Escrito por: María Palos Pereira Fotografía por: Imogen Cunningham Uno más es uno menos. Pero yo siempre quiero uno más.
Dame un millón de días. Pero que siga corriendo el tiempo. Que acaben. Que se mantengan esas ganas de vivirlos. Que aumenten. Una carcajada por cada respiración. Y que reír nos quite el aire. Cada segundo como si fuera eterno. Y la vida como si fuese fugaz y efímera. Contemplar todo como si fuese absolutamente irrelevante. Y que en cada movimiento nos juguemos la existencia. Sentir que no tienes nada que perder. Y que cada cosa valdría todo el universo. Estar tan desprendido como para agarrarse a todo fuerte. Dejar todos los miedos lejos y mantener la alerta que viene con ellos. Admirar cada cosa como si fuese la única en el mundo. Y ver tantas como sea posible. Vivir toda la temporalidad con ecos de eternidad.
0 Comentarios
Fotografía: Carles Ribas Gregorio Luri es filósofo y pedagogo. Nacido en Azagra, Navarra. Conocimos a Luri al escucharle hablar sobre la familia. Uno de sus libros se llama Elogio de las familias sensatamente imperfectas. Nos encantó: sensatamente imperfectas. ¡Qué respiro! Su último libro: La escuela no es un parque de atracciones. Teníamos muchísimas ganas de entrevistarle porque podíamos intuir en él una sencillez, profundidad y sentido común muy poco comunes, a los que queríamos acercarnos. Nuestra intuición estaba en lo cierto. En esta entrevista nos habla del pundonor, la infancia y nuestras heridas, el milagro de la amistad y la importancia de una inteligencia práctica. Nosotras acabamos de entrevistarle con una amplia sonrisa. Ojalá tú también al leerla. ¿Qué hay de su familia en usted, qué peso tiene en su vida? La familia la llevas contigo en lo bueno y en lo malo, para siempre. Las primeras imágenes de las que te impregnaste en tu infancia son los cimientos sobre lo que se ha construido todo. No puedes renunciar a eso. Tendrías que derruir toda tu vida para desmontar esas imágenes de la infancia. Los olores, los sabores, las imágenes, los recuerdos, las caras, las canciones. Mis sueños siguen poblándose de aquellas cosas. Con respecto a mi familia: yo soy de una familia muy humilde y además con una experiencia traumática porque mi padre se murió cuando yo tenía cinco años. Esa es una herida que te acompaña también de por vida, que no cauteriza nunca. Mi idea central cuando hablo con las familias es la siguiente: los padres por mucho que quisiéramos no podemos legarles a nuestros hijos el libro de las respuestas a todos los problemas posibles, no existe además tal libro; pero sí podemos mostrarles algunos ejemplos valiosos y esto sí que les va a acompañar. Yo, por ejemplo, estoy muy orgulloso del ejemplo del pundonor, del trabajo bien hecho, de que a inteligente te puede ganar otra persona pero que a trabajador no puede ganarte nadie. Estoy muy agradecido de la dignidad con la que se puede llevar la pobreza. Tú puedes ser pobre pero eso no justifica la suciedad. La idea de que la educación está para ampliar los límites de tu familia. Recuerdo una frase que mi madre me decía: “hijo mío, estudia para que puedas presentarte en cualquier sitio”. La capacidad para relacionarte con naturalidad tanto con los que son mayores que tú como con los que son menores que tú, o dicho de otra manera, con los ricos y con los pobres, es la clave de una persona educada. Hablaba usted de las heridas de la infancia y de su compañía durante toda la vida. ¿Cómo acogerlas y curarlas? Esas heridas no se curan nunca. Lo que puedes hacer con tu vida es compensarlas con otras experiencias. Tú no puedes hacer que tu padre resucite. Eso está ahí con todo lo que hay, pero sí puedes tener una relación de amistad con un grupo amplio de personas, puedes organizar tu familia de la manera más cordial posible. La vida, hay que asumirlo, es una tragicomedia. Tiene elementos trágicos y están ahí, forman parte constitutiva de la vida. Vosotras, entre los temas de los que hablais, habéis señalado dos: la muerte y la belleza. Me parece precioso. Desde mi punto de vista, las dos cosas van unidas porque precisamente saber que estamos rodeados por cosas que la muerte ha tocado, que son efímeras y frágiles, es lo que nos permite experimentar, en toda su profundidad, su belleza. Somos frágiles y tenemos heridas y están ahí. E insisto en que las heridas de la infancia te acompañan siempre. Pero puedes no limitar tu vida a un lamento por las heridas de la infancia. Crecer quiere decir acompañar eso con experiencias de alegría, de gozo, de disfrute, de plenitud… con lo cual esa tragicomedia de tu vida va llenándose de elementos cómicos, divertidos y experiencias plurales. En su experiencia, ¿qué es lo más difícil de ser hermano? El interior de la familia es un sistema psicoafectivo muy potente en el que realmente estamos desnudos frente a los otros, frente a nuestros hermanos. Por tanto, sabemos perfectamente cuales son las cosas que les podemos decir para herirles profundamente. Y, por tanto, dentro de la familia se puede ser muy cruel. Esa intimidad psicoafectiva, como en todas las cosas humanas, a veces las utilizamos para bien y a veces para mal. Pero saber aceptarnos por encima de todo esto, entender que podemos querer a una persona siendo consciente de sus defectos, ese es el mayor aprendizaje que nos puede prestar una familia: que podemos conocer los defectos de nuestros hermanos y quererlos. Entonces entendemos que ellos hacen lo mismo con nosotros, que hay cosas de nosotros que no les gustan y que sin embargo nos quieren. Y a la hora de la verdad, ¿qué mayor fortuna podemos tener en esta vida que encontrar fuera de la familia a alguien que nos quiera de verdad, que nos quiera conociendo nuestros defectos? Cuando eso ocurre, te ha tocado la lotería. ¿En qué sentido le ha obsesionado la perfección? ¿Qué implica el elogio de la imperfección como alternativa? La perfección no me ha obsesionado nunca. Nunca he pretendido ser perfecto. Sí me ha preocupado mucho ser un poco menos imperfecto, sabiendo que lo que es tu vida nunca está completamente en tus manos. La vida es más grande que cualquier conceptualización que podamos hacer de ella y por tanto siempre nos sorprendemos a nosotros mismos, para bien y para mal. Siempre nos descubrimos actuando o diciendo algo que sabemos que no debiéramos haber dicho o hecho. Pero al revés también: siempre nos descubrimos haciendo o diciendo cosas de las que nos sentimos orgullosos. Creo que la clave de una vida moral es intentar recomponer los fragmentos de lo mejor que hemos sido, de todos aquellos fragmentos de nuestra vida de los que estamos orgullosos porque hemos estado a la altura de lo mejor que hemos podido llegar a ser. Intentar recogerlos para dar forma a una imagen unitaria de nosotros mismos, que nos sirva como modelo. Porque si en un determinado momento y circunstancia hemos actuado bien, vamos a intentar reagrupar todas aquellas experiencias de lo mejor de nosotros mismos para formar un modelo de lo posible de nosotros mismos y que sea la guía moral de lo que somos. Creo que Kant tenía razón cuando decía que no podíamos ser morales fragmentariamente. Para ser moral hay que serlo íntegramente. Ese es el reto para mí. No se trata de la perfección, sino de buscar en cada caso lo mejor que puedes dar de ti mismo. Si te conoces un poco, y yo tengo el deber de conocerme un poco, sé que en los años que me quedan de vida aún habrá un montón de experiencias en las que me avergonzaré de mí mismo y también en las que me sentiré muy orgulloso de mí mismo. Hay que moverse sin demasiado dramatismo y gesticulación entre ambas cosas porque al final, la naturalidad con la que uno se lleva a sí mismo también es un valor. ¿Cómo hacer para que en la familia lo importante -el hecho de querernos- pese más que lo anecdótico -lo que no nos gusta del otro y nos duele-? Tenemos que constatar que hay familias autodestructivas. Más aún: que el peor infierno para una persona, especialmente para un niño, puede ser una familia autodestructiva. Hay padres muy crueles, hay personas que no saben quererse y cuando se juntan, se hacen daño unos a otros. Yo creo que la manera de salvar una familia es saber disfrutar de manera consciente y voluntaria de lo mejor de sí mismo. ¡Mira qué bien lo hemos pasado este día! Si lo hemos pasado bien, ¿por qué