Escrito por Mónica Gómez Villegas Fotografía: Robert Doisneau La mayor parte de las veces, la velocidad a la que gira el mundo nos atropella y nos embiste con fuerza. La mayor parte de las veces, somos incapaces de permanecer estables en un momento concreto.
Estamos aquí pero desearíamos estar allí. Si pudiéramos congelar el tiempo en esos momentos que nos hacen sentir despiertos, plenamente conscientes de nosotros mismos y de nuestra realidad -que hacen que un suspiro merezca la pena- nos convertirían en más capaces y más autoconscientes de nuestra propia realidad. O, simplemente, parar el tiempo para disfrutar de esa risa que nos hace volar, de ese abrazo que te aprieta el alma, de ese instante que es el resumen perfecto de lo que puede llamarse felicidad. No hacemos otra cosa que buscar el lugar donde quedarnos para simpre. Pero ese lugar no existe. Son los momentos que lo llenan lo que merece la pena. Los pequeños momentos, los pequeños detalles... Lo que satisface.
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Escrito por María Palos Pereira Fotografía: Vincenzo Balocchi Muchas veces antes reflexioné sobre la belleza. La contemplaba, la envidiaba, la admiraba. Le intentaba poner palabras, y buscaba definirla, pretendiendo encontrarla.
La asemejaba a lo magnificioso, a lo impactante. Y aunque a menudo me propuse encontrarla en la cotidianidad, sólo lo lograba cambiando mi forma de mirar - de admirar -, observando con ojos nuevos y apreciando la grandeza de lo que hasta entonces veía corriente. Y con todo, últimamente he sido consciente de que le quité plenitud a su significado, le corté las alas a su interpretación y la reduje a un fragmento de su esencia. Cuando observo a mi abuela tomo conciencia de que la belleza es atemporal. Que se esconde en cada arruga que surca su rostro. Que no está sujeta a sustancia, y que emana de cada mirada que ella nos dedica. Y, lo más sorprendente, que esa similitud - para mi hasta ahora tan real - entre belleza y grandeza, era en realidad producto de mi imaginación. Que la propia belleza ni tan siquiera requiere ser ostentosa para estar presente, para hacerse notar y para cautivar. Descubrí que la belleza se muestra en plenitud en un rostro enfermo como lo hace en una puesta de sol que quita el aliento. Y me di cuenta de que la belleza, como sustantivo, abarca mucho más de lo que pobremente recogemos con su definición. Una de las mejores cosas de hacer Punto de Encuentro (PdE) es la oportunidad de acercarnos a personas con quienes compartimos inquietud y camino. Una de ellas es Luisa. Y es que, el día que no venga a uno de nuestros cafés, la vamos a echar de menos. Mucho. Luisa lidera junto con otros compañeros Revista Febrero* (RF), y cuando nos propusieron hacer una colaboración, no lo dudamos. El resultado: esta conversación con Nicole Pretell y Luisa Ripoll de Revista Febrero sobre lo que une nuestros proyectos. Amistad, encuentro, cultura. Esperamos que disfrutéis tanto como nosotras al acercaros a estas dos inspiradoras mujeres.
* Revista Febrero es una publicación trimestral de poesía e ilustración. Su principal objetivo es crear un espacio abierto y colaborativo para artistas jóvenes. En su cuenta de instagram (@revistafebrero) ofrecen contenido cultural, y en su edición impresa (en DIN A6) incluyen textos y dibujos de nuevos autores. Teresa (PdE): ¿Cómo ha influido la amistad en la creación del proyecto? Luisa (RF): Creo que la amistad dio al proyecto su impulso inicial, y en el día a día la amistad sigue siendo el motor. En una empresa los lazos se construyen por unos motivos: el trabajo, y después la remuneración económica. En RF no nos une el dinero, así que (al principio del proyecto sobre todo) la amistad supuso una estructura sólida de colaboración sobre la que construir. ¿Y para vosotras? ¿Cómo influye la amistad? Lucía (PdE): PdE es un proyecto que se nutre mucho de mi amistad con Te, para mí es inconcebible sin ella como fondo. Lo que descubrimos juntas, lecturas que disfrutamos… está presente en PdE de alguna manera. El otro día compartía con Te que creo que cuanto más cerca está el proyecto de nuestra amistad, mayor bien somos capaces de crear, así que es un reto que tenemos juntas, mantenerlo lo más cerca posible. Cuando se aleja, pierde vida. Nuestra amistad es el corazón. Además, también esta ha crecido con el proyecto y el tiempo compartido que requiere. Por eso para mí hacer PdE es un regalo, porque me permite disfrutar más de Te. Teresa (PdE): Lu me decía la semana pasada que había que darle una vuelta a PdE. Pues aunque habíamos introducido un nuevo formato, habíamos vuelto a caer en la misma dinámica de programar y olvidarnos, en una dinámica de cumplir. Lo que Lu echaba de menos de PdE era que fuese un proyecto nuestro, que fuese algo compartido en nuestra amistad. El contenido que ofrecemos tiene sentido en la amistad. Recuerdo que en los comienzos de PdE, hablé un día con mi padre y me dijo: “Te, el sentido de PdE es Lu. El resto son caras abstractas, no sabes quién está detrás. En cambio, ella es una persona concreta. Así que el sentido es ella y tu amistad con ella”. Así que