Escrito por: Luisa Ripoll Alberola Fotografía por: Stephen Shore La conversación es sanadora, y no hay restricción por la salud pública que pueda limitar la conversación, pues es intangible, aséptica. A pesar de su intangibilidad, es un medio tan comprometedor… Porque digo cosas que me muestran, que me hacen desvelar de uno u otro modo quién soy, cómo pienso. Y el prójimo, en la escucha, participa de aquello que soy, se nutre de lo mío, lo acrecienta. El proceso es mutuo, porque la conversación es mutua escucha, mutua participación.
La buena conversación es también mutuo interés, mutua voluntad de establecer un enlace, de indagar, de mostrarse. De ahí que las conversaciones se califiquen como interesantes o insustanciales, según se haya captado aquello que soy en aquello que pretendo mostrar. Y se considera una virtud que la conversación “atrape”: aunque la conversación otorga protagonismo a acontecimientos que suceden en el mundo (o en mi mundo interior), la conversación se transforma en un mundo en sí, y puede llegar a parecer que se autoabastece, que no necesita nada más para existir que dos personas y lo que dicen, y que no existe mundo fuera de la conversación. Es curioso cómo la belleza puede jugar un papel fundamental en el establecimiento de dicho enlace. La belleza en el trato interpersonal deviene en tacto, dulzura, sensibilidad, comprensión. En decir cosas bonitas, muchas veces. En decirle a la otra persona cosas que necesita que le digan, o cosas que le gusta escuchar. O en decirle a la otra persona cómo te hace sentir. He tenido últimamente MUCHAS conversaciones así. Y el impulso de escribir esto vino del análisis de las cosas que me gusta que me digan y me dijeron. Una de ellas: la recomendación. Y no tanto el “mira esto”, sino el “creo que esta peli te va a encantar”, que yo decodifico como “me importa lo que piensas y sientes respecto al cine, y trato de comprenderlo, entonces quiero participar activamente en tu descubrimiento, quiero recomendarte cosas que te vayan a flipar y que te saquen de ti”. Otra muy clásica es valorar la forma de pensar del otro. Dar espacios ilimitados para la reflexión, para que el interlocutor pueda usarlos como quiera y necesite, y se sienta amparado por la escucha atenta. Incluso alentar a la reflexión (“desarrolla tu punto”) o expresar explícitamente admiración (“me gusta cómo piensas”). De esto he estado hablando con mi amiga Elenita últimamente. ¿Qué papel tiene la alteridad en la construcción del yo? ¿Es el único medio, construirme en otros? Según Martin Buber en Yo y tú, así es: solo podemos descubrirnos a través del descubrimiento del otro y de lo otro. Somos relación. Somos en relación a algo. ¿Estoy plenamente de acuerdo con ello? ¿Cuánto más se reconoce uno en el otro, más puede uno mismo descubrirse? ¿Necesito ser capaz de comprender al otro para comprenderme a mí misma? ¿O es una comprensión bidireccional, que crece recíprocamente? ¿Qué papel juega la conversación en todo ello? ¿Es la conversación el único medio de comprensión? ¿Al menos el más certero? ¿El más fácil? ¿Acaso es la comprensión algo fácil?
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