no repetirlo? ¿por qué no intentar que haya más días así? Y cuando tenemos un día en el que todo sale mal y quisieras que tus padres fuesen de otro planeta y tus hermanos de otra generación y tú misma de otra forma, saber tener la suficiente inteligencia práctica como para saber que esa experiencia pesimista que tienes de todo no es real, o que es real fragmentariamente. La inteligencia práctica, que es la inteligencia de verdad, la más propiamente humana, lo que los antiguos llamaban “prudencia”, es la capacidad de saber aprovechar la situación valorando las cosas buenas y malas. Es muy fácil hablar de ella y muy difícil practicarla por una sencilla razón: dentro de la familia los ejemplos tienen mayor peso que las palabras. Nuestros padres nos dan consejos maravillosos, pero a la hora de la verdad, lo que se nos quedan son sus ejemplos. Y los ejemplos tienen valor cuando son espontáneos. En la familia se educa cuando nadie sabe que se está educando, cuando se es espontáneo. Cuando ves que tus padres espontáneamente son así y eso que son te resulta atractivo, ahí está el valor. Pero, ¿cómo consigues que esas familias autodestructivas, espontáneamente proporcionen buenos ejemplos? Yo no tengo la respuesta. ¿Cómo ser adulto sin dejar de ser niño? ¿Cómo ser padre sin dejar de ser hijo? El niño que tú eras siempre te va a acompañar. Ser adulto es saber que tienes que comportarte como adulto y, por lo tanto, que cuando tu hijo hace algo que tú sabes que hiciste también y que es natural que lo haga por la edad que tiene, tu papel como padre no es decirle qué bien, yo también lo hice sino eso está mal hecho. Tienes que compensar esa espontaneidad de la juventud con algún tipo de experiencia. En general, el niño es el ser que tiene más energía que experiencia y hace cosas de las que se sorprende porque no es consciente de las consecuencias de su espontaneidad. Ser adulto es casi lo contrario: eres más prudente porque vas coartando tu espontaneidad pensando en las consecuencias, lo cual también es un defecto. Pero tu papel como adulto es compensar con tu experiencia la espontaneidad del niño. No estás para ser su colega sino para otra cosa. Frente a la imagen romántica y utópica de la infancia, es una etapa compleja, con muchos miedos. El niño necesita aliados fuertes para combatir sus miedos, y el hecho de saber que en la habitación de al lado hay un aliado fuerte, es un elemento de estabilidad psicológica. Más aún, el niño necesita saber a su manera que en la habitación de al lado hay una historia de amor, porque eso le permite saber que si está en peligro y necesita amor, va a tener unos brazos abiertos. Por eso es importante que el adulto no esté permanentemente jugando el papel de niño con sus hijos. Los niños reclaman una imagen de autoridad que no quiere decir de miedo, sino lo contrario; una imagen de autoridad que te proporcione confianza y seguridad. El niño también necesita que haya un adulto que pegue un golpe encima de la mesa y diga hasta aquí hemos llegado, esa pelea que tenía con tu hermana se ha acabado porque si no no acabaría nunca. Que alguien diga que se ha acabado con autoridad es lo que te permite recomenzar. Y no siempre se necesita explicarlo todo. Los límites son terapéuticos. Tienes que crear un espacio lo suficientemente amplio como para que los niños puedan moverse en libertad, pero al mismo tiempo tienen que saber que hay límites que no pueden traspasar. A medida que van creciendo, se van ampliando, pero debemos saber que hay cosas que no podemos hacer delante de nuestros padres, porque para eso tenemos a nuestros amigos. También tú esperas que tus padres no hagan y digan ciertas cosas delante de ti porque quieres que sean un referente y que no te defrauden en su conducta paternal. Llevamos el niño que éramos, pero también llevamos experiencia con nosotros. Si pudiera dejarles a mis hijos lo más valioso que tengo con la certeza de que sabrían apreciar su valor, les legaría mi convicción de que es inútil salir a la calle si no vuelves a casa con un nuevo amigo (1) ¿Por qué? La amistad para mí es absolutamente esencial, la cordialidad en el trato y la amistad. He tenido la suerte de ser una persona a la que no le cuesta demasiado establecer relaciones con los demás. Y eso te ayuda muchísimo en la vida. Corto muy pronto con las personas que me parecen tóxicas o negativas, creo que no hay que perder mucho tiempo con ellas. También os tengo que decir que no tengo miedo a la hora de asumir retos. Siempre he visto los retos como una oportunidad, como una aventura, no tengo miedo: sé que mi obligación es no decir ninguna tontería y tener la suficiente confianza en ti mismo como para saber que te lo vas a preparar bien. Los retos siempre han sido para mí un acicate, un estímulo, nunca me he acobardado. Aquello que está dentro de tus posibilidades, un poco por encima de lo que puedes hacer ahora, siempre ha sido un estímulo porque esforzándome lo puedo conseguir. Y eso te abre muchas puertas. En este mundo en el que estamos todos interconectados, mantener relaciones de cordialidad con la gente que conoces es esencial. Y eso es lo que quiere decir: vayas donde vayas, vuelve con un amigo. Volver solo como turista es triste. Pero no porque tú te lo propongas, sino porque tu manera de ser te permita establecer lazos. Para compensar las complejidades de la vida hay dos elementos esenciales: el amor y la amistad, y los dos hay que cuidarlos como se pueda porque son milagros, te permiten contar con personas de cuya palabra te puedes fiar y eso convierte el mundo en un lugar habitable. ¿Qué significado e importancia tiene para usted la sencillez? La sencillez es sencilla cuando no lo pretendes, cuando te sale espontáneamente. Hay que ser lo que se es, sin pretender ser ni espontáneo ni natural ni sencillo. Y cuando eres lo que eres, sin teatralizaciones, hipocresías y demás es muy relajado y descansado, no tienes que estar fingiendo que eres otra cosa, y te permite contar con la confianza de los demás porque saben que no vas con dobleces. Ser lo que se es no significa ser una persona perfecta y no tener defectos, sino que los demás conocen enseguida cuáles son tus defectos y tus esfuerzos para combatirlos. ¿En qué circunstancias reconoce el miedo a la soledad? ¿Cómo lo vive? A mí me encanta estar solo en mi cuarto sabiendo que mi mujer está por casa. Cuando no está, la soledad se me hace insoportable. Necesito estar solo con alguien cerca. Sin sentir el ruido, que está la persona a la que quieres cerca de ti, no sé sobrellevar la soledad. Si estoy solo en casa, escribir un artículo me lleva días, me cuesta concentrarme, soy un inválido. Además, yo no sé pensar en soledad. Kant era capaz de aislarse del mundo y escribir la Crítica de la razón pura. Yo para pensar necesito hablar, discutir, dialogar, exponer mis ideas al otro y ver cómo las replica, escribirlas… Básicamente, para pensar necesito hablar. Sí a la soledad compartida, no a la soledad del aislamiento, que a mí me parece insufrible. ¿Cuál es su propósito, su para qué, qué le mueve en su trabajo? ¿Todos tenemos uno? El ser humano es extraordinariamente complejo, casi nunca me atrevería a hablar en nombre de todos. A mí lo que me mueve en mi trabajo es la satisfacción que encuentro en el esfuerzo realizado. Me parece que la clave de la felicidad asequible a los humanos está en la constatación de que el esfuerzo que has hecho, ha merecido la pena. El triunfo contra una dificultad me proporciona una satisfacción íntima enorme. Y como para tener esas satisfacciones necesitas invertir un esfuerzo, un trabajo, podríamos decir que la felicidad es el trabajo. El trabajo se ve como una condena, pero para mí no lo es. Y eso es algo que le debo a mi familia. El trabajo tiene un valor moral de autoconstrucción personal. Entonces miras hacia atrás y ves cuántas personas mucho más inteligentes que tú se quedaron por los márgenes por no saber trabajar, por no tener insistencia y amar el trabajo bien hecho. Si sois capaces cada día de leer un poco y escribir un poco, al cabo del año es muy probable que hayáis leído y escrito más que esa persona que lee mucho durante cuatro días. Eso se asienta y esta sensación de autoconstrucción de uno mismo, de que algo de ti es una autoconstrucción, es una fuente de satisfacción.