Lu es todo para PdE y además, PdE ha sido mucho para mi amistad con Lu: me ha permitido conocerla más, hablar con más regularidad, tener conversaciones íntimas, descubrir a personas juntas y construir algo común. Luisa (RF): Siendo el encuentro una experiencia que tenemos ambos proyectos tan fuerte, os pregunto: ¿es extrapolable a cualquier esfera de la vida? Vosotras, el encuentro que experimentáis en vuestra amistad, lo estáis volcando en otro ámbito, como es un proyecto en conjunto. Me gustaría pensar que sí, que el encuentro puede darse siempre, pero ¿qué opináis? Teresa (PdE): La amistad con Lu ha marcado otras relaciones porque parte de lo humano. Eso es lo que nos ha unido: partir de lo humano. No parte de pensar lo mismo, de tener gustos parecidos, sino de acercarse a lo real desde mi humanidad. De hecho, creo que, precisamente, este planteamiento es la clave del encuentro. Lucía (PdE): El encuentro te transforma, te hace madurar, entonces es inevitable vivir otros ámbitos de tu vida en clave distinta, mejor. Por ejemplo, gracias a Te he descubierto partes de mí que no conocía, una sensibilidad que incluso antes negaría. Y esto marca todas las esferas de la vida. Gracias a Te y nuestro encuentro mis amistades y mis relaciones se han recolocado, se han ordenado, también diría que me atrevo a mostrarme más. En nuestra amistad he desaprendido muchas cosas para aprender a relacionarme conmigo, con otros y con la realidad. Teresa (PdE): Creo que cuando uno ha tenido una experiencia de encuentro es muy difícil no plantear, ya, la vida así. Es cierto que muchas veces sigo buscando la confrontación pero ahora ya tengo de dónde partir. Al comenzar la carrera, me encantaba debatir, hablar de política y discutir. Desde PdE huyo bastante de la confrontación porque creo que es hablar por hablar y discutir por discutir. Y además, la mayoría de veces, sólo aleja. ¿Qué experiencia tenéis vosotras? ¿Habéis tenido experiencia de este encuentro en Revista Febrero? Nicole (RF): Mientras os escuchaba recordaba la conversación que tuve hace poco con una amiga sobre el arte, en la que me dijo que se sentía algo egocéntrica por querer expresar y compartir sus escritos, sus fotos, su visión del mundo. Yo le dije que la creación posee o proviene de una fuerza que nos sobrepasa e impulsa a expresar. En la poesía griega el creador o artista no es más que un medio, un envase a través del cual las musas o dioses se expresan. Por tanto, todo lo creado es sagrado. No nos pertenece. Compartir, en ese caso, me parece generoso y enriquecedor para los demás. Gracias al encuentro con el otro nos atrevemos a ser más nosotros, a vivir desde la abundancia y la valentía. Gracias a mi encuentro con Luisa formo parte de Revista Febrero. Gracias a esa pequeña “ventana al mundo en DIN A6” he podido experimentar la riqueza que une y la alegría de impulsar a nuevos artistas a mostrar lo que crean. Luisa (RF): En nuestro proyecto el encuentro no aparece de un modo tan visible como en el vuestro. Pero claro que veo encuentro. El encuentro puede parecer una relación muy dirigida, de la que forman parte solo dos personas. Por ejemplo: entre mi amiga Nicole y yo. Pero precisamente porque es encuentro, entre esas dos personas cabe el mundo entero. Eso permite que el encuentro no sea solo hacia Nicole, sino también hacia el amor por la poesía, por la vida, por el arte, por la cultura. Esto lo decía por ejemplo Erich Fromm en El arte de amar (no sé si os lo habéis leído; me lo leí en cuarentena). Cómo a través de la persona amada acabas amando a todo el mundo, porque todo es distinto cuando amas. Es muy bonito. Yo lo veo así: a lo mejor a nuestros lectores leer Revista Febrero les acerca de un modo nuevo a la poesía, que les hace conectar y descubrir muchas cosas que no sabían que estaban ahí. Lucía (PdE): Nos contabas, Luisa, sobre el día en que, habiendo comprado la entrada para el museo Thyssen y estando ya allí, decidiste marcharte porque finalmente no había podido estar contigo tu mejor amigo. Me gustaría preguntaros, en vuestra experiencia, ¿qué nos aporta vivir la cultura en compañía? ¿Qué cambia el vivir la cultura desde la amistad o, al menos, no desde la soledad? Luisa (RF): Esto lo hablamos mucho en un grupo de trabajo sobre “La belleza que aún queda”. Una de las intervenciones fue más o menos así: «Me acuerdo de ir a un museo con mi amiga Isa, y que ella me dijera: “mira, Abraham, este cuadro suena. Tiene música.” Y vi el cuadro como si fuera un cuadro completamente distinto al que habría visto yo solo, porque lo estaba viendo a través de sus ojos.» Me pareció un testimonio precioso. Es así. La cultura la puedes vivir solo porque te conecta con muchísimas cosas: la exploración, lo trascendental, lo que tengas dentro... Pero también es muy bonito vivirlo en compañía. Creo que son dos experiencias distintas. Nicole (RF): Cuando experimentas la cultura desde la soledad puedes observar con más sosiego, descubriendo y estableciendo conexiones entre la obra y tu experiencia vital. Al estar con una persona estás más emocionada, por lo que todo aquello que te pueda suscitar el cuadro es buen