Escrito por: Isabel Sayago Calatayud Mis amigas Tere y Lucía (quienes han puesto en marcha y conducen este maravilloso proyecto “Punto de Encuentro”) me han pedido que hable de soledad. Porque la soledad parece estar muy presente en estos días de aislamiento social.
Intentaré no decir demasiadas tonterías. Con estos temas, pasa que es fácil caer en ser “poetas de palabra hueca” que dice Alborán. Creo que estamos pasando por un tiempo extraño aunque no ajeno. Un tiempo que no nos obliga a parar, como tanto he oído. Porque la vida sigue, y la tuya y la mía también, aunque sea en otro espacio. Por eso este tiempo, aunque extraño, no nos es ajeno. No creo que el tiempo sea algo tan insubsistente como el oro, sino que es algo tan estimable como que es vida. El oro puede adornar una vida pero no llenarla, ni mucho menos significarla. Nuestro tiempo puede ser el relleno u adorno de nuestra vida o significarla, y en el fondo, aunque sea haciendo “qué cosas”, lo significa “a quiénes” lo dediquemos. Puede sonar paradójico, pero la vida es un regalo que se nos da y que podemos llevar a plenitud entregándolo. Mejor dicho, entregándonos. “Yo he nacido para ser un regalo” decía con acierto Robert Walker. Quizás sea por eso, que la soledad puede destruir vidas en vida. Porque no estamos hechos para vivir en soledad. Ya en el S. IV a. C. Aristóteles nos definió como “sociales por naturaleza”. Cuando uno es pequeño es evidente este hecho, pero al crecer y adquirir cierta dependencia podemos caer en la falsa convicción de que para vivir nos bastamos a nosotros mismos. Según el DRAE la soledad es “carencia voluntaria o involuntaria de compañía”. Sin dejar de compartir por completo la definición, creo que más que de compañía la soledad es cuestión de presencia. De tener presente a otro y ser presente de otro. Sinceramente, creo que a veces es bueno estar solo con uno mismo. Porque contigo convivirás inevitablemente toda tu vida, ¿qué mejor que conocerte? ¿Y qué menos que soportarte? Pero en cambio, qué agónica se presenta la vida cuando no hay ningún “tú” presente. Incluso el “yo” parece mutilado cuando está ausente “de, en y para” otros, que cuesta reconocerse así. Una vez te ves en soledad te estremece su vacío. Es como si la única certeza de vida allí fueses tú. Y al caer en ello te ves tan pobre en ella que temes por tu vida. Lejos de tropezar en ese dolor fangoso y dar vueltas sobre ti mismo en él, como dice Miguel Herranz (más conocido como mikinaranja) “si duele aún vive” así que hay esperanzas para ese dolor. Creo que estamos muy bien hechos. Afortunadamente no estamos solos en la vida. Aunque a veces sí vivamos solos o faltos de compañía. Pero dado que no hemos sufrido un apocalipsis zombie o similar, no es cierto aquello de que la única certeza de vida allí seas tú. No niego que te alcance ese parecer. Pero la soledad ahoga cuando uno permanece en sí. Y en ese caso lo único que te saca de allí, de ti, es el otro. Necesitamos, incluso por propia supervivencia, ser presente para otros. Reza un poema de Miguel Herranz “meterme en ti sin salir de mí. Amar es eso”. Estamos muy bien hechos... No sé como hacer para que esto que voy a decir no suene cursi, pero es que como dice el título del libro de J. R. García-Morato somos “creados por amor, elegidos para amar”. Y si no amamos y no nos aman en el fondo la vida se torna ajena, distante, a veces incluso un sinsentido, un infierno. Con los pies en la tierra “la profundidad está en la superficie”, y la hondura de nuestro amor en lo cotidiano. La soledad no es falta de compañía, es ausencia de amor en nuestra vida, falta de amar y ser amados. No siempre será ese alguien quien te tienda a ti la mano. A veces tendrás que tendérsela tú. Y pareciendo que eres tú quien salva, gracias a Dios que él estaba allí. Quizás, hay quien piense que lo que te impulsa en última instancia a salir de ti es una causa egoísta, porque es tu amor propio a no dejarte morir en soledad. Yo no creo que sea egoísta, porque el egoísmo es un amor excesivo a uno mismo. Y siendo cierto que lo que nos saca de nosotros mismos es una causa de supervivencia, no hay nada malo en no dejarse morir. No es egoísmo no dejarse morir, es un mínimo de amor propio. Dicen que la caridad bien ordenada empieza por uno mismo. Y es así. Y es que el amor propio es imprescindible para amar al prójimo, como dice Miguel Herranz “el amor propio engendra amor ajeno”. Se que puede sonar a mensaje filantrópico. Pero por experiencia estoy convencida de que es así. Seguro que encontrarás a alguien que necesite tu mano. No es consuelo de tontos. Cuando ese “quién” encuentre tu mano, y aceptándola sea tu mano lo único a lo que ha podido agarrarse para salir adelante, aquel a quién tu ayudaste a ti te ha ayudado a encontrarte. Pues ¡con lo poco que es tu mano! Y ¡con lo poco que es la del otro! reconocerás la magnanimidad de lo “poco” que tienes, que tanto sostiene, pasando desapercibido. Y esto, que puede parecer elevado y complejo, en mi vida se traduce en hechos pequeños, cotidianos, que a veces me cuestan mucho, pero que en suma significan mi vida. Porque sí, todos somos poca cosa. Pero como dice la frase hecha “tan poco es pa tanto”, (y yo lo interpreto) que con nuestra poquedad somos mucho para otros y esos otros (aunque nos puedan parecer poca cosa) son mucho para nosotros. Porque en definitiva, para ser feliz, que es en eso donde se nos va la vida, “para ser feliz se necesita poco, pero en gran cantidad”.
0 Comentarios
|
Categorías
Todo
|