Más allá de eso la vida te da sus sorpresas buenas y malas, y la capacidad de autoconstrucción también está para disfrutar de lo bueno y no dramatizar excesivamente lo malo. Pero estamos aquí. Vamos a intentar sobrellevarlo con más alegrías que penas, y para eso nosotros solos no nos valemos, necesitamos alguien que nos quiera a nuestro lado: la familia, nuestra pareja, nuestros hermanos - que a pesar de todo siempre están ahí y siempre vamos a contar con ellos - y la amistad. Teniendo eso la vida es muchísimo más fácil que si no lo tienes. Por tanto vamos a ser inteligentes. Que no os de miedo lo que vais a hacer al acabar la universidad, lo que os tiene que dar miedo es lo que ya hacéis o no hacéis con vuestra vida, porque lo que hagáis después será lo que ya hacéis. Sobre todo, recordadlo: no salgáis de la universidad sin incrementar de manera notable el número de vuestros amigos. Escrito por: Sylvia de Carlos Fotografía por: Ruth Orkin Desde mi ventana te veía pasar. Admiraba cómo el viento acariciaba con un soplo a los árboles que se movían como si de un baile lento se tratase. También veía cómo el sol asomaba por las mañanas, y cómo se escondía cuando llegaba la noche. Veía a la gente pasar con sus caras llenas de diversas expresiones. Siempre me ha encantado imaginarme qué es de su pasado, a dónde van, de dónde vienen, con qué sueñan, en qué piensan, a quién aman... A veces pasabas tan rápido que apenas te llegaba a percibir durante el día. Si es que a veces iba acelerada a todos lados... Y se me olvida que tú eres un regalo y no un esclavo de mis deseos y anhelos, que no puedo exigirte porque no me debes nada. Cuántas veces me arrepentí de no haber hecho tantas cosas, cuántas veces he sido impaciente y no te he cuidado. Pero a la vez, cuánto he disfrutado del instante presente, de una conversación, de un paseo...
Me costó entender que cada cosa tiene su ritmo, que no puedo pretender abarcar todo, pero sí puedo aprovechar cada instante que me regalas, que aún puedo seguir admirando la belleza de tantas cosas buenas que me ofreces. Supongo que así eres tú, que no entiendes de ideas, de sueños, del querer. Es el tiempo quien arrasa con todo, y el que da sentido a todo. Pablo Burgué es consultor de recursos humanos en Dynamis Consultores. Conocimos a Pablo por ser el director del programa para jóvenes Factoría de Talento que pronto comienza su octava edición, y gracias a él hemos podido entrevistar a María Hidalgo y Margarita Álvarez. No solo eso: Pablo nos sigue, comparte y apoya constantemente. Es un impulsor de personas nato, apasionado de la juventud, la educación y el desarrollo. Hemos tenido el placer de descubrirle un poco más a través de esta entrevista. Gracias, Pablo, por tu increíble acogida, generosa apertura y profunda alegría. Esperamos que lo disfrutéis tanto como nosotras. Dices que todos tenemos momentos estelares de nuestra historia que nos hacen especialmente. ¿Cuáles consideras que son tus momentos estelares? Pienso en tres momentos que me han cambiado, transformado, que han sido auténticas revoluciones. El primer gran punto de inflexión fue en séptimo de EGB. Yo era un alumno ejemplar en todo menos en gimnasia y me daba pavor el salto de potros. El profesor de gimnasia me cogió cariño y un día cerró el pabellón y me dijo: "usted de aquí no sale hasta que salte todos esos potros". Y lo hice. Si yo podía saltar los potros, podía lograr las cosas que me propusiera. Fue ver que dentro tengo lo necesario para poder superar mis miedos. Otro punto de inflexión fue la entrada en AIESEC porque supuso conocer lo que hay fuera de ser solo “un niño bueno”. Tuve la oportunidad de conocer la vida de la universidad mucho más allá de las clases. Hay cosas que uno aprende para las que tiene que ser un poco niño “malo” en el buen sentido de la palabra. Y tercero, crear Factoría de Talento. Entonces tuve la sensación de encontrarme cogiendo las riendas de mi vida y haciendo lo que quería hacer, diseñado por mí y no por otros que me invitan a que me suba. Lo verdaderamente importante en la vida es sentir a lo grande ¿A qué te refieres? Vivir es experimentar todo aquello que te lleva a alegrarte, entristecerte, sorprenderte. También el miedo, un disgusto... no puedes elegir vivir sintiendo solo lo “bueno”. No busco el miedo o la tristeza, sé que forman parte del juego si quiero vivir sintiendo. Si juegas tienes que estar dispuesto a ganar o perder. Me pongo contento cuando estoy triste y pienso que estoy vivo. No me encuentro bien estando triste o enfadado pero le doy un sentido, entonces me pongo contento. No sé si es pasión lo que siento, pero esa apertura para que puedan entrar experiencias, que pueden ser muy pequeñas, lo vinculo con algo que otros podrían llamar quizás pasión. Puedes obviar tus sombras pero no puedes acabar con ellas porque es el mismo sol que da la vida la que las provoca. No hay paz si no hay inquietud. ¿Por qué? Sentir de verdad la tranquilidad, estar a gusto con uno mismo respondiendo a lo que uno es, implica meterse en jaleos, tener dudas, miedos, trabajar, estudiar, sufrir. La paz, el sentirte bien contigo, es la otra cara de la misma moneda que te genera tantas inquietudes y quebraderos de cabeza. En mi experiencia, decidir tomar las riendas me ha quitado más sueño. Cuando no tenía tanta inquietud tampoco tenía tanta paz. Con Factoría ha habido más sustos, más disgustos, pero también más momentos de pelos de punta, de decirme "bien hecho". La complejidad te lleva a la satisfacción. Creo que para que la vida te ponga los pelos de punta hay que jugársela un poquito. La libertado sólo puede entregarse por amor ¿Qué te sugiere? En mi experiencia, a veces he tenido que renunciar a ser quien soy, y creo que si hay algo por lo que merece la pena dejar de ser quien uno es, es por amor. Cuando me enamoro me entrego, dejando de ser un poco yo para ser otro alguien con la persona a la que quiero. El amor implica que al otro lado hay alguien que tiene su propio ser, y para construir algo puede necesitar que tú dejes algo de lo que eres. Pero hay otra parte de mí que dice: ser tú mismo, el entregarte desde quien eres, está por encima. La libertad no debería entregarse por nada si implica renunciar a quien eres para que el otro esté bien. Seguramente hay gente que puede estar haciendo renuncias claras a quien es, por amor y tiene la sensación de seguir siendo libre, mientras otro haciendo esas mismas renuncias puede sentirse muy esclavo en base a la educación recibida y sus experiencias. Cuidado si el "amor" te lleva a que no se reconozca quién eres. No te busco porque sé que es imposible encontrarte así, buscándote (Pedro Salinas) ¿Qué te sugiere? Creo que hay un determinado tipo de emoción que uno busca y encuentra al buscar, como puede ser la emoción al ir a un parque de atracciones. Pero hay otro tipo de emociones que uno no encuentra porque las busque, la emoción le encuentra a uno. Por eso es importante tener actitud de apertura para que las emociones entren, estar receptivos a sentir aquello que no somos capaces de generar por nosotros mismos. Sabiendo que cuando uno está abierto también pueden entrar ladrones, vampiros de energía, tristes. Por ejemplo, mi madre, si pudiera, cerraría la puerta con guardia de seguridad, alarma... con esta forma de vivir creo que es complicado que determinado tipo de emoción te encuentre. Me maravilla la gente que siempre acoge, dispuesta a conocer algo nuevo, una persona nueva, una película o iniciativa desconocida. Ahí pueden producirse algo