motivo de conversación. Eso al final es lo bonito de compartir cultura: crear espacios comunes. Para T.S. Eliot la cultura es una actitud espiritual y cierta sensibilidad que lo orienta, por eso, ambas experiencias para mí se retroalimentan. Vivir la cultura desde la esfera privada nutre esa sensibilidad, esa forma de mirar. Después, compartirla con otro sigue expandiendo esa mirada. Todo esto me gusta relacionarlo con la mirada, la cultura te abre la mirada a lo que eres. Deshabitar la cultura sería deshabitarnos a nosotros. Teresa (PdE): Habéis hablado de que cuando uno vive la cultura en soledad, se da más en la intimidad, hacia lo interno. Cuando habéis vivido la cultura, ¿el otro me ayuda a entrar en mi intimidad? Luisa (RF): Yo creo que sí. Tengo una amiga con la que quedaba para escuchar álbumes, entonces el plan era: ir a un parque, ponernos un disco, y escucharlo juntas. Precisamente un ejercicio así muestra que son dos caminos paralelos, que no son excluyentes. En ese momento, estás viendo cómo le influye a la otra persona la música, cómo crece, cómo es esa persona, cómo reacciona... y a la vez estás viendo cómo influye en ti. Incluso habría un tercer camino: ver cómo os influís mutuamente. Creo que es muy rica la búsqueda. Erich Fromm también lo decía: buscando a la otra persona, te conoces a ti mismo. Descubres tu propio yo a través de la alteridad. Pero aún así es distinto. El foco no diría que está en otras cosas, pero sí en otros medios. Cuando estás con alguien, disfrutas también de la relación. Cuando estás tú solo, lo normal es notar menos tu propia compañía que la de otra persona, así que puedes centrar más la atención en el objeto en sí. Nicole (RF): Después de hablar con alguien y mantener una conversación profunda suelo irme a casa como un signo de interrogación bien grande, llena de preguntas. El otro me interpela y me hace cuestionarme ciertas cosas. Luego, cuando ya estoy en casa, escribo un poco, y, en silencio, reflexiono sobre lo hablado, ya lo puedo procesar. Pero cuando estoy con esa persona centro mi atención en ella, veo todo el paisaje de lo que me está sucediendo o de lo que me podría suceder; y, solo después, desde la distancia y el tiempo lo entiendo. Como cuando te dicen que es muy importante dormir bien antes de un examen para consolidar conocimientos. Pues igual con la intimidad. Cuando estoy en soledad asimilo y proceso las cosas, cuando estoy con el otro las experimento. Luisa (PdE): El encuentro es algo súper certero, sabes que está ahí, te da sentido. Pero ¿a vosotras también os provoca, como dice Nicole, el haceros preguntas y el no estar seguras de nada? ¿Cómo encajáis las preguntas y la incertidumbre existencial con algo que es tan seguro y que tiene tantísima presencia? ¿Qué os suele pesar más en vuestro día a día? Teresa (PdE): El encuentro no elimina las ideas que uno tenga o la vida que uno lleve. No elimina lo que uno cree pero sí lo abre. El encuentro permite que no te aferres a tus creencias o a tus ideas, te da apertura para reconocer que no posees la verdad y así, se da la posibilidad de caminar con otros en esa búsqueda. Si el encuentro invalida lo que uno es, no es encuentro. Lu y yo nos encontramos porque ella es Lu y yo soy Te y somos distintas. De hecho, las conversaciones en las que uno no sabe y el otro tampoco, no llevan a nada. La riqueza del compartir es precisamente que uno ha vivido “A” y el otro ha vivido “B”, aunque sean experiencias distintas. En ese sentido el encuentro no elimina lo que uno es, pero abre tu experiencia. Lucía (PdE): Distinguiría dos preguntas. ¿Cómo convive el encuentro con la incertidumbre de la vida? ¿Y el encuentro entre dos personas distintas con las creencias o ideas de cada una? Respecto a la primera pregunta, en mi experiencia, suele pesar más el encuentro. Mi incertidumbre existencial suele acabar siendo calmada en el encuentro. Creo que el encuentro, cuando se da, me regala paz, certeza, más que preguntas. Para ello hay que estar dispuesto a desprenderse de las propias ideas, salir de uno mismo, abrir el corazón. Si no no hay camino compartido, sino dos personas contándose sus respectivas vidas. Por otro lado, cada uno de nosotros somos más que nuestras ideas y creencias. Lo primero que somos es seres humanos, y es desde esta experiencia desde donde siempre nos hemos relacionado Te y yo. Sin excluir nuestras ideas o creencias, siendo con todo y queriendo mucho al otro tal y como es. Cuando dos personas se relacionan desde ahí y se abren el corazón es cuando se da el encuentro, que educa interiormente y acompaña. Cuando me he encontrado con Te nunca la he mirado desde lo que la diferencia de mí, solo como mi amiga en quien confío. Y ahora que lo pienso creo que esto es clave. Cuando una persona te reduce a la imagen que tiene de ti, lo que dices, lo que crees... no te está viendo, y eso tú lo percibes. ¿Cómo convive el encuentro con mis creencias o ideas? Diría que las hace madurar, ser más ajustadas a la realidad, más verdaderas. Creo que la verdad nos une y que el encuentro nos libera y nos aleja de la mentira. Lucía (PdE): Hemos estado hablado de cómo