Fotografía y escrito por: María Hernández Sobre las tres de la tarde me ha asaltado esta certeza: las preposiciones son clave para saber quién soy. Esa lista de palabras que aprendía de memoria con papá junto a la cama antes de dormir en mis primeros años de infancia se presenta hoy reveladora. Es sencillo: soy de Alguien, con alguien, por alguien y para alguien. Al describirnos, lo determinante no está en el adjetivo sino en lo que sigue a estas preposiciones. Me explico. El progresivo desarrollo urbano parece haber acrecentado la funcionalización de la persona. ¿Quién eres? Soy periodista, tendera, médico, abogado, economista, profesor, agricultora, florista, emprendedora… ¡Como si el trabajo pudiera separarse de quien lo lleva a cabo!
Si bien es natural resaltar la faceta profesional o académica (por todo el tiempo y esfuerzo que le dedicamos) ¿Ocupa verdaderamente un lugar tan central? Con frecuencia, y refiriéndonos a esto, oigo -y me oigo- decir “En realidad, soy mucho más que esto” No puedo medirme por mi ocupación, resultados o rendimiento porque algo – tal vez una intuición o una experiencia- me exige que observe con más amplitud. Solo puedo perdonarme y quererme a mí misma cuando un alma amiga que me acompaña lo hace primero, cuando ante esos ojos que miran se presenta “María”. No solo María, la estudiante, la compañera, la extranjera, la española. Tampoco la monitora, la cantante, la becaria; ni la hija, la prima, la amiga, la alumna, la articulista… Ni siquiera en el caso en que pudieran presentarse todas las facetas a la vez bastaría. Aun en esa circunstancia, habría un grito-o un susurro- que me pediría considerar otro factor más abstracto e intrínseco. Por lo tanto, soy cuando otro me llama por mi nombre y advierte que de tal apelativo se destila un carácter único (sin que esto último se confunda con la posibilidad de “ser especial”). Soy cuando me relaciono con otras personas sabiendo que somos deseo, una realidad infinita, una pregunta inagotable, un misterio. Cuando nos afirmamos en nuestra grandeza y en nuestras miserias (no necesariamente conociéndolas, pero sí siendo conscientes de su existencia) Soy cuando reconozco que no busco una simple aprobación sino que persigo continuamente estar con otros que me quieran bien. Y precisamente, como me va la vida en ello, ante todo, soy de alguien. Soy de todos esos otros nombres ¡y más todavía de los apellidos! ya que estos nos recuerdan que somos hijos. Ser hijo la condición original del hombre, es la primera experiencia que tenemos de nosotros mismos. Lo que significa reconocerse deudor, necesitado, amado por sus padres. Lo curioso es que a los míos se les escapan las razones últimas de mi existencia. Por otro lado, desde que yo dejara atrás las muñecas, tampoco parece que mis padres puedan satisfacer todos mis anhelos. Entonces… ¿Deudora de quién? ¿Necesitada de quién? Pese a la imposibilidad de dar una respuesta cien por cien certera, descanso al saber que no espero en mí. En definitiva, que no soy independiente. También respiro al conocer que la vida va más allá de mi entendimiento (si así fuese, ¡qué pobre sería todo!) Por lo tanto, responder de manera seria al ¿tú de quién eres? (esa pregunta veraniega que suele esperar en los rincones de los pueblos pequeños) pone de manifiesto que somos la procedencia, el nacimiento, la cuna y el hogar. Quienes en él nos acogen y quienes junto a nosotros lo habitan. Nuevamente, el por me remite al origen. Decimos que las columnas del periódico, los cuadros, las canciones o los libros están hechos por alguien. Si la obra en cuestión nos interesa o impacta de alguna forma, preguntamos por el autor. ¿Y cómo no hacerlo? ¿Quién puede quedarse indiferente ante esa alma amiga que me acompaña así? ¿Ante esa madre que se da con tanta generosidad? Supongo que el para se juega en la libertad de este mismo instante. Aquí, mientras estoy sentada en el sofá de casa golpeando las teclas del ordenador y mamá insiste en que no trasnoche. Eso sí, sin perder de vista es esperanza que no deja de proyectarme hacia el futuro. Intuyo, además, que el auténtico para se descubre disminuyendo la tiranía del yo. Queriendo ser para otros “el lugar donde no se les juzga, donde pueden estar a salvo”. Queriendo encontrar mi refugio también. Entonces comenzaré a ser. Solo entonces, seremos.
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