excepcional que no buscabas. Tomar las riendas de la propia vida y a la vez tener esta apertura es un equilibrio a veces inestable, hay más dudas y te equivocas. Ya tendré tiempo de no equivocarme cuando esté muerto. Si no me equivoco es porque no me muevo. Mi padre, que es mi héroe, estudió Filosofía. Al jubilarse pasó una época de crisis y al salir de ella empezó a escribir. Y alucino con lo que escribe. Decidimos que este verano tendríamos conversaciones sobre distintos temas y las grabaríamos. Han sido mágicas. He descubierto a mi padre de alguna manera. Una de las frases que me dijo y que se me ha quedado grabada es que los seres humanos tenemos la impresión de que necesitamos certezas, y lo que necesitamos son incertidumbres. Las certezas te acomodan, te paran, te asientan, mientras que las incertidumbres te invitan a hacerte preguntas, explorar, moverte. Y en el movimiento hay vida, en la certeza no la hay. Yo elijo esto, tomar las riendas y estar abierto, aunque me lleve a más dolores de cabeza o tristeza. No hay paz si no hay inquietud. Como cuerpo, cada hombre es uno; como alma, jamás (Herman Hesse) ¿En qué sentido se verifica en tu experiencia? Durante el confinamiento volví a leer El lobo estepario, que había leído en mi juventud pero no me había resonado. Y ahora más. El ser humano no tiene dos caras, tiene muchos roles a la vez y en cada uno de ellas soy distinto incluso posiblemente cosas contradictorias. ¿Es incoherencia? No lo sé, creo que forma parte de la naturaleza humana. Por ejemplo, yo me crié en un colegio católico y también estoy criando y educando a mis hijos en la fe católica. Pero yo tengo muchas dudas en relación con la fe y lo católico y eso no se lo cuento a mis hijos. Creo que es interesante que se hagan determinado tipo de preguntas y conozcan las respuestas que se dan en el contexto católico y tengo clarísimo que este empuje que hago tiene fecha de caducidad. Entonces entro en una cierta contradicción. No sé si soy una persona incoherente. Para mi es algo como lo que plantea Hesse en El lobo estepario, somos muchas cosas a la vez, y nos invita a reconciliarnos con nuestras incoherencias. Además, debido a mis vivencias mi mirada ha ido cambiando. Hay cosas en las que sigo siendo exactamente el mismo, en otras no. Depende de cuánto hayas explorado. Creer que hemos llegado. Ese es el problema. Creer que hemos llegado. ¿Dónde has llegado y a dónde crees que nunca llegas? Cada día que pasa tengo menos certezas. Me quedan dos: que si yo me muero mañana me muero tranquilo porque me he dejado muy poco en el tintero y estoy donde quiero estar, y que quiero morirme muy viejo y muy vital, no quiero jubilación. Cada vez busco menos las cimas, lugares a los que llegar, retos que conseguir, objetivos que alcanzar. Cada vez valoro más el navegar lo que venga con cada día. Con orientación. No me da igual a dónde voy, pero me preocupa menos que cómo de a gusto estoy navegando. Antes era muy crítico para mí llegar a un sitio, ahora lo es disfrutar de la navegación. Llegar a la meta se disfruta muchísimo, es una sensación que hay que vivir, pero esa emoción dura muy poco. El sentido del puerto, de la cima, ha perdido mucho peso para mí.
Queríamos conocer a María desde hacía tiempo. Su alegría de vivir, la mirada amiga sobre una misma y sobre los otros y la profundidad en sus reflexiones y escritos, nos dejaba siempre con las ganas de aproximarnos a su vida y compartir -con ella- preguntas, dudas y vivencias. ¡Y pudimos hacerlo! ¡Y nos ha fascinado! La comprensión de su identidad como un todo, la franqueza al hablar sobre el mal, la herida y los miedos, la experiencia de que la gratuidad es la clave de la amistad, la combinación entre profundidad y espontaneidad, y la caracterización de su mirada por la amplitud y la ternura. ¡Y mucho más! Gracias, querida María, por acoger nuestras palabras y entregarnos las tuyas. Con reposo, con sinceridad y con alegría. ¿Qué es esencial en la amistad? ¿Qué tiene que tener el otro para ser amigo? ¿Y qué es superficial o no imprescindible? ¿Conviene ser iguales en algo? En la amistad es esencial el otro. Esto, que podría parecer una obviedad, es necesario entenderlo: la amistad no es para nosotros, es para el otro. Yo definiría la amistad como el amor desinteresado por el destino del otro, por su cumplimiento. Por eso no me convencen, me parecen superficiales y prescindibles las nociones de simetría. “Un amigo es el que te aporta algo”, “En una relación de amistad hay que dar y recibir”: esto puede ser deseable, pero una amistad es gratuita. Uno se entrega al otro por amor, sin “esperar” nada a cambio (entrecomillo esperar porque realmente siempre esperamos, pero no como pretensión, sino como deseo del corazón). ¿Conviene ser iguales en algo? Imagino que en determinadas amistades será una ayuda, y en otras un impedimento, sino se mira al otro bien. Yo tengo amigos del alma con los que comparto estilo de vida, intereses, formas de entender el mundo… y tengo otros que se sitúan en las antípodas de lo que yo soy. Pero en el fondo, se hacen las mismas preguntas que yo. Me quieren y les quiero por quién son, no por lo que son o lo que hacen o lo que expresan. En tu experiencia, ¿qué te ha costado a veces querer de tus amigos? ¿cómo quererlos con todo? Me ha costado querer la falta de honestidad, el límite y, claro, el mal. No me cuesta perdonar, no me cuesta una equivocación o un error; me cuesta el mal por el mal. Aunque tengo que decir que no creo que nadie a quien yo llamo amigo haya tenido maldad en el corazón cuando me ha hecho daño. Querer al otro con todo es, creo, una de las tareas más difíciles de la vida. Sobre todo porque nos saltamos un paso: querernos a nosotros mismos con todo. Lo que censuramos en nosotros, lo que nos cuesta mirar en nosotros mismos, es lo que reprobamos en el otro. Pero entender que cada persona es un regalo, tal y como es, es la tarea de toda una vida. Nos ocurre incluso con nuestra familia, que es el don más evidente, que no elegimos: cuántas veces pensamos “si mi hermano fuera así, si cambiara esto, si me tratara de determinada manera…”. Pero cambiar la mirada y mirar al otro por lo que es nos libera y nos hace amar completa y profundamente. Con cada etapa de nuestra vida a veces cambiamos de círculo de amigos y algunas amistades perecen por descuido, un comportamiento que nos hace daño o falta de afinidad y vida compartida. ¿Cómo vives tú estos finales? En este ejercicio de honestidad reconozco que lo vivo fatal. Sólo he “perdido” dos amigos en la vida: uno en la universidad y otro más recientemente. Son heridas abiertas que, no voy a negarlo, aún me duelen. Algo que no me sucede, por ejemplo, con mis ex parejas: me reconcilio con la idea del amor mutado a algo más puro, más elevado y en la distancia, e incluso acaban siendo amigos. Pero las amistades que se “pierden” porque se deshacen en el tiempo y el espacio no me quitan la paz, porque si realmente eran amigos, siempre estarán, y si no lo eran, seguirán su camino y guardaré conmigo lo que me regaló el tiempo que compartimos. Tengo dos amigos, un matrimonio que vive en Castellón, que me enseñan mucho sobre esto. Un día les pregunté cómo conseguían mantener y conservar un grupo de amigos tan amplio y tan cercano, y me dijeron: “Nosotros nos tomamos en serio cada relación que se nos pone delante”. Al final es un ejercicio de cuidado, de atención y de seriedad con la vida: se te regala una preferencia por alguien, y tú solo tienes que seguirla. Confieso que yo llego incluso