vivimos la cultura. Creo que, con los años, yo he aprendido a vivirla. Antes me preocupaba más que ahora por el conocimiento, era más “consumidora” de cultura -si es que tal cosa es posible-. Como quien salta de una obra a otra, o de un dato a otro, sin el tiempo y el silencio que se precisa para vivirla. Además, cada vez busco más una cultura cercana a la vida cotidiana, silenciosa, desposeída de ego, ideas, ruido. Por eso quería preguntaros, ¿puede la cultura alejarnos de la vida? ¿Qué cultura nos acerca a ella? ¿En qué sentido puede la cultura llegar a deshumanizarnos? Nicole (RF): Cuando leí esta pregunta pensé: “¡¿puede la cultura alejarnos de la vida?!” No entra en mi cabeza. Después me acordé de la película de El indomable Will Hunting y canalicé la posibilidad de “cultura individualizante” con el ejemplo del protagonista. Una persona que conoce mucho, y es muy crítico con la realidad, pero que no ha vivido eso que dice conocer. En una de las escenas más conocidas su profesor se lo recuerda: “tú sabes mucho de esto, pero no lo has vivido”. Por eso, para mí no vale solo con saber sobre cultura, tienes que vivirla. La cultura debe acercarte a la vida. Si existen cuadros como “”El beso” de Klimt es porque alguien vivió o sintió algo tan fuerte que necesitó expresarlo. Considero que últimamente nos alejamos de estos temas porque nos hemos centrado más, como sociedad, en tener que en ser. Y algo bonito de la cultura es que genera incomodidad, te plantea cuestiones. Sin embargo, parece que hoy en día buscamos en la cultura una evasión de la realidad, confundiéndola con mero entretenimiento. Nuestros nudos emocionales, en vez de ser enfrentados, se apartan a un lado para vivir la cultura como si fueran unas vacaciones mentales. Me parece un poco triste, porque la cultura, sobre todo, te hace crecer y entender. Luisa (RF): Cuando has preguntado sobre la cultura del encuentro, yo he pensado en lo que se suele decir: que la cultura es un diálogo eterno e intergeneracional. Como decís vosotras siempre, el encuentro se genera de compartir algo que has vivido. ¿Cómo lo compartes? Con la conversación, ¿no? Así, cuando lees un libro o ves un cuadro, te encuentras con el autor, que te está diciendo cosas. Estáis conversando. En definitiva, la cultura bien vivida es un encuentro. Pero claro, no siempre se vive bien. La deshumanización del arte está relacionada en parte con cómo están las cosas. Con la capitalización del arte, el ser humano puede desplazarse del centro más fácilmente. El arte ahora, además de arte, es un negocio. Con el concepto de arte ahora interfieren el marketing, el mercado, el dinero. Pero bueno, cosas que pasan. Es un fenómeno difícil. Nicole (RF): No se puede mercantilizar la cultura. En La utilidad de lo inútil de Ordine, se entiende claramente esta idea. Ciertos aspectos de nuestra vida deben ser inútiles: el arte tiene que ser inútil, porque siendo inútil es muy valioso. Si no pierde su esencia, como defiende Oscar Wilde al principio de El retrato de Dorian Gray. Iniciativas como Punto de Encuentro o Revista Febrero tienen su encanto en esa separación de lo mercantil, lo productivo o lo útil. Teresa (PdE): ¿Cuál es el futuro de RF? ¿Y de PdE? Nicole (RF): Todo el proceso que se vivió fue muy intenso y el trabajo de Luisa -como el de Juanan- fue increíble. A mí lo que más ilusión me haría sería que esa creación artística que motiva la revista siga creciendo. Dar visibilidad, generar confianza y que los artistas vean una oportunidad y un espacio de creación en Revista Febrero. Algo que también me haría muchísima ilusión, aunque ahora por el Covid-19 no se pueda, sería organizar encuentros en los que abordar ciertos temas desde el diálogo, el arte, la pintura… Generar cultura. Lucía (PdE): Me gustaría seguir creciendo en nuestra amistad junto con el proyecto y que de ahí consigamos plantear los mismos temas, las mismas preguntas, siempre de una forma original, nueva, viva. Me gustaría también compartir café con personas que nos siguen y nos escriben por redes a las que no conocemos, crear una comunidad más presencial y poder disfrutarla. Teresa (PdE): Lo mismo, la verdad. La clave me la dio el otro día Lu: que PdE siempre parta de la amistad. El origen y sentido del proyecto. Y que nos ayude a vivir mejor. Estas iniciativas tienen sentido si no distraen de la vida, si te ayudan en tu día a día, en tus problemas y alegrías. Ojalá PdE y Revista Febrero tengan su eco en nuestras vidas concretas. Escrito por: Miguel Armendáriz Dibujo: Isabel Armendáriz Sumamos alas y sonrisas por fuera
sin reconocer que, por dentro, solo cadenas. Mis inseguridades son el abismo y el espejo es el salto ciego al vacío. Mientras caigo lanzo al cielo un mudo grito. Que estoy harto de ser mi eterno enemigo. Escrito por: Álvaro Hernández Montes Fotografía: Willy Ronis Una pizca de genialidad y dos de locura, la más bella utopía, la inalcanzable libertad. Si por algo se caracteriza es por ser una serendipia contradicción, en la búsqueda de la misma se encuentra la perdición de ella. En pocas palabras cuanto más alcanzas la libertad, más lejos te encuentras de ella.
