Fotografía: Sara Gómez Cuadrado El pasado 18 de noviembre tuvo lugar en la Universidad Carlos III el segundo Punto de Encuentro: la pregunta sobre nuestra identidad. Para profundizar tuvimos con nosotras a Mónica Cavallé, doctora en filosofía y especialista en acompañamiento filosófico. ¡Fue una pasada!, todo un descubrimiento. A continuación os resumimos lo que compartimos. En su presentación, Mónica nos contó cómo a través de sus acompañamientos se ha dado cuenta de que la identidad es el tema radical. Hasta que no se clarifica quién soy yo, no se clarifica todo lo demás. Es curioso que tengamos que preguntarnos quiénes somos, no es evidente. El yo tiene raíces profundas, va más allá de lo que pienso que soy y de lo que quiero ser. Estamos aquí y somos, pero somos un misterio para nosotros mismos. Nuestro “yo profundo” (al que Mónica también hace referencia como “fondo” o “centro”) es una guía interna que todos tenemos, un sentido de la verdad y de la belleza que nos guía, de tal forma que el sufrimiento es la voz de ese yo profundo diciendo que algo tiene que cambiar. Cuando vivimos conectados con nuestro fondo, reconocemos en nosotros mismos un sentimiento de dignidad, de valor, de identidad, que no pasa por la mirada de los demás. Sin embargo, muchas veces no vivimos conectados con nuestro centro. Por el contrario, asumimos una serie de falsas creencias sobre nosotros y vamos configurando un “yo superficial” desde el que vivimos. Así, la falsa creencia primera que solemos asumir es que tal y como soy, no soy digno de ser amado porque no soy lo suficientemente valioso, guapo, bueno, inteligente, exitoso,… Me he creído que lo que soy no tiene ningún valor, sino que valgo en la medida en la que me adecúo con un “yo ideal”, el cual toma una forma diferente para cada uno. Por ejemplo, me he creído que valgo en función de los resultados que obtengo, de mis logros, o en la medida en la que satisfago las necesidades de los demás, o en función de lo que aporte a los de más, o de lo guapo o guapa que el resto me vean, o de lo inteligente que sea y el conocimiento que acumule... ¡Pero mi yo profundo ya es completo! Viviendo desde nuestro yo superficial, desconectados de nuestra esencia e hipnotizados por falsas creencias que nos hemos creído, hemos dejado de ver la auténtica verdad sobre nuestra identidad: la belleza y completitud de nuestro ser. Tenemos mucho miedo a mirarnos porque creemos que eso que vamos a ver nos define (¡cuánta confusión!). Ante estas falsas creencias que hemos asumido como verdad sobre nosotros, son distintos los comportamientos que adoptamos. Algunos nos desconectamos de los vacíos de identidad que provocan, los ignoramos. Otros, para intentamos llenarlos, buscamos fuera, es decir, esperamos a que el exterior llene el vacío que solo puede llenar el contacto con nuestro propio valor. Por último, somos muchos los que construimos un yo ideal creyendo que, cuando lo alcancemos, por fin seremos valiosos. Cada yo ideal es diferente, y normalmente vamos a intentar encarnar aquello por lo que nuestro entorno nos valoraba durante la niñez (la bondad, el poder, la belleza, la espiritualidad, la inteligencia,...). De esta manera, resulta muy común acabar confundiendo mi identidad con el yo ideal que me he construido, esa imagen que tengo que defender ante los demás. Cuando vivimos desde el yo superficial, nos vivimos como una imagen que realmente no somos. Una aclaración: vivir pretendiendo ser una imagen ideal (más buena, exitosa, guapa, generosa,...) no es lo mismo que tener aspiraciones de crecimiento. En todos nosotros hay un anhelo de desarrollo. Al inspirarme en el sentido del bien, la verdad y la belleza para crecer, estoy en paz con la experiencia presente y con el momento evolutivo actual en el que me encuentro (¡soy lo que he podido!), y a la vez me reconozco en continuo dinamismo y crecimiento. Como una planta que es perfecta en cada momento: desde que es semilla hasta que se convierte en flor. El yo ideal es algo diferente a esto porque genera autodesprecio y rechazo. A mi yo superficial no le interesa el proceso de crecimiento sino el resultado, que es lo que va a engorda mi imagen. Entonces, ¿quién es responsable de que me haya creído que no soy suficiente, con el dolor que esto me provoca? Mónica nos dijo que hay mucho victimismo del pasado. El problema no es que mis padres o mi entorno tuviesen falsas creencias sobre mí, que no supieran mirarme y quererme por lo que soy, el problema es que yo asumí esas falsas creencias como una verdad sobre mí. El origen del dolor es nuestro propio autorrechazo. El miedo a que nos vean los demás y nos rechacen es una proyección de nuestro autorrechazo. De hecho, somos tan susceptibles al rechazo y a la crítica que generamos un entorno a nuestro alrededor tan falsamente positivo que no es bueno para crecer. ¿Y cuál es el camino? Ser yo. Ser yo es abandonar mecanismos de defensa, máscaras, y mostrarme como soy, dejarme ver en mi verdad. Es el camino de la vulnerabilidad. Cuando simplemente soy, lo que yo soy no lo tengo que defender, no lo tengo que engordar. No tengo que demostrar que soy especial. Veo mis defectos como manifestaciones de cualidades que hay en mí (todavía) no desarrolladas. El defecto es la expresión limitada de una cualidad. Por ejemplo, puedo aceptar con paz que mi capacidad de empatía está (por el momento) poco desarrollada. Si yo no asumo como verdad las falsas creencias sobre mi identidad y alguien me rechaza, es desagradable pero no pasa nada, puedo seguir siendo yo. No hay miedo, puedo ser vulnerable. Crear un falso yo me impide ser vulnerable, que es la única fuente auténtica de conexión con el otro y de felicidad. El sufrimiento no desaparecerá, pero cuando nos hemos aceptado con nuestras imperfecciones sentimos un sufrimiento sano, limpio, más sereno. Además, solamente siendo yo, vulnerable y sin pretensiones, puedo salir de mí para extasiarme con la belleza, amar -porque el verdadero amor consiste en entregarle al otro mi yo real, no mi yo ideal- y sentirme amada -porque tenemos un deseo profundo de ser amados con todo lo que somos-. Es difícil salir de la personalidad que nos hemos construido porque duele más el rechazo a uno mismo que al yo con más caras, pero el dolor más profundo es no haber sido el que estabas llamado a ser y no haber protagonizado tu propia vida. ¡Merece la pena ser tú! Y hasta aquí por hoy. A nosotras nos ayudó tanto este café... ¡todavía tenemos resaca de la buena! Gracias, Mónica, por regalarnos tu sabiduría y experiencia, y por tu generosidad con Punto de Encuentro. Fue un lujo tenerte entre nosotras, no podríamos haber encontrado a nadie para guiarnos mejor. Gracias también a todas las que estuvisteis allí, fue un auténtico placer escucharos y aprender con vosotras. Y a los que no pudisteis pero nos leéis, también gracias. ¡Seguimos!
2 Comentarios
Roberto Machado
29/12/2019 12:13:51 am
Por favor
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Lucía
15/1/2020 02:04:48 pm
Querido Roberto:
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