a hacerme listas en las que apunto a quién llamar, a quién escribir para saber cómo está, con quién quedar… y parece frío, pero no es una tarea o un deber, sino una alegría por cuidar a los que quiero. Desde un primer momento, sin conocernos, te has mostrado a nosotras con toda tu verdad, haciéndote vulnerable. ¿En qué descansa tu valentía para mostrarte? ¿ante quién mostrarse y cómo? He vivido mucho tiempo tratando de imaginar qué esperaba de mí el otro, incluso amoldándome a las expectativas de mi entorno: un novio, un jefe, un amigo. Y ha salido siempre fatal. Creo que sólo cuando uno se siente querido y aceptado con todo lo que es, sólo cuando ha recibido esa mirada sobre sí, puede ir a cualquier parte con la cabeza alta y el corazón al descubierto. ¿Tengo miedo a que me hagan daño? Claro, mucho. Pero mi experiencia es que siempre merece la pena el riesgo. Respecto ante quién mostrarse… Es algo que todavía estoy descubriendo. A veces siento pudor por desnudarme tanto pero no se me da muy bien calcular o hacer estrategias, así que he decidido ser yo misma en cada ocasión. Lo que sí cuido es el custodiar ciertas cosas y ciertos aspectos de mi intimidad. Pero en realidad… lo que veis es lo que hay. ¿Con qué mirada tratas de ver al otro? ¿y a ti misma? Trato de no juzgarlo y acogerlo con todo lo que es. Me gusta mucho escuchar y observar (también por defecto profesional) así que espero que se vayan abriendo, que se muestren y enseñen lo que quieran enseñar. Fallo muchas veces y me dejo llevar por juicios precipitados o por estereotipos, pero me reviso continuamente. Y siempre pido ayuda: la compañía es indispensable. También a la hora de mirarme a mí misma. No es que ponga mi valor en la mirada de otros, pero sí, como decía anteriormente, sentirme mirada “bien” me ayuda a mirarme a mí misma con ternura, a aceptarme y quererme. ¿Qué hacer con nuestras inseguridades corporales, nuestras “imperfecciones”? ¿Esconderlas, disimularlas, mostrarlas? Creo que cada uno tiene que encontrar su lugar y, sobre todo, su momento. Yo no me he sentido preparada para mostrar mis imperfecciones hasta hace muy poco, y aún me sigue atormentando. Es un camino, que también nos está ayudando a hacer el momento clave que estamos viviendo ahora. Pero como millennial, he crecido en una sociedad obsesionada por la apariencia, por el materialismo y el consumismo, por cuerpos perfectos e inalcanzables y por un juicio sobre mí (y también mío sobre el resto) que en muchas ocasiones se reducía a la apariencia. Eso está cambiando y nos estamos ayudando entre todos a reflexionar sobre ello: por eso yo he decidido hablar sobre ello. ¿Qué te hizo pasar de luchar contra tu cuerpo a “reivindicarlo”, como dices? (1) ¿Cuál es el mayor reto que has encontrado en ti misma o en el exterior, y cómo lo vives ahora? Todos hemos experimentado liberación al hablar de ciertos temas que nos teníamos vedados o que no hablábamos más que con nosotros mismos. Y de repente, te abres, compartes cómo te sientes o lo que te hace daño, y respiras, sobre todo cuando ves que el otro vive lo mismo que tú. ¡No estoy sola, no estamos solos! Eso es, principalmente, lo que me ha llevado a compartir mi experiencia. Porque a mí hay otros que me han ayudado tanto, que me preceden en el camino (en cualquier ámbito, en realidad)… que no puedo dejar de hacerlo yo también con otros. Pero no como una exigencia, sino que nace del agradecimiento. El mayor reto que he encontrado al hablar de cuerpo es ser capaz de quererme yo incluso cuando he sentido el desprecio de otros. Y no sólo sentido, como una percepción subjetiva, sino que lo he recibido directamente en forma de comentarios, desprecios e incluso obstáculos. Como ejemplo, el otro día me hicieron unas fotos y en la sesión había otras dos mujeres altas, rubias, delgadas: muy normativas. Además, guapas, con seguridad ante la cámara y también la seguridad que te da que toda la ropa del estilismo te quede bien o, al menos, te quepa. Hace unos años, verme en una situación así habría supuesto un auténtico infierno; la habría evitado por todos los medios. Pero ahora entiendo que mi valor no está en caber en una 34 o en que no se me vea un michelín: así que sonreí, pedí música y me puse a bailar delante de la cámara. ¡Me sigue dando miedo el resultado, no vivo fuera del mundo! Pero a la vez estoy orgullosa de mí misma, porque eso soy yo: mi sonrisa, mis ganas de vivir y también mi michelín. Todo. En tu experiencia, ¿dónde encuentras la belleza de las personas? ¿La belleza duele? ¿La belleza es perfecta o es real? La encuentro en todo. En lo que son y en lo que hacen, en cómo miran y cómo piensan. La belleza interior exuda y vuelve atractivas a las personas que menos me esperaría. Hace dos años reflexionamos sobre la belleza en un congreso que ayudo a organizar cada año, EncuentroMadrid. Ese año el lema era “Heridos por la belleza”: “La belleza hiere, despierta la nostalgia por lo indecible y, de esta manera, recuerda al hombre su destino último”. Partíamos de esta frase que el entonces cardenal Joseph Ratzinger había pronunciado en el Meeting de Rímini de 2002. También lo decía Albert Camus: “Ningún pueblo puede vivir fuera de la belleza”. Ese alejamiento es, según mucho, lo que nos lleva a la deriva en la posmodernidad. Más que doler, la belleza nos hiere en lo más profundo. Es como la grieta de la que habla Leonard Cohen: sólo a través de ella puede entrar la luz. Sólo a través de la belleza llegamos a la verdad. Ese es el fin del arte. ¿Qué significa para ti ser alegre? ¿Qué importancia tiene? Es interesante esta pregunta porque siempre me han dicho que soy una persona muy alegre. Creo que es parte de mi personalidad, pero también creo que mi rostro transmite alegría. La alegría es una emoción y, como tal, es pasajera: creo que debe asentarse en otras cosas, en la paz, en la serenidad y en la armonía. Una palabra que me encanta es “leticia”, entendida como placer del alma. Creo que la tristeza también es una emoción muy humana y que se entiende de manera demasiado negativa: la tristeza, la nostalgia, el dramatismo de la vida nos pueden ayudar a entender quiénes somos y para qué vivimos, a hacernos preguntas que nos ayuden a aprehender la realidad y a vivir en el presente, sin dejar nada fuera. Para acabar, ¿una invitación a vivir el verano de alguna manera? (2) El verano ha quedado un poco atrás, pero la verdad es que lo que es útil para vivir el verano, que es la gratuidad, es útil para vivir la vida entera. Empieza el nuevo curso de este año tan raro y con él aparece la desidia, la búsqueda de razones para entender por qué hacemos las cosas, por qué madrugamos, por qué vamos a la oficina, por qué vivimos en un bucle infinito de cosas que nos dan pereza. ¿Pero es así, vivimos en un bucle infinito, o se introduce una novedad en algún caso? En mi experiencia, un imprevisto es la única esperanza: algo que irrumpa en la vida y nos atraviese. Escribía hace poco que mis veranos están cargados de gente buena que engrandece mi humanidad, de alegría en familia y fraternidad con amigos, de descanso y lectura, de oración y cultura, de voluntariado y gratuidad; mis veranos me hacen recordar lo que más querría recordar y disparan mi voluntad de vivir. No son una pausa, no son un paréntesis: son la vida misma. Por eso quiero vivir siempre así, con esa conciencia de que todo, el tiempo mismo, es una ocasión privilegiada de relación con todas las cosas.
Escrito por: Marina Sánchez Fotografía por: Vivian Maier Me salvan y no se dan cuenta.