Mucho se habla, y con pasión de esta palabra, y aunque en cierta manera sea algo inefable la realidad es que es una capacidad de elección; pero en el sentido más amplio. La libertad es lo que nos permite ser dueños de nuestra propia realidad, es coger en sí mismo la correa de la vida y marcar una ruta y dirección. No obstante, la libertad es volátil e inconmensurable, no existe en términos absolutos, pero tampoco es del todo relativa. Nunca podremos decir que la libertad son cadenas rotas para el preso, ni voz para el pueblo; porque una vez alcanzadas, la libertad será algo aún mayor. Es por ello que la búsqueda es eterna, una verdadera utopía que nunca termina y es insaciable para el ser humano. Pero, ¿por qué nos atrae tanto si nunca la alcanzamos? Quizá la respuesta a esto se haya en que se percibe, en que existe una epifanía cuando conoces una situación en la que alguien consigue superarse a sí mismo controlando más de cerca el nudo de la eterna correa que nos tiene atados. No valoramos más libertad que la que no conocemos, y tampoco valoramos, en gran medida, la libertad que ya tenemos; solo valoramos la libertad que ansiamos, buscamos y podemos alcanzar. Un ejemplo de esto es que una persona de del siglo XVIII no buscaba una libertad que no conocía como el acceso a internet (que puede otorgarme la libertad de escribir sin tener que preocuparme de la tinta), pero tampoco valoraba la libertad de poder cultivar sus propias tierras (avance que se obtuvo hace millones de años). Por ello el término libertad sólo se designa cuando apreciamos que puede haber algo nuevo o que no tenemos, como en este caso la revolución francesa, conocida como libertad porque los ciudadanos consiguieron obtener mayor poder en las decisiones del estado, un tipo de libertad que describieron los ilustrados. Fácil de ver una vez obtenida, pero… ¿Cómo se alcanza? En mi humilde opinión hay una receta: una pizca de genialidad y otra más grande de locura. Genialidad entendida como conocimiento y comprensión de la realidad, pues solo alcanza la libertad quien conoce que puede existir esa libertad. Por muy popular que sea, un pájaro no es libre (o más bien no es del todo o tan libre como…), porque su conducta está mayormente prefijada por un temperamento de su genética y especie. Él no es consciente de ser consciente, él vuela por necesidades biológicas como la emigración por temperatura, pero él nunca se preguntaría qué hay más allá del Sol y volaría para comprobarlo. Como bien se conoce “la verdad os hará libres”. El conocimiento suele conllevar mayor comprensión y cuanto más entiendes el mundo que te rodea, más puedes intentar alcanzar realidades que te permitan tener una mayor decisión sobre tu vida. Por el contrario, cuanto más conoces, más te queda por conocer y esa búsqueda tanto de sabiduría como de libertad no es tan finita como parece. Y por último, el ingrediente estrella, la locura. Solo roza la libertad quien no tiene miedo a romper con lo establecido, quien rompe los cánones o reglas, o al menos no se deja guiar por ellas; esos pequeños locos cuyo comportamiento nos resultará extraño pero es el más libre. Al igual que antes, el pájaro no solo ha de conocer la realidad para volar hasta el sol, también ha de poner un poco de locura en su acto y acabar convirtiéndose en un Ícaro más. Es cierto que el conocimiento es necesario, pero existe una serie de normas que impiden ciertas veces el desarrollo de la libertad. Pese a que nosotros tengamos la capacidad de hacerlo, nos cohíben los juicios que hagan de nosotros, o las repercusiones que habrá a posteriori. Es por ello que tan solo un bien denominado loco, alguien con el valor suficiente para romper con lo establecido sin pensar en las consecuencias, es quien consigue sobreponerse a las limitaciones, y metafóricamente volar hasta el Sol para ser quemado al igual que Ícaro, y morir, pero morir en libertad. La genialidad y la locura a partes iguales hacen al hombre libre, pero cuanto más libre sea, más preso se dará cuenta que es, e inconformistamente más genio y loco. Esta utopía inalcanzable acaba siendo viciosa para el ser humano, y es por ello que hay que entender que nunca seremos libres, pero tampoco seremos presos, en ese bonito valle es donde recae la vida, en ese bonito valle recae la libertad. Escrito por: Sylvia de Carlos Fotografía por: Vivian Maier Por las noches es cuando más me paro a pensar. Ese momento en el que abres la cama, y te vas mentalizado de que la jornada llega a su fin, de que mañana llegará un día nuevo, y con ello todas las preocupaciones se irán contigo a soñar. Cómo me cuesta aceptar todas las incertidumbres del día a día. Cómo me cuesta conformarme con mis circunstancias. Voy entiendo que muchas de las cosas siempre se me escapan y que no voy a entender todo por mucho que me empeñe o pida explicaciones. No puedo controlar todo, y me tocará conformarme con muchas de las cosas.
Siempre dicen que conformarse es malo, pero no lo creo así del todo. Porque es distinto conformarse que quedarse indiferente. No me quedo indiferente ante las injusticias y los sufrimientos de los otros, sino que soy partícipe de cada conversación y de cada sufrimiento ajeno. Y es que lo contrario al amor es la indiferencia. A veces, no te queda otra que conformarte con lo que hay y con lo que uno es, aceptando y amando las limitaciones que cada uno tiene. Y en la medida de lo posible ir desconformándose. Porque el alma, porque la vida, siempre pedirá y exigirá más. Pero, ¿y quién soy yo? ¿Soy acaso lo qué los demás piensan de mi? ¿Soy un anhelo? ¿Seré acaso un suspiro desdichado? Siempre he visto el amor propio como algo egocéntrico, pero ahora comprendo que entre los entresijos del alma se esconden las verdades más puras y nuestros deseos más sinceros. Es en el alma donde se inscriben las ilusiones, las alegrías, las penas. Es en la introspección de uno mismo donde descubres cuál es tu papel en esta vida y qué es lo que se te pide. Conocerse es una tarea seria que dura toda la vida, y amarse a uno mismo es un laberinto y una lucha interna. Y sobrellevar las cargas del alma se hace pesado y agotador. Ahora entiendo que yo soy mi mejor proyecto de vida, que autorrealizarme es la mejor inversión que haré. Que solo yo decidiré si me conformo o si soy indiferente. Escrito por: María Eva Martín Amor Era la vida…sin anestesia… sin tomas falsas… improvisando… todo en el asador y el único as en la manga: un corazón. Y así va el juego, de regalarlo, de exponerlo, de lucharlo, de dejarlo… Y entonces habrás ganado, si diste todo lo que llevabas, ganaste. Si fallaste, pero tu corazón lucha por mejorar, ganaste. Si te faltaba el aire por esa distancia con otra persona, pero salvaste su recuerdo y mantuviste el corazón abierto y agradecido, ganaste.
