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La solidez de lo sencillo

14/3/2020

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Escrito por: Luisa Ripoll Alberola
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​Estoy en casa, en un fin de semana infinito. No pasan los días porque todo pasa en un solo día. Siempre es de día.
Me pasa que pienso en cosas por temporadas. Normalmente es un tema que entra en mi vida de modo azaroso; un tema que se repite extrañas muchas veces, en un intervalo corto de tiempo. La última vez que me pasó esto fue pensando en “la salud mental” y todas sus implicaciones, pues me leí Rayuela de Cortázar, después A sangre fría de Truman Capote, vi el Joker y me leí los Diarios de Alejandra Pizarnik. Así, sin planearlo, me vi sondeando el mismo tema desde cuatro prismas distintos: el manicomio y la salvación, la humanidad de un loco, la incomprensión y hermetismo de la sociedad, y la depresión y la angustia, respectivamente.
Estos días me está pasando. La semana pasada me leí un fragmento escogido de Walden o la vida en los bosques de Henry David Thoreau, y me impactó. Thoreau era una persona muy auténtica. Sabía escucharse a sí mismo. Es más conocido por su libro La desobediencia civil.
Thoreau estaba alineado consigo mismo. Había encontrado verdad en su interior, y la cuidaba y la mostraba para quien quisiese verla, y por ello eligió irse a vivir al bosque varios años. Os podéis imaginar que de Thoreau se diría que “era un poco raro”. Pero a lo largo del libro expone sus motivos, y fue muy curioso para mí como lectora ir dándome cuenta de que no fue una huida, fue una búsqueda.
Thoreau, después de vivir en el bosque, volvió a su vida en sociedad y siguió desempeñando su papel en ella. Pero mientras vivió en su cabaña a las orillas de la laguna Walden, desde su completo empequeñecimiento y la conciencia de ser ínfimo, dejó que fuera la voz del bosque (la voz del mundo) la que hablara y proporcionara respuestas. La voz del mundo, no la voz de los hombres.
A pesar de ser un aislamiento, su actitud fue muy humanista. El foco no está en la desconexión con otros, sino en la reconexión con otros a través de la conexión con la realidad y con uno mismo.
Justo coincidimos Henry David y yo, y apenas una semana después, la cuarentena. También está en mí la idealización de la vida retirada, asceta. Puede que ella provenga de vivir en una ciudad y llevar una vida que para poco. El caso es que estoy aprovechando estos momentos de seguridad en casa e incertidumbre fuera para preguntarme: ¿cómo quiero vivir? ¿Vivo como quiero? ¿Qué cosas quiero hacer en mi día a día porque tiene sentido que las haga? ¿Cuáles de esas cosas no estoy haciendo aún?
Sin hacer nada es como mejor podría pensar en ello. Porque del no hacer nada, mi vida sigue. Así que construiré mi vida desde ahí.
Desde la solidez de lo sencillo.
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