Se colman de reproches, otorgándose una culpa que no les pertenece, que nunca fue suya. Es más fácil castigarse que concederles credibilidad a mis palabras, a mi insistencia acérrima, que trata de hacerles ver que me curan, que me salvan. A mi me empieza a costar verbalizarlo, pues ellos forman parte de ese pequeño conjunto de aspectos de mi vida inexplicables o, por lo menos, implasmables. Mi única certeza es que me salvan. La siento en el exiguo vacío de aire que nos separa en los abrazos. La siento en sus palabras. La siento en las acciones desinteresadas, en sus sacrificios incesantes, de los que buscan para mi un bienestar quimérico, que no dejan de perseguir, aun cuando parece inalcanzable. La siento en los reencuentros, en los consejos. La siento es sus esfuerzos por entenderme en las etapas en las que ni tan siquiera yo lo hago. La siento en sus estrategias para encontrarme cuando me pierdo en mi misma. La siento en la cesión de sus fuerzas, con cada impulso. La siento como constante, como refugio. La siento mientras me salvan. Me salvan, y sé que lo hacen porque cuando todo parece carecer de sentido, y huir se convierte en la mejor opción, pienso en ellos y me reafirmo en la certeza de que tenerlos es razón suficiente y, así, sigo. Perico Herráiz: «Si la medida y el centro de tu vida eres tú te vas empobreciendo poco a poco»14/9/2020 Fotografía: Chus Marchador Conocimos a Perico por su trabajo en la ONG Cooperación Internacional y por las reflexiones que descubrimos en su cuenta de Instagram. Nos pareció una persona especial y queríamos conocerlo más de cerca. De Perico nos impresiona su capacidad de entrega. Una entrega auténtica, de lo mejor de sí. En esta entrevista nos invita a a vivir disponibles, a no tener miedo a experimentar el dolor o sinsentido del otro, a querer pacientemente, como el otro quiere ser querido y aprender a recibir el amor imperfecto de los demás, a seguir dándonos a pesar de las dificultades... Perico nos cuenta desde su experiencia cómo arrimarnos a la pobreza o la vejez nos puede acercar a la vida y enseñarnos a vivir. ¡Y que nos une el 99%! Gracias, Perico, por la esperanza que das. Y gracias a ti que nos lees por estar al otro lado. Esperamos que lo disfrutes y te ayude. ¿Cómo ayudar al otro a curar sus heridas? ¿Qué significa acompañar? Desde la compañía, cercanía, sin miedo a sufrir uno mismo las heridas, penalidades o desafíos de esa persona, podemos hacer mucho para aliviar heridas. Sin miedo a compartir emociones, a experimentar en tu propia piel el dolor o sinsentido que puede estar experimentando tu compañero. Esto ya es sanar, ya es demostrar que no está sola esa persona y que en este viaje se avanza en equipo. Me parece que es el primer paso, y suele ser el inicio de muchos más. Acompañar es estar cerca, estar solícito, demostrar una apertura total al otro. Para esto es necesario ser valiente y generoso, y dar un valor enorme a esa persona. Acompañar es hacerlo cuando tú quieres y puedes, pero también -y más auténtico- cuando la otra persona lo necesita, aunque tú no puedas. Entonces le estás dando un valor enorme, a tu mismo nivel. En nuestra experiencia nos hemos encontrado con personas a quienes no podíamos acompañar en un determinado momento, y no haberlo hecho era lo mejor que podíamos hacer. ¿Te ha sucedido alguna vez? Por supuesto, me sucede muy a menudo, y no solo alguna vez. Por mi trabajo estoy en contacto con personas en situación de vulnerabilidad y con frecuencia están necesitadas de muchas cosas. Y al final solo ofrecemos un grano de arena. Necesitarían muchos más granos para recuperar su esperanza y serenidad con más rapidez. Pero la limitación de recursos, tiempo, energía y… valentía, suele ser habitual. Esto te puede crear una impotencia elevada y cierta prisa o ansiedad o tristeza. Creo que hay que ser muy realista y tener un adecuado equilibrio entre necesidad y capacidad o límite personal. Y darse cuenta de los pasos que se van dando en la ayuda a los demás aunque quede una larga caminata por recorrer. Os contaré uno de los momentos de mi vida en los que me he sentido más diminuto, inútil y vacío, justo por no poder acompañar o, mejor dicho, por no saber hacerlo. Fue en el viaje de voluntariado en Bolivia. Estaba en un banco en la plaza del pueblo y vino corriendo una niña, a la que dábamos clase por las mañanas. Estaba triste y angustiada. Pensé que podría ayudarla así que le pregunté qué le pasaba. Me contó que su abuelo estaba bebido y le reñía con cierta violencia. Le dije que iría a verle, a hablar con él, con ademán de levantarme, pero me dijo que ni se me ocurriera, que si hacía eso su abuelo sería más severo con ella una vez dejáramos el pueblo (nos íbamos a los dos días). No me podía creer que estuviera tan cerca de esa niña, tan necesitada, y que no pudiera hacer absolutamente nada. Yo, nacido en occidente y estudiando en la universidad, pensando que viajaba allí para ayudar, no tenía recursos para ayudarla, para solucionar ese problema. Me creía algo y no era nada. Nos pegamos un buen rato de la tarde charlando, sin mirar el reloj, sin prisa. Al despedirnos dibujaba una sonrisa llena de agradecimiento en su rostro. Yo le regalé la mejor de mis sonrisas, pero al girarme aprecié con fuerza mi incapacidad e inutilidad. Estaba triste y furioso. Mientras caminaba me prometía a mí mismo que en la siguiente ocasión que la vida me ofreciera estaría preparado para dar una respuesta y buscar una solución. Sin duda fue el inicio de mi trayectoria profesional posterior… Pero la diferencia es que en estas ocasiones quieres ayudar y no puedes, mientras que en otras muchas puedes ayudar y no quieres. Porque no te viene bien en ese momento, no te apetece o lo que sea. La disponibilidad, como gesto de apertura vital, me parece fundamental. Manifiesta una generosidad auténtica. Y es una manera de vencer esa actitud de control, planificación, medición, eficiencia… que impera en occidente. Deseamos planificar y controlar todo, hasta el amor, la belleza, la salud, la libertad, el servicio, la felicidad… y es imposible. ¿En qué situaciones te cuesta más darte? Cuando ves que no cuentas con la colaboración de la otra persona. Cuando tal vez tú haces un esfuerzo grande por ayudar pero esa persona no está dispuesta a hacer ese mismo esfuerzo por cambiar. Respetar la libertad es fundamental, aunque la persona se equivoque y tome decisiones con consecuencias nefastas. Darme ahí, una y otra vez, manteniendo la fe y perseverando, se me hace costoso. Y me da pena, claro, por el mal uso de su libertad. He mantenido conversaciones intensas con adolescentes que estaban consumiendo droga y que empezaban a dejar las clases. Había mucho en juego y por cariño y lealtad a ellos había que ser sincero y claro. Cuando no reaccionan… duele. Duele por ellos y cuesta seguir dándote. ¿Cómo acercarse al que sufre? Con humildad, con sensibilidad, con respeto, con deseos de aprender, con normalidad, con actitud de animar y dar esperanza. Una persona que sufre nos puede enseñar muchas cosas valiosas para nuestra vida. Puede ser nuestro gran maestro. Y, como he dicho antes, con generosidad, sin miedo a compartir ese sufrimiento, a estar cerca, a que nos “salpique” el dolor. No podemos acercarnos con una coraza, sino con un corazón humano. Ayuda mucho pensar cómo nos gustaría que nos trataran a nosotros. Algunas personas se alejan del que sufre porque se consideran tan sensibles que piensan que van a sufrir mucho. Entiendo la reflexión pero me parece un error. Esa sensibilidad son unas gafas especiales para poder ayudar, para que la persona que sufre se encuentre acompañada, reconocida, valorada. Las personas más sensibles pueden ser capaces de sanar en mayor medida, aunque tengan que dar ese paso decisivo de “atreverse”. Y ser muy agradecido. Cuando nos permiten ayudar nos están dando el privilegio de poner en valor nuestras cualidades, nuestra misma existencia. Pedirnos ayuda es enriquecernos. Ponía en evidencia una actitud muy propia de los hombres: la de resistirnos a que alguien nos sirva gratuitamente. (1) ¿Te cuesta ser servido? ¿Por qué? He tenido la suerte de estar siempre rodeado de personas que deseaban servir a los demás: familia, amigos, profesores, entrenadores... Yo recibía su servicio. Y eran un ejemplo maravilloso para mí. Tal vez por costumbre o por educación o por entender eso como la mejor manera de desarrollar tus talentos, no sé, pero no me costaba recibir la ayuda de esas personas. Si siendo servido estás haciendo un bien a esas personas…bienvenido sea. Es otra manera de ayudar y hacer el bien. La misericordia del hombre no aparece más que con el don de la alegría (Simone Weil). ¿Es necesario haber superado el propio dolor para ayudar a sanar el del otro? Me viene justo a la cabeza una madre que tiene una capacidad de ayudar a los demás enorme pero también que se encuentra en condiciones de vida difíciles, de dolor y angustia. Sé que ella no ha superado su propio dolor, pero no es obstáculo para ayudar a los demás. A mí me enseña mucho sobre la vida, y demuestra que puedes tener una vida difícil, durilla, con poca esperanza en su solución, pero adoptando una actitud vital