Porque es cierta esa frase que dice “si caes, procura caer de espaldas al suelo para levantarte apuntando a las estrellas”. Porque al final la vida es un regalo. Y si te hizo feliz, ganaste. Si algo he aprendido en la vida es que el final es lo de menos. Si te levantas al día siguiente es que todo tiene arreglo, y si no te levantas…entonces ¿de qué te preocupas? Quizá todo acabe, pero lo importante es el proyecto, la gente que navega contigo. Leí que “la vida es un tren y cada uno sube y baja en sus paradas”. No es luchar porque alguien se quede, es disfrutar cuando está, es agradecer cada minuto que te dedica y saborear cada detalle que le puedes regalar. Es luchar por arreglarlo contra viento y marea. Es lanzarse al vacío sin pensar “¿será demasiado?”, “¿será insuficiente?” porque lo cierto es que simplemente ES y esa es la maravilla de la vida: si tu corazón te pide “lánzate al vacío y regálame”, dáselo. Porque somos millones de personas en el mundo, pero solo una te hará sentir como te sientes. Todo el mundo te hace sentir algo, es parte de la vida, pero siempre será diferente. Es verdad que todos somos únicos, pero si algún día eres afortunado de poder ver lo maravillosa que es una persona, demuéstraselo con todo. No te dejes nada. No hay nada más precioso que un corazón encendido por la luz de otra persona. Y si ves la luz de alguien tú eres el afortunado y la otra persona “la maravilla”. El amor siempre triunfa…incluso cuando las circunstancias separan, cuando se diluye en la rutina…si te hizo feliz, entonces ganaste. Porque da igual cuánto éxito acompañe tu trabajo o tus hobbies, nunca te harán vivir un sentimiento tan intenso como el que te regala una persona, su abrazo, su mirada, su detalle, su sonrisa, su cara cuando está haciendo una travesura... Porque una vez en la vida llega alguien que te enciende el corazón y te devuelve la gratitud y la alegría…y eso, eso es vivir, amigo mío. “Si todos los días nos diésemos a las personas que queremos como si fuese el principio, nunca habría un final”. Y sí, la vida nunca “es como es”, sino como tú la pintes en tu cabeza. No es lo que ocurre sino lo que tú crees que ocurre. Por eso cuida lo que piensas porque se convertirá en lo que sientes y las emociones siempre son el motor de tus acciones. Sabiendo el truco, es más fácil. Porque da igual las veces que te caigas, si sigues persiguiendo un sueño te levantarás. Una vez preguntaron a Thomas Edison “¿cómo puede ser que, después de 999 fracasos intentando descubrir la bombilla, siguieses sin darte por vencido?” y Thomas Edison respondió “no fueron 999 descubrimientos fracasados, sino 999 formas de descubrir como no se enciende una bombilla”. Todos decimos que nuestros abuelos “son de otra pasta”, pues creemos esa masa para nosotros. Nuestros abuelos son increíbles porque se levantaron de todas esas 999 caídas y en la 1.000 encontraron su cima. Vayamos a por la nuestra. Y ojalá que esa cima consista en regalarle tu mundo al corazón que te hace sonreír esas noches en que estás “más tonto/a”. Escrito y fotografía por: Álvaro Salgado Carranza Somos el anhelo de algo que desconocemos. Somos la mirada curiosa que otea ese horizonte conciso y desconcertante que se llama mañana. Somos las historias que nos contamos a nosotros mismos, los recuerdos que entretejen nuestra memoria y que la hacen mía, propia, personal, y al mismo tiempo nuestra, compartida, común. La historia del hombre es la historia de cada hombre, y nuestro presente se levanta sobre el pasado obtuso que susurra en el oído una esperanza de futuro.
