofía. Si esa filosofía se quiere romper, yo no quiero embarcarme en esa tarea. Eso se dice fácilmente, pero luego tiene que tener una respuesta real. ¿Cree que todos los seres humano, sin excepción, tenemos un deseo de trascender?
No, creo que muchas personas no tienen esa inquietud, ese espíritu de búsqueda. ¿Cómo vive su fe? Para los cristianos el mensaje de Jesús es fundamental y está aquí, no en la otra vida. Yo creo que hay otra vida, con muchas dudas. Lo que sé es que el mensaje de Jesús, del amor, de la solidaridad, de la convivencia, tiene una actualidad total. ¿Hay una religiosidad más allá de las religiones? El camino de la vida está por encima de cualquier ideología política, cultura o religión. Una vez cuando terminé la explicación en la ermita un peregrino mayor me dijo soy ateo pero creo en este camino. Yo soy cristiano y en este camino encuentro reflejado todo el mensaje de Jesús, le dije, así que tu camino como ateo y el mío como cristiano es el mismo camino. ¿Necesita la Iglesia católica actualizarse? Mucho. Creo que necesita abrir nuevos caminos donde el seglar tenga más parte. Creo que la iglesia debe ser menos clerical, no más secularizada en el sentido político de la palabra, que el laico tenga más presencia y pueda asumir papeles litúrgicos perfectamente o de asistencia social. ¿Si tuviera que elegir una frase que le inspira para vivir mejor con la que acabar esta entrevista, cuál sería? Caminar es atravesar la noche con esperanza, de Pedro Casaldáliga, porque todos tenemos noches.
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