absolutamente maravillosa y heroica. Ella llora mucho, y debe tomar medicación, pero siempre tiene el deseo de ayudar a otras personas. Sus hijos se lo recriminan a veces, le dicen que es demasiado generosa y que debe pasar de ellos, ya que les ayuda y luego ellos no le ayudan a ella. Y los hijos son unas personas increíbles, a pesar de crecer en un ambiente algo hostil. Sin duda el ejemplo que les da su madre les abre un horizonte de esperanza, aunque ellos no lo vean tan claro. Entonces, teniendo esto en mente, no sé si la ayuda eficaz es desde la alegría o desde algo más profundo: desde el corazón, desde el amor, con alegría o sin ella. ¿Qué tiene el encuentro con la pobreza, la enfermedad, la vejez, la muerte del prójimo... que puede incluso cambiar nuestro destino? Ese encuentro lo tiene todo, todo lo necesario para entender la vida. La vida es contingencia, lo común a todas las personas es el paso del tiempo, el dolor, la enfermedad, la muerte. Es lo común. Y por lo tanto lo que une, lo que nos refleja ante el mismo espejo, sin importar cultura, nivel social, fama... Nadie escapa a ello. Ese encuentro lejos de acercarte al abismo te acerca a la vida, a entender por qué estamos aquí y cómo debemos caminar. Anular este encuentro es vivir menos, es engañarse, vivir un sueño, permanecer en una burbuja… Hay que ser realistas, vivir estando muy presentes. Tarde o temprano todos salimos de esa burbuja y entonces sí nos enfrentamos a nuestro destino. Me resulta chocante que una charla ted sobre vulnerabilidad tenga 50 millones de visitas (“The power of vulnerability”, Brené Brown). ¿En qué momento del viaje dejamos de creernos así cuando al nacer somos absolutamente vulnerables? El sufrimiento del prójimo, la vejez, la muerte… son gemidos de la propia vida, llamadas para estar despiertos, para vivir de cara al prójimo, para encontrarnos a nosotros mismos. Conozco muchos jóvenes, con necesidades materiales totalmente satisfechas desde su nacimiento, que han reconocido la felicidad auténtica por primera vez en este encuentro con el dolor y sufrimiento ajeno. En un mundo dominado por la prisa y la productividad, hacer voluntariado podría parecer tiempo malgastado, no productivo. En tu experiencia, ¿qué significa realmente perder el tiempo? Perder el tiempo es dejar escapar la oportunidad de hacer de tu vida algo grande y valioso, dando brillo a los demás. Levantarse cada día con este estilo de vida “se creía una persona tan valiosa que no temía ni dudaba en enriquecer a los demás”. En occidente, porque ese ritmo frenético no se da en todo el mundo, estamos perdiendo no tiempo sino vida. Tal vez si preguntáramos a nuestros hijos, amigos, familia qué más podríamos hacer por ellos nos dirían: “no quiero que hagas nada más, al revés, quiero que hagas menos, para que así podamos compartir más tiempo juntos”. Perdemos mucho “presente” propio y de las personas que nos aprecian para asegurarnos mucho “futuro”, cuando no sabemos si llegará. En estos años he descubierto que la caritativa no es un gesto separado del resto de mi vida, sino que permea hasta el fondo todos sus aspectos. (2) ¿Has experimentado esto también? ¿Cómo el voluntariado ha transformado otros aspectos de tu vida? Desde luego. Por eso insisto en esta entrevista en nuestra capacidad de estar cerca de la persona que sufre o necesita ayuda. No se trata solo de dar cosas materiales o hacer favores. Se trata de darnos nosotros mismos, de ser yo la respuesta, la compañía, la solución… Viviendo así tu vida se transforma y alcanzas una mirada más perfecta tanto hacia tu interior como hacia el exterior, sin compartimentos estancos, siendo auténtica y genuina tu bondad y solidaridad. El voluntariado, además de ayudarme a decidir mi trayectoria profesional, fue un catalizador para ser más y mejor yo: relativizas mucho más todo, no te tomas tan en serio, aprendes a reírte de ti mismo, a mirar a la vida a los ojos, a agradecer lo que tienes y eres, a convivir con personas que piensan muy distinto a ti o tienen carácter diferente… Yo creo que sí, que el voluntariado –más en general los valores, mi formación, educación- ha transformado todos los aspectos de mi vida ya que me ha transformado a mí. ¿Qué bien aporta el voluntario realmente al mundo? Algo básico y fundamental: que no todo tiene precio. Que hay personas que son capaces de comprometerse en algo simplemente para ayudar a los demás, sin obtener nada a cambio. Yo tengo la inmensa fortuna de conocer cada año a jóvenes que están dispuestos a renunciar a una parte de sus vacaciones y trabajar durante el año para poder irse a India a ayudar a los demás. Y nadie vuelve con la sensación de haber perdido el tiempo. Sí, jóvenes que trabajan para poder pagar el vuelo e irse a otra parte del mundo a trabajar sin cobrar, para ayudar a los demás. Asumiendo que pueden enfermar, perder salud, etc. Es bestial. Los voluntarios son vitales, son luces, estrellas en la oscuridad de la noche. Recoges esta pregunta en tu perfil de Instagram y queríamos hacértela a ti: ¿cuándo te quieres más y mejor, cuando eres el centro y medida de todo o cuando consideras que tu vida es un regalo y deseas compartirla con los demás? ¿Por qué? Cuando consideras que tu vida es un regalo no temes compartirla con los demás. Es más, estás deseando hacer partícipe de ella a más personas, ya que tú sólo no eres suficiente para tan gran regalo. Los voluntarios pueden tener motivos diversos para ayudar, pero a mí me parece que la persona que es capaz de reconocer su valor, su riqueza personal, y ayuda, tiene un potencial infinito. Si la medida y el centro de tu vida eres tú te vas empobreciendo poco a poco, y envejeciendo rápidamente. Por eso, si de verdad te quieres y deseas quererte bien, tomar la decisión de servir y ayudar a los demás es lo acertado y coherente. Cuando el corazón humano se centra en los demás se dilata…y no tiene límite. Y rejuvenece. Psiquiatras importantes llegan a recomendar a sus pacientes hacer una hora de voluntariado a la semana. Ayudar no es solo un tema de justicia social o de moral colectiva, es principal y prioritario para alcanzar una vida plena. Más necesario que querer a una persona es que esa persona se sienta querida por ti. El foco hay que ponerlo en la forma de ser del otro, en su manera de sentir. ¿Cómo haces para querer a cada uno según su manera de sentir, qué ejemplos concretos? Al final todos agradecemos los detalles y sabernos queridos personalmente por los demás. Muchas veces es una mirada particular, una palabra, sacar una conversación que interesa a esa persona, intentar agradarle la vida, enviar un mensaje positivo que emocione sin venir a cuento, un detalle el día de su cumpleaños… no sé, es pensar en cómo desea ser querida esa persona, qué le gusta, qué le hace sentirse especial, y no hacerlo según mi modo de ver la vida o de querer. Darle voz, preguntarle… Puedo creer que quiero a una persona y si le preguntáramos a esa persona por mi cariño tal vez lo valoraría en 1 sobre 10. Querer es tener la sensibilidad y deseo de que esa persona lo note, lo reciba y le transforme. Tal vez esa persona que quieres no necesita que le recuerdes sus fallos sino que estés a su lado con una sonrisa a pesar de ellos. Ser flexibles es de almas fuertes. Nos encanta esta frase tuya. Pero a la vez, cuando quieres al otro también quieres que mejore, que vea lo que tú ves y por eso se lo muestras. Debemos aprender a amar como dices, y también a recibir el amor imperfecto de los demás. ¿Cómo recibir esta última forma de amor? Justo se podría aplicar esta frase al ejemplo del adolescente que he mencionado antes, pero voy a tu pregunta. Para poder responderla con honestidad debo mencionar mi experiencia de amor con Dios. Este encuentro personal entre mi imperfección y la perfección divina, esta relación de amor incondicional de Dios hacia mí, saberme mirado, acogido y elevado por Él, a pesar de mis debilidades, me lleva a aspirar a hacer eso mismo con los demás. Si Dios me espera en cada momento, si Dios está deseando estar conmigo a través de la Eucaristía -y yo soy muy consciente de lo poco que soy, de la miniatura e insignificancia a su lado-, ¿cómo voy a rechazar el amor imperfecto de los demás? Es que, además, ese mismo amor que yo recibo y experimento, es el que estoy llamado a transmitir. Dando o acogiendo. El amor de Dios es difusivo, contagioso. Si vives de manera consciente esta realidad tu capacidad para acoger la imperfección de los demás mejora, ya que no eres tú solo, sino Dios en ti. Después de conocer de cerca tantas personas de tantos orígenes y trayectorias distintas, ¿qué te une y qué te separa verdaderamente del otro? Nos une el 99%. Somos personas que aspiramos a lo mismo, que nos duele lo mismo y nos alegra lo mismo. Todos deseamos recibir miradas de afecto, comprensión y entusiasmo. Y todos deseamos volcar nuestro corazón en alguien. Sentirnos queridos y querer. Si falta alguna de ellas notamos la ausencia de lo más importante y necesario. La separación se produce a un nivel más superficial, tal vez por la educación, hábitos, gustos, opciones…pero básicamente yo me veo igual que una persona, varón o mujer, de Bolivia, Marruecos o India.