Somos nostalgia. Somos el corazón roto y henchido de dolor y de amor al recordar los brazos de una madre que nos acuna en su seno; somos el aliento que respiramos cuando nos cogemos de la mano de nuestro padre, el mismo que cada mañana nos acompañaba a nuestro destino; somos cada persona que cruza nuestro pensamiento cuando nos sobreviene el perfume, el sabor, el lugar, la música, el calor de un cuerpo junto al mío. Somos la ausencia que nos embarga cuando recordamos aquel parque en el que nos hicimos niños. Somos la flecha que atraviesa el pecho cuando evocamos el olor de aquella clase en la que nos convertimos en proyectos. Somos el grito de socorro de una adultez que nos arrebata los recuerdos de aquel patio de castaños en el que entrelacé mis labios con los suyos. La nostalgia es el sobrenombre de la pérdida y del dolor, tres hermanos que tejen nuestro futuro y cortan con decisión nuestro hilo. Y este año se erige en el año de la nostalgia, de todo lo que pudimos ser y no fuimos. De lo que se quedó en el camino. De las promesas que se perdieron en el aire. De los sueños que perdieron sus alas y de las personas que enterraron las suyas. Y, sin embargo. Sin embargo, hay una nostalgia que me hunde el pecho en el conocimiento de que soy feliz en ella. Una nostalgia que no nace del dolor, que no nace de la oscura y sombría caverna de la soledad. Que baila con ella. Que me llena no de amargura y de resentimiento hacia la injusticia de una vida destinada a la corrupción de nuestra pureza original, sino que la salva. Que nos salva. Que nos encumbra. Que hace de mi temporalidad, de mi momentánea existencia en este mismo instante, de la suerte de mi presencia actual, de la casualidad, una relación de salvación. Un destello fugaz. Eso es la historia de cada hombre, y cada hombre en la historia de cada cual. Un cruce de miradas. Un enamorarse locamente del extraño que se cruza con nosotros en el metro y en cuyos ojos intuimos el relato que podría ser de ambos, que podría ser nuestro relato, que podría resumirse en un fuimos y en un seremos que en verdad corresponden a lo mismo, porque ambos catalogan ese somos que se desvanece inmediatamente con la entrada del vagón a nuestro campo de visión. Puntos de fuga. Lugares en donde el espacio y la vista dan fin a lo que podemos conocer. Nuestro movimiento hace que el punto de fuga se aleje, desvelando todo lo que permanecía oculto en un principio. La nostalgia es una revelación. Somos la nostalgia de lo desconocido y sólo intuido. Somos la ilusión que nos inunda cada vez que imaginamos el encuentro aún no acontecido, esos brazos que nos rodean, ese beso que nos cambia el mundo, ese brindar por hoy y siempre con aquellos que aún ni siquiera conocemos. Ese sentirnos en casa en el lugar que aún no califica ni de hogar, pero que resuena en nuestra alma con el sonido de mil tambores de bienvenida y nunca te vayas, y la extraña sensación de que queremos más a alguien cuando lo tenemos lejos y su ausencia es una presencia perenne de quién era. De quiénes éramos. De quienes seguimos siendo. Somos ese conocimiento desconcertante pero certero y cierto y acertado de que el hombre es una cuerda floja entre el miedo y la esperanza y siempre caemos del lado del bien más preciado que tuvieron los hombres. Pandora no nos condenó. Nos dio la vida y con ella una historia repleta de maldad y crueldad y gris y colores tenues. Pero ante todo somos el clímax de la historia, la catarsis en la que el hombre se torna hombre y culmina su historia y lo colma todo de color y de brillantez y de felicidad y de esperanza. De ilusión. De amor. De recuerdo. De memoria. De historia. De nostalgia. Escrito por: María Hernández Fotografía por: Dayanita Singh Últimamente he compartido algo de tiempo con V.
V. superó una grave enfermedad de niño. Esto ya lo sabía, pero nunca le había escuchado hablar directamente del asunto. En todo caso alusiones y referencias contenidas. Una noche de ambiente distendido, de esas en las que se está sin mucha bagatela y sin más añadido que la compañía y alguna bebida de por medio, habló. Los presentes callamos y atendimos con una actitud casi reverencial, no correspondía hacer otra cosa. Ese dolor era un territorio desconocido, íntimo, sagrado. Él seguía narrando con seriedad, sin tintes morbosos y sin coquetear tampoco con el victimismo. Notaba en su voz cierto tono estoico labrado por el tiempo y las secuelas, por las limitaciones y las burlas. Aun así, se trataba de un estoicismo parcial, marcado sobre todo por agarrarse a la vida como única opción y por la eterna pregunta por el sentido de ese sufrimiento. Mientras lo contaba y desde esa noche, cada vez que le veo, V. me suscita una impresión de asombro y milagro al mismo tiempo. Al haber tenido tan cerca la posibilidad -¡y de manera tan temprana!- de haber muerto y no haber crecido nunca, ahora, todo lo que él es y todo lo que él hace me resulta más fascinante. Como ha convivido con el abismo de lo desconocido y de lo eterno, su vida evoca lo que podía no haber sido. El afán responsable que le define, el carácter preciso, la carrera que estudió, el trabajo, la pasión por la fotografía, ese movimiento propio de las manos al hablar… Todo eso estaba ahí esperando, en potencia, sigiloso y oculto, frágil, incognoscible como la vida que queda siempre delante y lleva el nombre de mañana. V. recuerda la radical contingencia de todas las cosas. De la nieve, del pajarillo, de la flor silvestre, del verde que me consuela y de aquel otro encuentro que me desordenó un martes por la mañana. En definitiva, me recuerda la contingencia de mi propia vida. Me provoca admiración por el hecho de estar y existir, por mis piernas y mi cara que habitualmente doy por descontado; por las preferencias que me hacen a mí, por lo que me atrapa y lo que detesto. Porque como dice Carmen Martín Gaite, en cuanto nos fijamos un poco, lo raro es vivir. “Que estemos aquí sentados, que hablemos y se nos oiga, poner una frase detrás de otra sin mirar ningún libro, que no nos duela nada, que lo que bebemos entre por el camino que es y sepa cuándo tiene que torcer, que nos alimente el aire y a otros ya no, que según el antojo de las vísceras nos den ganas de hacer una cosa o la contraria y que de esas ganas dependa a lo mejor el destino, es mucho a la vez, tú, no se abarca, y lo más raro es que lo encontramos normal”. Pero sin decir nada, V. menciona el milagro, lo vulnerable del instante y la fragilidad de la permanencia; susurra que nada importante está en garantía. Por eso, la historia de V. habla del misterio. Escrito por: Cristina Santa Puche Fotografía por: Herald and Times Group - 10 de enero de 2021 - Se suele hablar mucho sobre los niños y su manera de ver el mundo. De su capacidad de colocar sobre todo lo que ven, tocan y experiencian un velo de inocencia, desconocimiento y sorpresa. “Así deberíamos vivir”, piensa más de uno. He intentado que la nieve de estos días me produzca esa sensación de la primera vez. He intentado ser niña con todas mis fuerzas. Tras muchos intentos y pocos resultados, he concluido que quizá sea mejor — o al menos más sencillo — ver la vida con el filtro de la última vez. En las primeras veces somos torpes, nerviosos, cautos. En las últimas hay cariño, experiencia y mucha delicadeza. Lo malo, el problema, es que nunca — o casi nunca — sabemos cuándo estamos ante esas últimas.