Escrito por: María Isabel Giraldo Fotografía por: Imogen Cunningham La frase “La belleza salvará el mundo” de Dostoyevski ha estado rondándome en esta cuarentena. De cierta forma, descubrí que antes no la entendía. La pandemia y el aislamiento han hecho que cobre un nuevo sentido.
La belleza está en todas partes. Cada uno la encuentra en lugares distintos, según las inclinaciones de su corazón. Ahora, que estamos en casa, tal vez las fuentes de belleza se ven limitadas. O, tal vez, con más tiempo en nuestras manos, con la mente menos distraída, con los sentidos más despiertos… tal vez es el momento ideal para encontrar, crear, contemplar la belleza. Y dejar que nos transforme. Yo suelo encontrar la belleza en la naturaleza, en la música y en la literatura. Muchas personas, especialmente las mujeres, la buscan en lo estético: la ropa, la decoración, el maquillaje. A mí me cuesta darle la suficiente atención a mi aspecto, entonces difícilmente me satisface. Soy así, un poco desarreglada. No tengo ese sentido estético que envidio tanto en mis amigas, de saber combinar la ropa, arreglarse el pelo, decorar su cuarto. Entiendo y admiro esa forma de crear belleza. Yo, simplemente, no nací con ella. Sin embargo, paradójicamente, ahora en mi casa la entendí. Entendí la importancia de sentirme digna, de sentirme amada. Nuestro cuerpo y entorno son la manifestación física de muchas realidades invisibles. Antes no le daba mucho tiempo a mirarme al espejo. No me preguntaba si me gustaba lo que veía. Seguía las exigencias del mundo: tengo que vestirme así, tener la piel así y el pelo así. No puedo salir de tal forma. Debo verme como “ellos” esperan que me vea. Pero ahora, sin esas exigencias, solo con mi familia en mi casa, y sin prisa, me detuve ante el espejo. Detallé las líneas en mi piel, los colores de mis ojos, la forma de mis dientes. Me reconcilié con mi cuerpo desnudo y sus cambios naturales y armónicos. Y descubrí que, aunque nadie me viera, yo me veía. La realidad invisible del amor que me tengo debía verse reflejada en la realidad visible. Los primeros días me vestí sin pensar, pasé todo el día con unas medias viejas, el pelo cogido y algo sucio, un buso cualquiera de esos talla XL, sin ningún detalle innecesario. Sin embargo, sentí una voz dentro de mí que me decía “¿es este tu amor por mí?” y entendí que merecía un poco más, que ahora, libremente, podía hacer de mí misma una fuente nueva de belleza, sin cumplir exigencias, sin recibir cumplidos ni reproches. Por mí y para mí. Empecé a combinar la ropa de casa, sin cambiar la comodidad por elegancia. Ponerme aretas, escogerlas con cuidado cada día, se volvió un momento de consentirme. ¿Largas o cortas? ¿Doradas o plateadas? ¿Cómo quedan con el buso cuello tortuga? ¿Con el pelo cogido o suelto? Me miraba al espejo. Mi cara, descansada y limpia, sin maquillaje, hidratada, era adornada por un detalle tonto. No quería decir que fuera menos bella sin aretas. Quería decir que era tan bella que quería decorarme para mostrar en el mundo visible ese amor imperfecto y herido por las exigencias exteriores. En esta cuarentena me he encontrado con la belleza, y he sido salvada por ella. Ha renovado el amor que me tengo, en el silencio, en la lentitud, en la simplicidad de una vida vivida hacia adentro, de cara a mi misma, con una sonrisa serena de saberme pequeña, rota, bella e infinita. Escrito por: Teresa García de Santos Fotografía por: Vivian Maier Examinaba mis piernas mientras subía las escaleras de la preciosa playa de Carvalho. Y, sin pedir ningún tipo permiso, las preocupaciones y los ojalás corporales me apresaron. Definitivamente tengo que hacer esos ejercicios de tripa. Con cinco kilos menos estaría mucho mejor. Y con mi ancha espalda tendría que hacer algo también. Absorta en mis complejos físicos había recorrido más de la mitad de los peldaños. Paré un instante para ver por dónde iban mis padres y, realizada la comprobación, me dispuse a retomar mi penosa — y tan habitual — tarea. Pero al voltear la cabeza, mis ojos toparon con un río de alegres árboles que parecía deslizarse por la ladera. Se apiñaban unos junto a otros y sus frondosas copas invitaban a tenderse sobre ellas. ¡Era espléndido! ¿Cómo no me había fijado antes?
Y sucedió el milagro. De inmediato le cayó de los ojos algo como escamas, y volvió a ver. Vi dos mundos. El de mi ceguera, mi ensimismamiento, mis penas. Y el de los árboles, el atardecer, el océano. Se oponían. Cabeza gacha frente a mirada al horizonte. Ceño fruncido frente a sonrisa despreocupada. Reproches continuos frente a agradecimiento espontáneo. Manos reivindicando frente a brazos abiertos. Escaleras interminables frente a peldaños inapreciables. Respiración entrecortada frente a plácidos suspiros. Nunca lo había visto con tanta nitidez. ¡Cuánta belleza me había perdido en mi vida! Y por consiguiente, cuanta alegría. Pero incluso vi algo con mayor claridad. Mi constante ensimismamiento aún tenía un remedio: la belleza. Ante ella, mi corazón aprovechaba la ocasión para huir y descansar de mi. Estaba demasiado ocupado contemplando los majestuosos árboles y el imponente atardecer como para preocuparse por niñerías. Y ser consciente de esto, de que la belleza aún tenía el poder de salvar el mundo —o al menos, a mi misma—, me esperanzó. Ni mi pobreza, ni la aflicción tendrían la última palabra. Escrito por Lucía Sánchez —Entonces, ¿qué es para ti el éxito, Lu?
No supe qué responder. Solo sabía lo que no era éxito para mí, aunque reciba el aplauso y la admiración de otros. ¿Qué merece mi aplauso? Para mí el éxito no es conseguir objetivos, sino ser verdaderamente yo misma. Éxito es vivir, es decir, amar. Es nunca dar por hecho la vida; ni yo ni las personas que más quiero somos eternos. Ser verdaderamente agradecida. Descubrir el regalo de cada día. Relativizar lo que me duele y perdonar rápido. Abrazar mis demonios interiores, acoger mi herida. Ser paciente, especialmente conmigo. Ser auténtica, especialmente cuando me siento vulnerable. Aceptar si me juzgan. Ver la belleza de cada persona tal y como es. Ser profundamente amiga. Aprender a querer a cada persona, reconociendo el misterio que cada uno es para mí. Aceptar que mis relaciones no están hechas para satisfacer mis deseos, porque son regalos. Vivir así, desgastada, en mi centro. Ser sencilla, de barro y de silencio. Aunque no tenga el reconocimiento de nadie y no consiga mis objetivos, algo así sería, para mí, el éxito. |
Categorías
Todo
|