Hace poco que murió mi abuelo. Ahora que ya lo he digerido y empiezo a ver sus ojos en el parpadeo de las estrellas, recuerdo mi último momento con él. Fui a su casa y le corté el pelo. Me daba la espalda, pero eso no impedía que bromeáramos sobre su melena blanca. Incluso imaginamos e hicimos planes para el próximo verano. Aquí también tiene cabida el velo de la inocencia. Después merendó un flan de café. Al terminar, fregué su cuchara y arrimé su silla a la mesa de manera rutinaria. Pasé el trapo húmedo seguido del seco por la zona de la mesa que se había usado. Su torpeza había dejado tres pegotes de flan en el viaje entre su boca y su mano. Mientras, él salía por la puerta de la cocina. Atento y despacio, sin demasiada energía. Lo vi de reojo, pensaba en la curiosidad de la vida humana. Me esperó erguido al lado del balcón y, sin necesitar palabras, supe que debía abrirle la puerta. Lo dejé fumando lo que podría ser su octavo cigarrillo del día. Le abroché una chaqueta de hilo azul marino. Cinco botones. De derecha a izquierda. Un cuerpo protegido del frío. Con todo en orden, abandoné la sala. Seguramente con prisa. Escupiendo un mísero “hasta mañana”. Nadie te dice que en una maquinilla de cortar el pelo, que en una cuchara, que en unas zapatillas de estar por casa y que en un cigarrillo y cinco botones se pueden esconder tantas últimas veces. Dos mañanas después, mi abuelo ya no estaba. Estos días vivo entre cuatro paredes que, si no me fallan los cálculos, delimitan un habitáculo de unos diez metros cuadrados. La equívoca sensación de tener tiempo y no saber cómo usarlo me llevó anoche a leer uno de mis muchos e inconexos diarios. En el elegido, resumía en líneas torcidas los meses de septiembre, octubre y noviembre viviendo en Edimburgo, mi ciudad universitaria. Volé a la costa alicantina siendo consciente de la incertidumbre del mañana, pero algo me decía que en algún momento volvería al país de las gaitas. Con fecha ventinueve de noviembre escribí sobre una partida de cartas con amigas. Pasó en 22, Forrest Road. Cómo no. Dueño de un sinfín de conversaciones y veladas. Y sin embargo, a mí solo se me viene a la mente esa última partida. Se vuelve a colar el velo de la inocencia entre estas líneas. Vivir en las últimas veces te hace recordar vivamente el detalle. Aquella noche, la cocina estaba decorada con múltiples productos de limpieza. Estoy segura que muchos eran de Poundland. Había cajas emprecintadas. En la despensa quedaban apenas un manojo de tres plátanos y dos kilos de lentejas. Sobre la vitro se cocinaban a fuego medio unas verduras que servirían como comida al día siguiente. Había sobre la mesa fideos asiáticos, quesadillas y alguna botella de alcohol vacía. Todo era decoración. Jugábamos de manera lenta y desordenada. Nos saltamos alguna ronda. Yo, como de costumbre, no gané ninguna. Nos despedimos rápido. “Suerte mañana”. “Nos vemos pronto”. “Feliz vuelta a casa”. Y sin embargo, a día de hoy no hay retorno. Aquella fue la última vez de una bonita (y paradójicamente eterna) amistad que nació en una ciudad — nuestra ciudad — universitaria. Hace ya algunos años, un infarto llevó a mi tío a pasar varios días en una habitación de hospital. Desde su buen humor y pasión por la vida, decía que había que procurar no hacer muchos amigos en la planta de ingresos de cardiología. La realidad puede resultar cruda y cruel, pero te hace vivir desde la delicadeza y la bondad del que sabe que la vida es pasajera y los corazones se silencian. Cada día desde la trescientos cuatro, mi tío se aseguró de darle las gracias y regalar una sonrisa a la enfermera por aquella sopa insípida. De desearle a su vecino Ramón unos enérgicos buenos días. Vivir en las últimas veces es, de alguna manera, vivir en el presente. En unos minutos puede que tu amiga marque tu número de teléfono para comunicarte que su test ha salido positivo y que te tocan diez días nostálgicos de vivir en tu cuarto. Quizá y de repente, los nuestros, esos que siempre creímos eternos, dejan de estar — físicamente, claro -. Quizá sean nuestros amigos de hospital. O quizá estás cerrando una etapa a la que tu cabeza no pretendía — todavía — poner punto y final. Querer mucho y querer bien. Por si hoy, aquí y ahora, es esa última vez. |
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